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Tarek
Dicen que el día de su nacimiento
el viento aullaba su nombre. Karnaka, bruja hechicera de la tribu nómada de Tastania,
siguió las señales hasta encontrarle entre los restos de lo que había sido su
pueblo, bajo del cuerpo inerte de una mujer y al lado de una pequeña choza de
barro y ramas.
Natalus, jefe de la tribu y
Samunatra, su esposa, le acogieron bajo su protección, pues según les reveló
Karnaka su destino estaba ligado al de los suyos. Le pusieron de nombre Tarek.
Desde niño se acostumbró a caminar
largas distancias, no solían dormir en el mismo lugar dos veces, Natalus les
guiaba a través de los bosques y evitaba tratar con otras gentes salvo para
comerciar, ya que no era raro encontrar en el camino aldeas totalmente
arrasadas como la de Tarek. La tribu nunca se hacía cargo de los supervivientes
de estos ataques, en ocasiones Tarek y sus hermanos intentaron interceder por
la vida de algún desdichado superviviente, pero fueron duramente reprendidos
por intentarlo, así que él fue siempre el primer y único extranjero entre
ellos.
El jefe Natalus tenía otros tres
hijos nacidos de su unión con Samunatra, el mayor le llevaba cuatro años a
Tarek y se llamaba Icario, él sería nombrado algún día sucesor de su padre,
cosa que inquietaba a muchos. Era mentiroso y cruel, su pasatiempo favorito
consistía en jugar a meter en problemas a los demás, sobre todo a Tarek, ya que
nunca había llegado a aceptarle entre los suyos y eso hacía que se llevaran
como el perro y el gato. Samunatra apoyaba en todo a su hijo mayor y le daba
sistemáticamente la razón la tuviese o no. Poco a poco y gracias a él, la
relación de Tarek con su madre adoptiva se fue haciendo distante, ya que con
ocho inviernos igualaba a Icario en estatura y era más corpulento, en un enfrentamiento
cuerpo a cuerpo Icario llevaba las de perder, además, Samunatra recelaba de que
su gente le respetara más que a su propio hijo.
Saros le llevaba un año, eran uña
y carne y jamás se adentraban en el bosque el uno sin el otro. Todo el mundo lo
apreciaba porque sabían que eran el mejor rastreador.
Natalus solía enviarles por
delante de los demás para comprobar que no hubiese ningún peligro en el camino
y a localizar las piezas de caza. Quizá Saros no fuese tan fuerte como Tarek,
pero si ágil y astuto como nadie.
Y por último estaba Besasté, el
ojo derecho de Natalus y la que intercedía por Saros y Tarek cada vez que
Icario les metía en problemas. Gracias a ella se libraban de muchos castigos o
se las ingeniaba para hacérselos más llevaderos. Solía llevarles comida a
escondidas si los castigaban sin probar bocado o conseguía que alguien les
prestase ayuda cuando les obligaban a cargar las pieles de toda la tribu hasta
la siguiente parada en el camino.
Icario y Besasté se enfrentaban a
menudo, ella era a la única a la que Samunatra evitaba castigar, procuraba
mantenerla alejada de Icario para que no la tocara porque temía la ira de
Natalus al enterarse de algún maltrato sobre su hija y que como represalia,
acabase por dejar a la tribu en manos de Saros.
Karnaka llamaba a menudo a Tarek
para leer su futuro, a Icario le ponía furioso que fuese objeto de tanta
atención por su parte e iba a protestar
a su madre cuando les veía reunidos, alegando que el único futuro que debía
preocupar a la hechicera era el suyo porque algún día él sería el guía de su pueblo
y, aunque Samunatra intentó recriminarle en alguna ocasión a Karnaka su actitud,
Natalus no se lo permitió.
Una noche Karnaka despertó de su
sueño a Tarek y le condujo a una cueva. El muchacho tenía frío y estaba muy
cansado, además llevaban días prácticamente sin comer, el invierno estaba
siendo más duro de lo habitual y solo habían podido cazar algunos conejos y
otros animales pequeños que apenas cubrían las necesidades de toda la tribu.
—Ven Tarek, siéntate frente al
fuego, algo importante está a punto de suceder.
Karnaka se sentó frente a él
canturreando entre dientes extrañas palabras mientras leía su futuro en el humo
de la hoguera.
La mayor parte de la tribu temía
a Karnaka, según decían ella había heredado de su madre sus poderes y ésta a su
vez de la suya, y así sucesivamente hasta la primera portadora del poder.
Tarek la había visto muchas veces
sanar a los miembros de la tribu y preparar extraños ungüentos, pero nada que
le hiciese temer o recelar de su compañía.
—Dentro de tres días lo
encontrarás en el bosque, te estará esperando pero no debes temer nada. Nuestro
viaje juntos está llegando a su fin —la anciana puso los ojos en blanco y empezó a canturrear de nuevo balanceando su
cuerpo hacia adelante y atrás, el gesto hacía que la piel de lobo gris que
adornaba su cabeza pareciera una prolongación de su canosa cabellera —. Yo no tengo heredera que me suceda y mi poder
me consume —se quedó callada observándole y sonriéndole a
través de sus diminutos ojos castaños, que brillaban llenos de sabiduría—.
Ahora vete, ¡vete! —le ordenó haciendo aspavientos con las manos.
Tarek no entendió nada de lo que
le había dicho, pero la mayor parte de las veces le decía cosas igual de
incomprensibles, aun así él siempre le agradecía que le hubiese llamado,
apreciaba a Karnaka y ella le apreciaba a él. A menudo la hechicera le
observaba mientras caminaban y alguna vez había atizado con su vara a Icario
para espantarlo cuando se metía con Tarek.
Como todos los años, la tribu se
dirigía al sur de la región para pasar el invierno. Tarek debía tener por
entonces unos trece años más o menos, nadie contaba la edad, para los Tastanos
eras niño, hombre o anciano.
Se adentraron en un espeso bosque
en el cual Natalus no recordaba haber estado nunca, para cerciorarse de que no
había peligros envió, como de costumbre, por delante de los demás, a Tarek y Saros.
— ¡Tarek, mira!
Saros se agachó agazapándose
entre la maleza como una fiera dispuesta a saltar sobre su presa, había
localizado dos venados que pastaban tranquilamente ajenos a su presencia. Dio
un rodeo mientras Tarek se quedaba lo más quieto posible en su posición, poco
después el muchacho distinguió cómo su hermano Saros les apuntaba con su arco
desde algo más atrás, al otro lado de donde él se encontraba. Le imitó
colocando sigilosamente una flecha entre sus dedos y, cuando estuvo preparado, le
hizo un gesto a Saros, que lanzó la primera flecha. Uno de los venados cayó
herido mortalmente y el otro huyó espantado en dirección a Tarek. Tenía al
animal a tiro, tensó su arco y disparó, pero inexplicablemente falló.
Rápidamente cogió otra flecha y
echó a correr tras el venado por el bosque, preguntándose cómo era posible
haber fallado un blanco tan fácil. No pensaba dejarlo escapar, la tribu había
crecido en los últimos años y había mucha gente a la que alimentar.
