Sinopsis:
¿Qué pasa después del beso final? Cuando el telón de tu boda baja, ¿debes transformarte en una señora ridícula salida de una película de la edad media? ¿desea tu marido cambiar a la persona que ama y con la que ha decidido pasar el resto de su vida por el robot Emilio?
Ahora es el momento de aprender a
descartar clichés rancios que te obligan a recluirte en la cocina de casa
vestida y maquillada para la llegada del macho alfa, tambien conocido como
legítimo esposo.
Creo que ante todo debería presentarme, mi nombre es Gala, ama de casa, escritora, casada desde hace quince años, madre de dos hijos biológicos y un perro adoptado, todos varones.
Mi
novela no está patrocinada por la iglesia, no he pedido permiso para escribirla
ni a mi marido ni a mis hijos ni a mi perro, puede que cuando la termine pida
su opinión, pero jamás su permiso.
Cuando
nací nadie me dijo que era diferente a mis hermanos varones, que tenía que ser
una persona dulce y comedida y sentir una especie de imán en la base del craneo
que me indicaría que es crucial en mi vida permanecer en la cocina como lugar
al que pertenezco por naturaleza. Ahora ya es tarde para todo eso y, si no lo
es, espero que al menos cuele.
Tengo
cuarenta años y sigo sin ver esa diferencia entre hombres y mujeres que tanto
se empeñan algunos en recalcar, más allá de que ellos hacen pis de pie y
nosotras sentadas, al menos normalmente porque podríamos intercambiar los
papeles en determinados momentos… pero ese ya es otro tema.
Las
mujeres llevamos siglos aguantando “consejos” sobre el matrimonio, lo que una buena
mujer debe hacer y lo que no, y por eso me he decidido a escribir esta novela
desde mi experiencia.
He
leído cantidad de chorradas sobre retroceder cuando tu marido avanza y cosas
que no es que no comprenda, es que no quiero entender por parecerme propias de
algún tipo de enfermedad mental incurable.
Cuando
decidí casarme no pedí la opinión de nadie al respecto, es más, ni siquiera
vivía en casa con mis padres, sino que llevaba dos años viviendo con el que hoy
es mi marido, porque nos pareció fundamental saber si podíamos convivir juntos
antes de dar ese paso, cosa que recomiendo, porque no es lo mismo estar cada
uno en su casa que tener que amoldarse a las manías del otro, ya que no existe
el ser perfecto y, de ser así, el matrimonio sería de lo más aburrido.
Voy
a desgranar aquí algunos aspectos que sin duda todas esas mujeres cursis y
retrógradas que hablan de cómo “actuar” delante de su marido pasan por alto, al
tener una idea pervertida de las relaciones de pareja. (que se llaman de pareja
por algo, porque la forman dos personas).
Tengo
que aclarar antes que mi marido es un señor normal, maduro, responsable, capaz
de cocinar, poner una lavadora, puede ir
a un parque con sus hijos sin el teléfono de emergencias apuntado en el
puño de su camisa… en definitiva, no se parece mucho a los tarados inútiles que
se sienten perdidos en su propia casa, y son descritos como un niños eternos en
estos panfletos machistas con los que nos bombardean constantemente.
Yo
supongo que las mujeres que describen así a los hombres reflejan sus vivencias
propias, es triste caer en la cuenta de esto, pero no tienen por qué ser las
mismas experiencias que vivamos todas, afortunadamente, al menos no se parecen
en nada a las mías ni a las de la mayor parte de las mujeres que conozco.
Las buenas maneras en el hogar
Aunque
resulte difícil de creer, hace unos años, concretamente en 1953, a las mujeres
se les inculcaban una serie de reglas para comportarse con una esposa perfecta,
lo que más me llama la atención de estas “recomendaciones”, ideadas por Pilar
Primo de Rivera, es que no las hubieran sacado también en formato audiolibro,
lo digo porque el sonido de la cadena de un baño no habría desentonado nada
tras leer los puntos sobre los que inciden.