El venado corría haciendo eses a
derecha e izquierda y poco a poco fue ganando ventaja, Tarek pudo distinguir cómo
se perdía entre la maleza antes de escuchar el gruñido feroz de un animal, que
le hizo detenerse y ponerse en guardia. Caminó despacio tratando de no hacer
ruido por si alguna fiera le acechaba. Las huellas del venado le marcaban el
camino y decidió seguirlo a pesar del peligro, pensando que siempre podría
encaramarse a cualquier árbol y desde allí pedir ayuda al resto de la tribu si
era necesario.
Conforme avanzaba empezó a
observar cómo se movían las ramas y después distinguió una pata trasera del
venado agitándose entre la maleza. Tensó su arco aproximándose despacio, el
animal jadeaba tumbado en el suelo con la lengua fuera mientras un lobo le
clavaba los colmillos en el cuello. Aquella bestia miró al muchacho directamente
a los ojos sin soltar a su presa y lanzó un gruñido de advertencia dejando al
descubierto parte de sus dientes en actitud amenazante. Tarek nunca había visto
un ejemplar como ese, tenía un espeso pelaje negro y los ojos de un increíble
tono azul que brillaban con fiereza.
Se quedó muy quieto pensando qué
debía hacer, puede que el lobo hubiese llegado primero pero él como cazador,
tenía la obligación de llevar alimento a la tribu. Un lobo cualquiera no hubiese
sido un problema, normalmente rehuían la presencia de los hombres, pero éste
era enorme y, por cómo tenía erizado el lomo, el muchacho se dio cuenta de que
iba a ser difícil de espantar.
Mientras ambos se estudiaban con
la mirada, el venado dio sus últimas sacudidas de vida y expiró. El gran lobo
empezó a arrastrarlo hacia atrás sin la menor intención de soltar a la presa de
sus fauces. Tarek avanzó despacio hacia él y la fiera gruñó soltando al venado
para enfrentarse a él. El muchacho deslizó la mano hacia el cuchillo que
llevaba atado con una cuerda a la cintura lentamente y lo sacó, dispuesto a
pelear por el venado.
Corrieron el uno hacia el otro y
cuando estaba a un paso de él, Tarek agarró con fuerza el cuchillo y lanzó su
brazo directo hacia su cuello, pero el lobo, probablemente mucho más curtido en
la lucha que él, lo esquivó saltando ágilmente hacia un lado y le atacó por un costado
mordiéndole la garganta con una fuerza atroz.
Tarek se revolvió en el suelo
intentando gritar de dolor, pero aquellas mandíbulas le cortaban la respiración
como habían hecho con el venado. Con las últimas fuerzas que le quedaban aferró
el cuchillo cerrando el puño alrededor del mango y se lo clavó al lobo en el
pecho.
El animal soltó un aullido de
dolor liberándole de sus fauces y él boqueó intentando coger aire. Antes de
perder el conocimiento escuchó sus jadeos y las pisadas de Saros corriendo
veloz en su dirección.
Le despertó el cántico cadencioso
de Karnaka, se encontraba tumbado en una cueva, trató de enfocar la vista pero todo
era borroso. Cuando intentó moverse ella se aproximó sin dejar de canturrear.
—Es buena señal, sí, pero todavía
es pronto —susurró para sí
misma.
Volvió a dormirse y despertarse
muchas veces con el cántico de Karnaka. En ocasiones notaba la mano de su
hermana Besasté acariciándole el pelo y la escuchaba llorar a su lado y también
pudo oír cómo Saros le preguntaba por su estado a la hechicera. Un día incluso
Icario se acercó a ver cómo se encontraba pero Karnaka le echó de allí.
—Inténtalo Icario y será como
golpearse contra una roca —le
advirtió la hechicera.
—¿De qué estás hablando bruja?,
solo he venido a ver cómo está mi hermano.
—Tú y yo lo sabemos Icario, tú y
yo. Ahora vete, ¡vete!, todavía no es vuestro momento.
—Cuando mi padre no esté...
Tarek percibió el odio contenido
en las palabras de Icario e intentó levantarme para protegerla de él.
—Te quedarás solo —le dijo Karnaka terminando la frase—. Vete, vete, ¡fuera!
Icario empujó a Karnaka y la hizo
caer al suelo.
—Asquerosa bruja, algún día
tendrás lo que mereces.
Icario se marchó de la cueva con
paso apresurado y Karnaka se arrastró por el suelo a gatas hasta donde estaba
tumbado el muchacho.
—Te hará sufrir, sí, pero caerá
como un conejo en las fauces de un lobo —murmuró con su voz ronca acariciando
la cabeza de Tarek.
El muchacho sintió un escalofrío
cuando la escuchó mencionar al animal, recodaba constantemente el ataque que
revivía en sus sueños febriles.
Cuando por fin días después logró
abrir los ojos, se encontró solo en la cueva. Estaba tendido en el suelo, descansando
bajo una piel de oso y cubierta con otras pieles de animal que le mantenían
caliente. Se dio cuenta de que no estaba solo, había otra persona tendida a su
lado, podía ver cómo las pieles subían y bajaban con el ritmo de su
respiración, pensó que debía estar muy enfermo, ya que era muy agitada.
Tiró un poco del borde de las
pieles para ver de quién se trataba y descubrió el pelaje negro de un animal. Al
principio pensó que era un perro, hasta que se movió, Tarek se quedó totalmente
quieto cuando giró la cabeza y clavó aquellos ojos azules y fríos como el hielo
en los suyos, se trataba del lobo que le había atacado. “¿Qué hace aquí
conmigo?”, se preguntó. Pensó que quizá Karnaka había perdido la razón o tal
vez fuese una de las bromas macabras de Icario, en cualquier caso le pareció
que tenía tan pocas fuerzas como él porque volvió a girar la cabeza dándole la
espalda y la dejó caer pesadamente en el suelo sobre las pieles.
Karnaka apareció al cabo de un
rato.
—Ahora sí, no queda mucho tiempo,
el sol se va a poner. Esperaremos a la noche, cuando todos duerman —le acarició la cabeza mientras le hablaba—.
Siete noches, recuérdalo, ese será el
tiempo que tardes en sanar.
—No te entiendo Karnaka, ¿qué va
a pasar esta noche? ¿Quieres decir que dentro de siete noches estaré curado?
Tuvo que hacer un esfuerzo enorme
para hablar con ella, ya que apenas podía susurrar, la garganta le dolía
terriblemente.
—No, Tarek, ésta es la séptima
noche, será hoy.
—¿A qué te refieres?
—No te preocupes, pronto lo
entenderás, mañana tú serás mi heredero.
—¿Quieres decir que me enseñarás
tu oficio de bruja y podré sanar a la gente de la tribu?
—Podrás guiarla, podrás salvarla
y poner las cosas en orden, ese es tu destino y el de todo el que lleve tu
sangre. Voy a prepararlo todo, descansa, te espera una dura prueba Tarek, pero
tú eres fuerte. No debes estar más aquí, este no es tu lugar —dijo saliendo de la cueva.
Cuando volvió a entrar ya era
noche cerrada, Tarek estaba medio dormido y lo zarandeó para que espabilara.
Él se dio cuenta vagamente de que
le había envuelto en unas pieles y atado con cuerdas inmovilizándole. Karnaka
estaba agachada junto a dos pequeñas hogueras que había prendido dentro de la
cueva, la observó levantarse y arrastrar al lobo trabajosamente hacia el
extremo opuesto, justo enfrente de donde se encontraba él.
—Ahora escúchame bien Tarek, pase
lo que pase, no me interrumpas durante el ritual —él asintió, no sabía qué se traía entre manos la
hechicera, pero siempre había confiado plenamente en Karnaka —. Estáis heridos de muerte los dos, la
mordedura de tu cuello se ha infectado y tu fiebre no remite, y él —dijo apuntando con su vara al lobo— pierde las fuerzas poco a poco debido a la
herida de su pecho. Ninguno de los dos quiere darse por vencido como cuando os
peleasteis por la caza y solo hay una forma de remediar esto, lo vi hace mucho,
mucho tiempo, el hermano de mi madre también era portador como yo, se entregó para
ello, me lo entregó a mí para que yo te lo diera llegado el momento. No va a
ser fácil porque eres un varón pero es tu destino, lo sé.
>>Nadie debe enterarse de
que eres el primero, lo que voy a hacer está prohibido —Karnaka se echó a reír como una demente—.
Si los portadores se enteran os
perseguirán a ti y a tu descendencia. No te preocupes, tú eres listo y ellos muy,
muy vanidosos, encontrarás la manera de evitarlos.
>>Ya nunca más caminarás
solo, al contrario que yo tendrás una larga descendencia a la que
trasmitírselo, pero tranquilo, no vas a tener que entregarte para dársela como
yo, no, no, será la herencia de tu sangre.
>>Los dos habéis luchado y
los dos saldréis vencedores —dijo
dándose la vuelta para acariciar el espeso lomo del lobo.
—Karnaka, no he entendido nada
salvo que estoy herido de muerte y, si es así, si voy a... morir, quiero
despedirme de los míos —le rogó
Tarek entre susurros.
— No, no has entendido nada, pero
no te preocupes, pronto lo harás. Recuerda bien mis palabras, yo no voy a poder
ayudarte más en este mundo.
—¿Ayudarme?, ¿con qué?
—Icario —masculló entre dientes—, cuidado con él, o quizá sea él quien debería
tener cuidado contigo —se echó a
reír como si estuviera ida de nuevo—. Solo debo hacerte una última advertencia, tu primer sentimiento de furia
se asentará en tu alma, es algo que los
tuyos también sentirán tarde o temprano, deberás guiarlos en ese momento ya que
podrían perder su cordura y volverse demasiado peligrosos para los humanos y
para ellos mismos.
Se sentó en el suelo frente al
fuego como si Tarek ya no estuviese allí y empezó a preparar dos cuencos de
barro en los que mezcló algunas hierbas mientras canturreaba. Le dio de beber
al lobo de uno de los cuencos y a Tarek del otro. El animal empezó a jadear al
poco como si le faltase el aire. Karnaka acercó su cabeza peligrosamente a la
del lobo y Tarek quiso moverse para impedírselo, le daba miedo que la fiera se
revolviera contra ella.
—¡Quieto Tarek!, ahora no debes
moverte, no, sé lo que hago, quieto —repitió.
Volvió a acercarse al lobo y
abrió las fauces del animal metiendo dentro parte de su cabeza. Tarek no sabía
qué clase de brebaje le había hecho ingerir pero empezó a ver cómo de la boca
de la fiera salía un humo gris que Karnaka aspiraba, cuando terminó se acercó a
él tambaleándose y al ver el tono ceniciento de la piel de la bruja, el
muchacho se asustó.
Karnaka le sujetó la cabeza y posó
sus labios encima de los de Tarek, que notó cómo salía el humo del cuerpo de la
hechicera y se introducía dentro de él. Tuvo la sensación de que su sangre se
calentaba cada vez más quemándole por dentro, gritó de dolor e intentó moverse
pero las cuerdas se lo impidieron.
Al terminar de darle el humo gris
Karnaka empezó a tener terribles convulsiones, cayó al suelo agitándose
mientras le salía espuma blanca por la boca y sus ojos se quedaban en blanco,
después se quedó completamente inmóvil.
Tarek gritó desesperado y
aterrado, pensando que Karnaka había perdido la razón y había matado al lobo,
después se había suicidado y él sería el siguiente en tener una horrible
muerte.
Saros fue el primero de los
miembros de la tribu en acercarse corriendo pero todos empezaron a despertarse
con los alaridos de Tarek.
—¿Qué es eso? —preguntó Besasté.
—Algo pasa en la cueva de Karnaka
—se alarmó Natalus—. Besasté, quédate aquí con tu madre. Icario
vamos, ¿dónde está Saros?
—Ha debido salir corriendo a ver
a Tarek —respondió
despectivamente.
Tarek se quedó estupefacto, o
bien estaban hablando a la entrada de la cueva o estaba muerto y podía escuchar
lo que decían mientras se iba al lugar de las almas, era imposible escuchar
conversaciones tan claras a esa distancia. De golpe empezó a percibir los
sonidos y las conversaciones de toda la tribu mientras se acercaban
apresuradamente a la cueva, pero estaba tan asustado que no podía parar de
gritar.
—Coged las lanzas —decía Natalus—. ¡Saros, espera!, no entres solo.
Saros hizo caso omiso de su padre
y entró empuñando su machete con los ojos expectantes, aguardando el ataque del
lobo. Se agachó y observó a Karnaka, luego se aproximó con cautela al animal y
relajó sus hombros al ver que estaba muerto, pero cuando se volvió a contemplar
a su hermano, sus ojos reflejaron asombro y miedo.
—¡Tarek!, ¿eres tú?, ¿qué... qué
ha pasado?
Le observaba a distancia y por
algún motivo no se atrevía a acercarse a él.
—Saros desátame —le rogó.
—¡Padre! —llamó Saros con voz temblorosa—, a Tarek le pasa algo raro, no es el lobo el
que aúlla, el animal está muerto, es él, ¡corre!
Natalus entró en la cueva con
Icario pisándole los talones.
—¿Qué os pasa?, ¿por qué me miráis
así? ¿Por qué no me desatáis? —les
gritó Tarek.
—Así que es él quien aúlla y
gruñe como una bestia —Icario
compuso una sonrisa cínica al contemplarme.
—Déjalo en paz Icario —le amenazó Saros.
—¡Ya basta, callaos los dos! —gritó Natalus.
—Padre, mírale a los ojos, ya no
son castaños, los tiene de color azul y le brillan como al animal, Karnaka le
ha hecho algo —dijo Saros.
—Y Tarek la ha matado —sentenció Icario.
—¿Cómo iba a hacer eso?, ¿no ves
que está atado, imbécil? —le
gritó Saros.
—Yo no he matado a nadie —protestó Tarek enfadado.
—Por cómo nos gruñe yo no estaría
tan seguro —siguió insistiendo
Icario—. Lo que está claro es
que ese ya no es él, la bruja lo ha maldecido. Lo que yo creo es que Tarek está
muerto y el lobo ha ocupado su cuerpo.
Natalus contempló al muchacho durante
un rato sin decir una palabra, Tarek trató de hablar con ellos y explicarles lo
que había sucedido pero parecía que no entendían nada de lo que les decía.
—Tarek, soy yo —le dijo Saros acercándose un poco.