A
las personas normales y equilibradas les parecerán ridículos, pero no os
engañéis, las cosas no han cambiado tanto como parecen, hay quien todavía trata
de que este tipo de comportamientos enfermizos calen entre las mujeres.
Voy
a desgranar punto por punto los aspectos que parecían imprescindibles para ser
una buena esposa en 1940, añadiendo comentarios al respecto para daros una
visión lógica de esa forma de pensar y, más adelante, en otra parte de este
libro, os enseñaré cómo algunas tratan de que regresemos a esa época con frases
resumidas y sacadas de textos mucho más recientes, de algunos meses atrás en
concreto.
Yo,
particularmente, no les veo la diferencia, salvo que en nuestra época
resultaría ridículo que una mujer se comportase tal y como describen.
Dudo
mucho que ninguna de estas dos autoras hayan seguido sus propios consejos, ya
que hacerlo no puede llevar a nada bueno, como poco imagino que desembocaría en
un proceso de catonia complicado con aliento a naftalina o algún efecto
secuandario similar.
“Preparar
con tiempo una buena cena para su llegada. Esta es una forma de dejarle saber
que has estado pensando en él y te preocupan sus necesidades.”
Ahora
entiendo esa manía que tienen las abuelas de cebarte hasta el delirio, les han
inculcado esa forma de tortura desde niñas y sus allegados pagamos las
consecuencias desde entonces.
Importante,
no se te ocurra poner en práctica este punto sin entender primero que tu marido
no es un elefante con un estómago sin fondo.
Imagino
a aquellos pobres hombres de antaño sudando a mares a la hora de la cena
delante de un guiso de carne con patatas o un cochinillo al horno con guarnición
de guisantes y zanahorias.
Si
cebas a tu marido a la hora de la cena no podrá dormir, esto es así. Puede que
tu marido llegue incluso a desconfiar pensado que ha llegado San Martín y él es
la pieza a sacrificar.
Cualquier
médico hoy en día recomienda cenar ligero, ya que las comidas pesadas sientan
mal a esas horas.
Recuerda,
tu marido no se ha caído en ninguna marmita y estar rollizo ya no es sinónimo
de estar sano.
“Descansa
cinco minutos antes de su llegada para que te encuentres fresca y
reluciente. Retoca tu maquillaje y luce
lo mejor posible para él. Recuerda que ha tenido un día duro y solo ha tratado
con compañeros de trabajo.”
Lo
primero que he pensado es en esas pobres mujeres que llegan a casa más tarde de
trabajar que sus maridos y se los encuentran totalmente maquillados,
esperándoles apoyados contra la puerta de casa en una postura relajada para
lucir hermosos ante su adorada pareja. Suena triste sí, pero no nos
desanimemos, no creo que tengamos que llegar al extremo de poner un candado en
el cajón donde guardamos las cremas para evitar que ellos, ignorantes de las
dosis de maquillaje que deben aplicarse, acaben embadurnados en él y al día
siguiente tengamos que ir a la droguería a por otro. Recordemos que son
consejos de otros tiempos y respiremos con tranquilidad.
A
ver, a mi modo de ver, este segundo punto era prácticamente imposible de cumplir
tras el primero, a menos que todos los días cenasen frío y las mujeres de
antaño pudiesen preparar la cena con mucha antelación.
Mi
convicción viene de una simple lógica, y es que si nuestras abuelas conseguían
preparar una suculenta cena y descansar cinco minutos antes de su llegada, calculando
el tiempo que tardaría su marido en aparcar el coche, teniendo en cuenta el
tráfico de se había encontrado ese día de vuelta a casa, que dependía a su vez
de la carga de trabajo que hubiese soportado él durante la jornada y podría
hacerle salir más tarde de su hora, es que alguien se ha equivocado, ellas no
deberían haber sido amas de casa ni
abnegadas esposas al servicio de su esposo, ellas, donde deberían haber estado realmente
es en la NASA, haciendo cálculos con los mejores cerebros del planeta.