—Sé de sobra quién eres idiota,
sácame de aquí, desata las cuerdas —le pidió.
—¡Saros!, no te acerques. Vamos,
nos reuniremos y decidiremos qué hacer —le dijo Natalus sujetándolo por un brazo para hacerle retroceder.
Los hombres y las mujeres de la
tribu prendieron una hoguera y se reunieron a su alrededor. Transportaron el
cuerpo de Tarek hasta allí entre varios hombres todavía envuelto en las pieles
y atado con cuerdas. Natalus se puso en pie para dirigirse a su tribu.
— Como sabéis, al entrar en la
cueva de la hechicera la hallamos muerta al lado del gran lobo negro que nos
mandó trasladar hasta allí. A mi hijo Tarek lo encontramos tal y como lo veis
ahora, no sé qué clase de magia ha obrado en él Karnaka, pero la cuestión es
que los ojos de Tarek se han vuelto azules y en vez de hablar aúlla como lo
haría el lobo —Natalus le
observó con pena—, y ahora
debemos decidir qué hacer con él.
— Tenemos que matarlo padre, ese
ya no es Tarek, es una bestia —dijo
Icario poniéndose en pie y buscando apoyo con la mirada entre los miembros de
la tribu.
—¡Por encima de mi cadáver! —le gritó Saros—. Eres una sabandija, solo quieres quitarlo de
en medio porque todo el mundo sabe que es mejor cazador que tú.
—¡Callaos los dos! —les ordenó Natalus.
—No padre, no puedes hacerle eso
a Tarek —las lágrimas resbalaban
por las mejillas de Besasté—. Él
nunca me haría daño, ¿es que no ves cómo me mira?
—Besasté, lo siento mucho hija, pero
creo que Icario tiene razón, mira sus ojos, Tarek ya no está aquí —le dijo Natalus.
Tarek se quedó mirando fijamente
a Natalus tratando de contener la amargura que le había producido oírle hablar
así de él y guardó silencio esperando que fuese capaz de reconocerle como
Besasté pero el jefe de los Tastanos apartó la vista dándole la espalda. Sin
embargo Besasté no se dio por vencida, se llevó el dedo a los labios
indicándole a su padre que guardara silencio y se escabulló por detrás de los
demás miembros de la tribu, que se sentaban alrededor del fuego formando un
círculo, luego volvió a salir por otro lado y le llamó.
—¡ Tarek! —él giró la cabeza al escucharla y la contempló
sin saber a dónde quería ir a parar, y ella sonrió contenta—. ¿Lo ves padre?, responde a su nombre.
—Eso no quiere decir nada Besasté,
todos estábamos en silencio y se ha girado cuando ha escuchado una voz humana.
Yo creo que es un animal y deberíamos matarlo ahora mismo, antes de que atraiga
la desgracia sobre nosotros —intervino
de nuevo Icario.
—¿Por qué le odias tanto? —le preguntó Besasté—. Eres mezquino Icario, no eres capaz de querer
a nadie, has vivido con él durante mucho tiempo y nunca, nunca, le has dado
tregua.
—¡Ya basta Besasté! —la reprendió Samunatra—, no vamos a matar a Tarek.
—¡Madre! —protestó Icario.
—Calla Icario, no lo vamos a
matar, pero tampoco podemos llevarlo con nosotros —dijo mirando a su marido.
—Mi mujer tiene razón, lo mejor
que podemos hacer es apartarlo de la tribu. Lo llevaremos de nuevo a la cueva
de Karnaka, se quedará allí tal y como ella lo dejó para que no pueda seguirnos
y matar a alguien más —sentenció Natalus.
Tarek se estremeció al pensar que
le iban a abandonar atado, sabía que no sobreviviría más de tres días y eso siempre
que algún animal no diera con él antes. Se revolvió intentando escapar pero no
sirvió de nada, ni eso ni sus gritos de protesta.
Saros le contempló con pena y
Besasté no dejaba de llorar y suplicar clemencia temiendo el cruel destino que
le aguardaba. El muchacho los llamó a gritos mientras Icario y Natalus, junto
con otros hombres, le transportaban de nuevo hasta la cueva y le abandonaban
allí.
Icario se demoró a propósito y
fue el último en salir, antes de irse se giró sonriendo ampliamente y le propinó
a Tarek una patada en el estomago que le
cortó la respiración.
—Siempre has sido un estorbo, me
alegra que la bruja me haya ahorrado el trabajo de tener que matarte.
—Tú no hubieras podido conmigo
gusano, ve a esconderte entre las faldas de tu madre —le gruñó Tarek jadeando.
—No te canses bicho, nunca
saldrás de aquí, pero te prometo que el próximo invierno vendré a ver cómo te
encuentras —Icario se acercó
hasta que sus frentes se tocaron y susurró—. Ya sé que me entiendes, sé que eres tú Tarek —dijo con una sonrisa torcida antes de salir
de la cueva.
Por la mañana desde su encierro,
escuchó cómo los demás se ponían en movimiento y comenzaban a recoger sus
cosas. Saros intentó acercarse sigilosamente antes de partir.
—Padre, Saros se escapa a ver a
Tarek —le advirtió Icario a
Natalus a voz en grito.
—Saros vuelve aquí y ayuda a los
demás a recoger las pieles.
—Me las vas a pagar todas juntas
Icario —le amenazó.
—¡Saros!, recoge las pieles de la
tribu, hoy las llevarás tú —le
castigó Natalus.
—¿Y cómo esperas que haga eso?,
no sé si te has dado cuenta pero Tarek no está aquí para ayudarme y yo solo no
puedo, él cargaba con la mayoría —protestó.
—Para mí tampoco es fácil, lo
crié como a un hijo —respondió
Natalus pesaroso.
—Y lo abandonas a su suerte como
a un perro —le acusó Saros.
—No me fío de él padre ni de
Besasté, intentarán liberarlo y matará a alguien —intervino Icario.
—Icario ya basta, ve a ayudar a
tu madre por favor —le dijo su
padre.
—Pero padre... —protestó Icario.
—¡Haz lo que te digo! —le ordenó Natalus.
Cuando Icario se fue, Natalus
habló cariñosamente con Saros.
—No puede quedarse con nosotros
Saros, no sabemos si es Tarek el que está en la cueva, pero no debes
preocuparte por él, yo mismo le desataré en cuanto empecemos a alejarnos y si
de verdad es una fiera salvaje le dejaré vivir libre en el bosque. Al menos sé
que allí será feliz, pero debes aceptar que ya nunca más será un miembro de
esta tribu, no lo sería aunque volviese a hablar y a comportarse como siempre.
Karnaka me advirtió hace poco que su camino y el nuestro se separarían, además,
ahora tendrás que asumir tus responsabilidades, dentro de cinco noches
anunciaré a la tribu mi decisión sobre el futuro guía del pueblo. Sé muy bien
que la gente no quiere a Icario, pese a la vigilancia de tu madre, tu hermano
se ha empeñado en persistir con su actitud altiva, le gusta demasiado provocar
discusiones y solo mira por sí mismo, sería un guía pésimo y estoy seguro de
que bajo su mando la tribu se dispersaría. Todavía no le he dicho nada a tu
madre, así que guarda silencio, pero he decidido que tú serás mi sucesor. Eres
buen cazador y conoces el bosque mejor que nadie, además te preocupas por los
tuyos, todas esas cualidades harán de ti un gran guía hijo.
Saros se quedó callado digiriendo
todo lo que le había dicho Natalus y, aunque a Tarek le partía el corazón que
le fuesen a abandonar a su suerte, se alegró mucho por su hermano. Hubiese dado
lo que fuera por poder ver la cara de
Icario en el momento que Natalus comunicara a la tribu su decisión, pensó que
quizá si le desataba tal y como le había prometido Natalus a Saros, podría
seguirlos para ver su nombramiento escondido en el bosque.
Una vez que recogieron todos sus
enseres los escuchó alejarse y esperó agudizando el oído, confiando en que
Natalus regresaría para desatarle pero las horas pasaban y no había rastro de
él, al caer la noche se dio cuenta de que jamás lo volvería a ver, que Natalus
había mentido a Saros para evitar que se acercase a él y nadie acudiría en su
auxilio.
Giró la cabeza en todas
direcciones desesperado por encontrar algo con lo que poder desatarse, aunque
era noche cerrada sus ojos se adaptaban bastante bien a la oscuridad. Cuando se
dio cuenta que no había nada con lo que poder deshacer de las ataduras, simplemente
se tumbó a dormir esperando que la muerte llegase pronto.
En mitad de la noche escuchó
pisadas y jadeos y se concentró en los sonidos intentando adivinar de qué
animal se trataba, cuál sería la bestia que terminaría por darle muerte.
Lo primero que percibió Tarek fue
un aroma familiar que le inundó la nariz y el interior de la garganta hasta
dejarle casi sin aliento. Entraron con cautela en la cueva, con el rabo entre
las piernas y la cabeza gacha en actitud desconfiada, olisquearon las paredes
en torno a él y uno de ellos se le acercó despacio.
—No me gusta este sitio hermano, huele a muerte, huele a tu muerte —gruñó una voz en el interior de la cabeza de Tarek.
El muchacho no había estado tan
asustado en la vida, rodó por el suelo tratando de alejarse de aquella manada
de lobos.
—¡Vete de aquí bestia! —gritó.
—Has caído en una trampa humana. Nosotros te ayudaremos a volver
al bosque.
—¿Me… me entendéis?, ¿podéis
hablar? —preguntó sorprendido.
Aquel lobo de pelaje marrón y
ojos brillantes se limitó a acercar su hocico a las cuerdas que le mantenían
sujeto a las pieles y comenzó a tirar de ellas con fuerza desgarrándolas con
sus colmillos para aflojarlas.
“Entonces es verdad que estoy
maldito y ya no soy yo, soy una bestia, soy un lobo”, pensó.
—Eres un lobo —le confirmó el animal con su voz profunda
leyendo sus pensamientos —. Regresa al bosque entre los tuyos.
Tarek había pensado en ir en
busca de la tribu, todos ellos le habían decepcionado, incluso Saros al que
consideraba como a un verdadero hermano se había olvidado de él en cuanto se
enteró del cargo que le ofrecía su padre.
—Un lobo nunca camina solo, es peligroso, en el bosque hay muchos que no
son como nosotros.
Por un momento Tarek pensó en
dejarlo todo e irse con la manada pero las cuerdas terminaron de aflojarse y se
puso en pie, todavía tenía manos y piernas, todavía era humano, al menos en
parte.
—Debo irme —les dijo.
—Los humanos han dejado su aroma hace poco, no es bueno estar cerca cuando
merodean por el bosque —le advirtió el animal.
Tarek ignoró sus palabras y salió
con cautela procurando no acercarse a ninguno de ellos, a pesar de que de
alguna manera percibía que no pretendían hacerle daño alguno.
Todavía no tenía muy claro con
qué intención ni qué iba a hacer cuando estuviese cara a cara frente a Natalus.
Siguió durante gran parte de la
noche el rastro de la tribu, era una noche sin luna y la oscuridad lo envolvía
todo, pero ya no necesitaba usar la vista, su sentido del olfato y su percepción
de los sonidos se habían agudizado de forma increíble.
Al alcanzar el campamento le
llamó la atención que tuviesen a Saros atado al gran palo, a alguien de su
tamaño nunca se le imponía un castigo semejante, aquello había ocurrido un par
de veces desde que tenía memoria y todos los condenados eran hombres curtidos,
ya que se trataba de la pena más severa que se podía imponer. Cuando alguno de
los miembros hacía algo que pudiese poner en riesgo a los demás, los hombres
cortaban el tronco de un árbol que el condenado debía arrastrar todo el camino
atado a su cuerpo con cuerdas que le producían heridas lacerantes en la piel y
únicamente se le procuraba sustento una vez al día. El castigo solía durar dos
días y era realmente terrible, lo más frecuente era que el condenado se quedase
atrás debido al peso que debía cargar, pero nadie le socorría ni esperaba, solo
cuando terminaba el castigo otros hombres se encargaban de buscarlo, romper sus
cuerdas y llevar su magullado cuerpo de vuelta con el resto de la tribu.
Tarek distinguió la figura de su
hermana deslizándose sigilosamente por detrás de Saros. Su cabello negro y
lacio le caía hasta la cintura y sus grandes ojos grises observaban con preocupación
el estado de su hermano. Tarek la contempló con una sonrisa y pensó que iba a
ser una mujer muy hermosa cuando creciese.
—Gracias Besasté —escuchó susurrar a Saros, que alargó el brazo
para coger el trozo de carne que ella le tendía.
—Besasté tienes que irte —le dijo Saros—, te van a descubrir y te castigarán.
—Debería intentar ir yo a por él.
—Estamos muy lejos ya Besasté,
tendrías que caminar toda la noche y mañana lo descubrirían todo, irían a por
ti, puede que Icario incluso lograra que fueras expulsada y a Tarek lo matarían
sin piedad. Venga, vete a dormir, mañana va a ser una jornada muy dura para los
dos. Espero que consiga librarse de las ataduras sin ayuda, es listo y fuerte,
estoy seguro de que encontrará la manera.
—¿Y si no puede Saros?, ¿y si
está allí solo, atado, muerto de frío y hambre? —sollozó su hermana—. No lo podemos abandonar.
—Ya no podemos hacer nada —respondió Saros con voz cansada—. Vete ya Besasté, necesito descansar.
La vio alejarse mientras Saros se
tendía en una posición incómoda en el suelo y se echaba a llorar intentando
reprimir los sollozos. A Tarek se le encogió el corazón al escuchar su dolor,
jamás había visto llorar a su hermano.
“¡Así que por eso le han
castigado!, ha intentado volver para rescatarme”, pensó. Se avergonzó de sí
mismo por haberle juzgado tan mal e imitó a Besasté deslizándome por detrás de
él.
—Buenas noches Saros, futuro guía
de la tribu de Tastania —bromeó.
Saros dio un respingo y se
levantó tan rápido al escucharle que no tomó en cuenta el peso del tronco que
llevaba atado a la espalda, que lo arrastró de nuevo al suelo y se propinó un
buen golpe.
—¡Ay! —se quejó frotándose el hombro—. ¿Tarek? —susurró.
—Lamento haberte asustado.