Es
frustrante saber que nadie les hizo el favor de informarlas de tal cosa, el
mundo necesitaba personas como ellas.
Pero
en fin, pongamos que las abuelas eran astrofísicas con un coeficiente
intelectual más desarrollado que la parte más visible de un percebe sin ser
conscientes de ello, y aún así decidieron quedarse con su pareja en España
cumpliendo como hembras (lo que ya indica que mi teoría sobre la inteligencia
sería como poco inexacta), si sus maridos, al llegar a casa, se las encontraban
con el pijama puesto y la cara lavada, lo primero que probablemente pensaban esos
hombres debía ser algo así como: “¿Qué me habrá hecho hoy de cena?, espero que
sean un par de huevos fritos y no un jabalí en salsa, que todavía no se ha
inventado el Aerored”.
El
final de esta recomendación me parece lo mejor:
“Recuerda
que ha tenido un día duro y solo ha tratado con compañeros de trabajo.”
Hoy
entendemos que hay otras mujeres en el mundo y que probablemente nuestros
maridos van a hablar con algunas de ellas sin que necesariamente practiquen la
poligamia con la primera fémina que se cruce en su camino.
Pero
ojo, si tu marido es una pobre alma debil que no puede evitar repartir amor por
el mundo déjalo de inmediato o acabarás pasándole tú una pensión alimenticia a
los hijos que tenga con otras, porque la poligamia es cara, tendría que
mantener más casas y las hipotecas son costosas, aparte de otros gastos como el
recibo de la luz, que ha subido un montón.
Yo
no sé cuán grave sería el problema de celos patológicos que tendría la persona
en cuestión que elaboró esta deliciosa frasecilla, o si daba por sentado que
las mujeres desconfiaban instintivamente de su pareja imaginando durante todo
el día que tenían romances extramatrimoniales… pero vamos, lo suyo debía ser un
sinvivir constante.
Además
me llama la atención lo mal que parece hablar de los compañeros de trabajo de
aquel entonces.
Probablemente
ella le preparaba con mimo una cota de malla a su marido, que todas las mañanas le
ayudaba a ponerse bajo el traje de oficinista, y un cuchillo de Albacete que
introducía en su bolsa del almuerzo entre el queso y los chorizos de pueblo
para disimularlo, por si alguno de aquellos trepas que tenía por compañeros se
metía con su mirlo blanco y para evitar que practicara, sin sufrir muchas
dificultades, la poligamia.
3 comentarios:
Escribes muy rico, te seguirè leyendo. Y del tema, ni què decir, totalmente de acuerdo.
Solo una cosa: serà una cota de maLLa en vez de, como lo tienes, una cota de maYa?
Gracias por entrar a comentar y por el apunte Marisol, sí, efectivamente estaba mal escrito.
Resulta cansado y reiterativo seguir hablando de esto en pleno siglo XXI, y todo lo que se dice y argumenta en favor de una equiparación real de hombres y mujeres, no ya sólo en la legislación, sino también en el nivel de interacción de ambos sexos en la vida cotidiana, es tan obvio y aparentemente aceptado, que no debiera ser ya objeto de debate desde hace mucho tiempo. Pero todavía queda por combatir una histórica inercia cotidiana sobre el papel de la mujer en casa, que es más difícil de combatir en cuanto que nos viene dado de un proceso de inmersión educativa que tiene más que ver con lo atávico y costumbrista que con lo ideológico. Y ahí está la madre de todas las batallas, en la madre que se pone del otro lado y en el padre que se coloca cómodamente de perfil a sabiendas de que se juega el statu quo familiar. Y uno y otro transmiten este juego de anti valores a los hijos perpetuando una escala de valores perversamente desequilibrada. Yo siempre he creído que a la mujer no hay que darle todo lo que tiene el hombre, porque bastaría con no quitarle nada para que fuera tomando todo por sí misma. Y no quitarle nada implica también no quitarle el orgullo, ni la independencia de criterio, ni la ilusión. Enhorabuena por tu blog, Gala. Es muy interesante.
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