—No me has asustado —dijo picado—. ¿Y cómo sabes que padre me prometió que sería el nuevo guía? —preguntó
para desviar el tema mientras se secaba
las lágrimas disimuladamente.
—Os escuché hablar.
—Imposible, estábamos lejos de la
cueva.
—Pues yo os oí perfectamente.
—No entiendo cómo pero de todas
formas fue solo una treta, lo hizo para que no se me ocurriese volver a por ti.
—No tuvo mucho éxito por lo que
veo —le dijo señalando el
tronco.
—¿Se puede saber por qué te
pusiste a aullar?
—Es difícil de explicar —respondió Tarek.
—No puedes volver con nosotros,
te echarán de aquí o te matarán. Icario...
—Lo sé Saros, no voy a volver a
la tribu, no después de lo que ha hecho tu padre.
—¿Mi padre?, ¿querrás decir
nuestro padre? —le corrigió.
—No, él ya no es mi padre, me iba
a dejar en la cueva para que muriese de hambre. Siempre he sido un extranjero
Saros, ahora lo veo claro.
Saros desvió la vista
avergonzado.
—No para todos, algunos no están
de acuerdo con la decisión pero otros… piensan que no eres humano, como Icario
y padre.
—Natalus piensa que no soy humano,
Icario sabe perfectamente quién soy yo, me lo dijo antes de irse y me dio una
patada en la boca del estomago.
—¡Ese cerdo! —exclamó Saros apretando los dientes.
—Ten cuidado con él, ahora que no
estoy verá el camino libre con vosotros dos, además, si se entera de que he
escapado estoy seguro de que montará en cólera y hará batidas para cazarme como
a una bestia.
—Oye, a mí tampoco me gusta Icario
pero… —empezó a protestar su
hermano.
—Saros, él mismo me dijo que la
bruja le había ahorrado el trabajo de matarme, ¿de verdad crees que no es
capaz?, ¿acaso no escuchaste sus palabras de desprecio en la hoguera?, quería
acabar conmigo allí mismo y créeme, él lo hubiese disfrutado. No puedo
explicarte cómo lo sé pero sentí perfectamente que anhelaba mi muerte.
—¿Nos escuchabas?
—Claro, erais vosotros los que no
me entendíais.
—No hacías más que aullar, si te
hubieras quedado callado...
—Eso habría dado igual, Icario se
hubiera encargado de echarme de todas formas y la gente ya no me querrá cerca
mientras lleve el lobo dentro.
—¿Lo llevas dentro?, ¡así que es
eso! Lo siento Tarek, ojalá nada de esto hubiese pasado pero no culpes a la
toda tribu, ellos solo hacen lo que se les manda, esto es cosa de madre e
Icario que han convencido a los demás de que eres un espíritu.
—No te preocupes Saros, está
bien, sé que no parezco yo, solo quería que supieras que jamás te haría daño.
Saros sonrió y arqueó las cejas.
—Ya te he dicho que no me has
asustado, solo me cogiste desprevenido, a mí me da igual que ahora tengas los
ojos azules, no me impresionas nada.
De pronto Tarek percibió
movimiento en la tienda de Natalus y Saros se apartó de él rápidamente.
—Ya veo que no te impresiono,
¿eh? —se burló.
—Los ojos te brillan como ascuas —le dijo Saros sin quitarle la vista de encima—
y tu rostro… es como si se envolviera
en sombras, como si fueras otro.
—Prepárate, Icario viene hacia
aquí —le avisó—. Me tengo que ir.
—¿Volverás?
—Sí, quiero ver a Besasté para
tranquilizarla.
Tarek se alejó de la tribu
internándose en el bosque. Desde la espesura contempló a sus hermanos, Saros se
estaba haciendo el dormido mientras Icario salía de la tienda, lo vio detenerse
a unos pasos de Saros y mirarlo con una expresión de profundo desprecio, se
subió las pieles a la altura de la cintura y comenzó a orinar casi encima de
Saros, que no se movió un ápice.
No fue el olor a orines lo que
revolvió el estómago de Tarek, sino su instinto advirtiéndole, pero por
entonces él no lo supo entender.
Malditos
A pesar de no tener flechas,
cuchillo ni machete, a Tarek le resultó bastante fácil dar caza a sus presas,
el lobo que albergaba en su interior le ayudaba en la tarea, sus nuevos
colmillos eran fuertes y le servían para desgarrar las piezas fácilmente, y la
carne y la sangre de los animales le llenaban de fuerza.
El día en que bajó a un rió a
beber después de haber cazado un cervatillo, entendió el miedo que había
sentido Saros al contemplarle. Tenía el rostro cubierto de sangre y los ojos
tan brillantes que no parecían humanos, se quedó un buen rato observando su
reflejo en el agua, tratando de reconocerse, antes de volver a seguir a la
tribu.
Permaneció lo suficientemente
cerca como para poder vigilar el trato que les dispensaban a Saros y Besasté y,
después de unas cuantas noches persiguiéndoles, Natalus reunió a su gente en
torno a la hoguera, niños, jóvenes y ancianos se fueron sentando alrededor del
fuego.
Natalus esperó pacientemente a
que estuviesen todos para ponerse en pie.
A Tarek le extrañó mucho que Samunatra
permaneciese tan tranquila, sentada sobre unas pieles al lado de su hijo
predilecto, Icario. Saros y Besasté por el contrario, se habían acomodado al
otro lado de Natalus dejando a su padre entremedias y evitaban mirarles. Saros
tenía la vista fija en el fuego y Besasté se agarraba a su brazo con una
expresión tensa en el rostro.
—Tastanos, ha llegado el momento
de nombrar un sucesor para cuando yo ya no esté entre vosotros. Como sabéis
tengo dos hijos fuertes y capaces, Icario y Saros. He meditado mucho mi
decisión, ya que para mí como padre es muy difícil escoger entre ellos, pero
siguiendo la tradición he decidido que mi hijo mayor Icario sea mi sucesor, ya
que tiene más experiencia que su hermano y ha demostrado que el bien común de
la tribu está para él por encima incluso de su propia familia
Tarek no se podía creer lo que
estaba escuchando, puede que Icario fuera el mayor pero, “¿más experiencia?,
¿en qué?”, pensó enfadado. Era un pésimo cazador, no sabía rastrear y además le
gustaba sembrar la discordia entre los miembros de la tribu. Natalus se estaba
escudando en el intento de Saros por rescatarle pero todos sabían el desprecio
que Icario sentía por Tarek, él jamás le había considerado familia.
Saros no parecía sorprendido por
la decisión de su padre, Besasté colocó la manita entre las suyas mientras Icario
sonreía satisfecho. Se levantó un rumor de malestar en el campamento, Samunatra
desafió con la mirada a los demás y a Icario se le borró de golpe la sonrisa de
la cara, quedó claro que a nadie le había gustado la decisión de Natalus.
Algunos miembros de la tribu se levantaron y se alejaron de la hoguera en señal
de desacuerdo.
—Bebamos a la salud de mi hijo —continuó Natalus levantando el cuerno y
tratando de ignorar el disgusto patente en los demás.
Nadie lanzó vítores ni parecían
contentos, muchos miraban a Saros con pena pero nadie se atrevió a cuestionar
abiertamente la decisión de su jefe. Tarek apretó los dientes con rabia, no
podía entender por qué Natalus había hecho semejante estupidez, tenía la esperanza
de que el que había sido su padre atrasara la decisión o se planteara realmente
elegir al más capaz de sus hijos y supuso que Samunatra tenía mucho que ver en
aquel desastre, pero el culpable de la suerte de su pueblo sería él y nada más
que él, en cuanto Natalus faltase, la tribu pasaría a menguar considerablemente
por culpa de Icario.
Saros y Besasté no se acercaron a
dormir con su familia esa noche y se acurrucaron el uno contra el otro entre
los demás.
Al día siguiente Natalus envió a
Saros y a Icario a buscar el camino más seguro para el resto mientras la tribu
recogía sus enseres. Samunatra le lanzó a Icario una mirada significativa en
dirección a Saros cuando estaba de espaldas y él asintió con la cabeza. Natalus
observó la maniobra, fue hacia su mujer y la cogió de la mano, se quedó mirando
cómo se alejaban sus hijos hacia la espesura del bosque y cuando los perdieron
de vista empezaron a recoger las pieles junto con los demás.
El corazón de Natalus se había
acelerado considerablemente cuando los contemplaba y su respiración también, Tarek
tuvo un mal presentimiento y fue tras ellos, además, había llegado el momento
de buscar un sitio en el mundo y quería despedirse de su hermano y de Besasté
primero.
Lo había meditado detenidamente
antes de decidir bajar a una de esas ciudades, como las llamaba Natalus. En una
ocasión había contemplado una de lejos, le pareció una comunidad inmensa,
formada por multitud de casas construidas con piedras en vez de barro, como era
costumbre en las aldeas que había visto las pocas veces que se aproximaban a
intercambiar las pieles por alimentos.
Icario no se separaba de su
hermano y Saros estaba tenso con él tan cerca. Llegaron a una zona del bosque
en la que Saros se agazapó señalando algo. Tarek utilizó el olfato para saber
de qué se trataba, era un simple conejo, nada que pudiese alimentar a muchos.
Pensó en dar un rodeo sabiendo
que Saros intentaría cazarlo desde el otro lado y así si fallaba, el animal
iría derecho a la posición de Icario. Lo vio indicándole con gestos que se
mantuviera en el sitio, Icario asintió sacando una flecha y Saros comenzó a
arrastrarse por el suelo de espaldas a él.
—¡Saros! —le llamó Icario.
Su hermano se dio la vuelta
confundido porque había hecho huir al conejo al alzar la voz, Icario lo
contempló con una sonrisa torcida y disparó sin piedad su arco apuntándole al
corazón, pero Saros era muy rápido y se había desplazado a tiempo, la
flecha se le clavó en un costado y soltó
un alarido de dolor. Icario sacó otra de sus flechas y se acerco a él tensando
de nuevo el arco con intención de rematarle, Saros parecía estar demasiado
dolorido para reaccionar, así que Tarek no se lo pensó dos veces y salió de su
escondite interponiéndose entre los dos. Icario le miró sorprendido y asustado
y cambió su blanco apuntándole.
—Así que al final este traidor
tuvo tiempo de rescatarte y vienes a buscarlo como el perro que eres, “guau,
guau”, no me das miedo Tarek —dijo
con voz temblorosa.
—Los lobos no ladran torpe,
aúllan —le respondió.
—¡Vaya!, sabes hablar, eso es un
problema.
—No te canses Icario, aunque no
hablase intentarías matarme de todas formas, lo sé muy bien. La cuestión es si
fallarás el tiro o no y si serás capaz tú solo de deshacerte de los dos.
Piénsalo un poco Icario, no eres rápido ni hábil como Saros o como yo. Has
hecho lo único se sabes, intentar deshacerte de tus problemas con tretas, pero
te engañas si piensas que esta vez te saldrá bien, es fácil dispararle a Saros
mientras se arrastra de espaldas por el suelo pero pregúntate si yo te daré esa
oportunidad. Vamos Icario, intenta medirte conmigo, lo estoy deseando.
—Guárdate tus amenazas, tú no eres nadie, no significas nada para la
tribu, solo se toleró tu presencia porque la bruja la impuso. No tienes voz entre
nosotros, nadie te apoyará, así que no tendré
ningún reparo en matarte y Saros es un problema, todos saben que intentará
arrebatarme el liderazgo de la tribu en cuanto padre falte —dijo entre dientes— y no voy a darle ocasión para hacerlo,
además, entérate bien Tarek, el mismo Natalus ha sido quien me ha pedido que le
de muerte para evitar que la tribu se divida —Icario escupió las palabras con rabia—. Solo estoy haciendo lo mejor para los míos y nadie me pedirá cuentas
por ello.
Saros estaba tirado en el suelo
jadeando de dolor e intentaba arrancarse la flecha, consiguió partirla y se
arrastró unos metros acercándose a los pies de Icario, que lo contempló con
desprecio pensando que trataba de pedir clemencia. Al llegar a su altura, Saros
le miró alzando trabajosamente la cabeza y con un movimiento rápido le clavó la
astilla en la pierna, cogiéndole por sorpresa.
—¡Corre Tarek!, corre! —le gritó mientras Icario se doblaba de dolor
y se arrodillaba en el suelo agarrando la astilla y arrancándosela con un grito
de furia.
Icario dejó de apuntar a Tarek y
tensó el arco en dirección a Saros dispuesto a disparar la flecha sobre la nuca
de su hermano, que se había quedado tendido a sus pies sin fuerzas. Tarek
corrió veloz hacia ellos para impedirlo y, al darse cuenta de su proximidad,
Icario se giró para apuntarle y disparó. Tarek saltó hacia un lado pero la
flecha le alcanzó en la mano atravesándole la palma.
Miró con odio a Icario y gruñó
dispuesto a arrancarle el corazón, él le contempló muerto de miedo y empezó a
gritar pidiendo auxilio a la tribu mientras buscaba con manos temblorosas otra
flecha a su espalda para dispararle.
Tarek sopesó la situación, tenía
que pensar en la mejor opción, por un lado quería quedarse y darle su merecido
a Icario pero por otro sabía que debía ayudar a Saros antes de que los miembros
de la tribu llegaran hasta ellos, no se fiaba del destino que correría en manos
de Natalus y Samunatra y nadie iba a escuchar sus explicaciones.
Le dio un golpe a Icario con el
puño que lo dejó atontado por unos momentos, luego se agachó junto a Saros y se
lo cargó a la espalda. La gente
empezó a aproximarse rápidamente y estuvo corriendo casi toda la mañana,
consciente de que debían perderse en el bosque lo más deprisa posible para que
nadie los encontrase, hasta que dio con una pequeña cueva dentro de un árbol, oculta
por maleza, donde sentó a Saros a su lado apoyando su cuerpo contra el tronco,
después se concentró en los sonidos del bosque esperando que nadie encontrase
su rastro.
Pasaron muy cerca pero no los
vieron, mientras los buscaban Tarek captó la conversación entre Icario y
Natalus, hablaban en alto con el propósito de que los demás pudiesen
escucharles y, por sus palabras, fue consciente de que ellos venían a cazarles
para asegurarse de darles muerte.
—Fue por aquí padre, Tarek lo
atacó salvajemente y lo arrastró hacia el bosque, lo más probable es que ya
esté muerto y lo devore, o peor aún, que le haya robado el alma y esté tan
maldito como él —“El muy cerdo
me ha echado la culpa de la suerte de Saros”, pensó con rabia.
Contempló a Saros sentado a su
lado, el sudor le recorría todo el cuerpo y su corazón latía cada vez más bajo.
—Sácame la flecha, no quiero morir con esta flecha en mi cuerpo
como si fuese una pieza de caza de Icario. Tú eras mi único hermano Tarek y
solo espero que algún día nos volvamos a encontrar —susurró casi sin fuerzas.
No quiso que lo último que viese
Saros fuese su desdicha, verle de esa manera hizo que el alma de Tarek sintiese
dolor físico. Le sonrió mirándole a los ojos y tragándose la tristeza, arrancó
sin vacilación su flecha y después se deshizo de la que atravesaba su mano,
colocando la palma encima del costado de su hermano.
—Ahora tenemos la misma sangre —le dijo.
Saros compuso una mueca de dolor
y se desvaneció.
Tarek se quedó allí, pensando
para consolarse que quizá Saros estuviese en lo cierto y en otro lugar podrían
encontrarse de nuevo, que llevarían la misma sangre y eso haría más fácil que
pudiesen volver a estar juntos.
Las horas pasaban y no quiso
moverse de su lado hasta que llegase el momento en que Saros expirase. Sin
comida ni ganas de vivir, poco a poco fue cayendo en un sopor y se quedó
dormido.
Cuando cayó la tarde se despertó
asustado recordando lo que había pasado, abrió los ojos y vio a Saros a su
lado, todavía estaba en la misma posición en la que lo había dejado y aunque su
corazón latía débil en su pecho, seguía con vida. Se admiró de lo fuerte que
era su hermano y se quedó a su lado hasta que volvió a caer la noche, entonces
salió de la cueva en busca de agua y algo de comida para los dos, con la
esperanza de que se recuperase.
Con gran esfuerzo consiguió hacer
un fuego y puso la carne a tostarse, Saros no estaba acostumbrado a comer carne
cruda y Tarek pensó que probablemente no le sentaría igual de bien que a él.
Dejó la carne al fuego y entró en la pequeña cueva para darle agua a su hermano
que bebió desesperado, estaba muerto de sed, luego le ayudó a comer. Saros no
probó apenas bocado, le costaba un enorme esfuerzo el hecho de masticar y tragar
debido a su estado. Volvió a darle agua nuevamente, apagó el fuego y salió a buscar
un refugio más espacioso y menos frío en el que poder cobijarse los dos.
Estaba corriendo por el bosque
cuando escuchó su llamada.
—¡Tarek, Saros, contestad! ¿Dónde
estáis? —la voz de su hermana
sonaba muy lejana y la siguió hasta encontrarla deambulando sola y temblando de
frío en el bosque.
—¡Besasté!, ¿qué haces aquí?,
esto está lleno de criaturas salvajes, vuelve con la tribu.
Cuando se giró para mirarle, la
pequeña Besasté tenía el rostro anegado en lágrimas.
—¿Qué le ha pasado a Saros? —preguntó hipando.
Tarek dudó si debía contárselo,
no quería destrozarle más el corazón, pero sabía que ella era inteligente y no
se le podía esconder nada.
—Fue Icario, le disparó una
flecha por la espalda pero erró el tiro y en vez de alcanzarle en la nuca le
dio en un costado. Está gravemente herido, no estoy seguro de que salga
adelante Besasté, lo siento.
—Me lo imaginaba —sollozó ella—, sabía que tú no le harías daño ¿Puedo verle?
—Ahora no, debo buscarle un nuevo
refugio y no quiero estar mucho tiempo lejos de él, tengo que irme.
—Llévame con vosotros Tarek, no
quiero estar aquí sola —le rogó
con ojos suplicantes.
—No Besasté, debes volver y yo
tengo que irme ya.
Besasté bajó la vista al suelo.
—Al menos espera aquí un momento,
os traeré algunas pieles, hace frío y caeréis enfermos.
—Yo no tengo frío Besasté —respondió poniendo la pequeña manita de su
hermana en su pecho—, he notado
que desde que llevó al lobo dentro no me afecta como antes. No te preocupes, le
daré calor a Saros hasta que me haga con algunas pieles, debo irme ya, adiós.
—¿Volveré a veros?
—No lo sé Besasté, cuídate mucho
y por favor, mantente alejada de Icario —le advirtió.
—No te preocupes por mí, adiós
Tarek —Besasté le agarró de la
mano y tiró de él para que bajara a su altura y así poder darle un beso.
Ella no se movió del sitio cuando
su hermano adoptivo volvió a internarse en el bosque, por su forma entrecortada
de respirar, Tarek supo que estaba intentando reunir valor para dejar de llorar,
solo tras un buen rato la escuchó alejarse lentamente hacia donde se asentaba
la tribu.
Tarek se pasó toda la semana
siguiente cuidando de Saros en un nuevo refugio, hizo un lecho con ramas y lo
cubrió con ellas. Saros se quejó varias veces de que su cuerpo le quemaba por
dentro y se las quitaba de encima, por lo que Tarek empezó a pensar que era su
sangre lo que le había traído de vuelta a la vida, él había tenido la misma
sensación de que le ardían las entrañas cuando Karnaka le transformó, así que
volvió a morderse la mano varias veces y mezclar la sangre de Saros con la suya
vertiéndola encima de la herida de su costado. Saros se revolvía dolorido
cuando entraba en contacto con su piel pero fue mejorando poco a poco.
A las siete noches Tarek ya no
tenía ni rastro de la herida de la mano. Saros tardó semanas en recuperarse lo
suficiente como para ponerse en pie y le quedó una cicatriz considerable en el
costado.
El tiempo que pasaron escondidos
en el bosque lo aprovecharon para salir a cazar juntos y así se hicieron con
unas cuantas pieles. Saros observaba a Tarek pero casi no hablaba con él, Tarek
respetó su silencio esperando que fuese capaz de recuperarse y volviera a ser
el mismo de siempre.
—Tengo que volver —le dijo por fin un día mirándole seriamente.
—Ya no puedes Saros.
—Quiero verlos, tengo que hablar
con madre —insistió.
—No pienses más en ello,
seguramente Icario te mintió, ¿de verdad crees que Natalus...? —Tarek se
quedó callado intentando encontrar
palabras que no le hiriesen.
—Sí.
—Eres su hijo, la lengua de
Icario es venenosa, ya le conoces.
—Ellos nunca me han querido, solo
miran por sus tradiciones, únicamente soy válido en caso de que Icario muera,
¿es que no lo entiendes? Mi padre me mintió Tarek, me dijo que yo sería el
nuevo guía solo para que te dejase allí, además, tiene razón, en cuanto padre
falte el resto de la tribu pedirá que yo sea el nuevo guía, la gente ya le
había comentado la conveniencia de que me nombrase a mí su sucesor, me he
convertido en un estorbo para ellos.
—No sé qué decirte Saros, lo
siento.
—Quiero verla, ¿me vas a ayudar o
no?
Tarek vio la resolución en los
ojos de su hermano y decidió que lo mejor sería acompañarle para evitar que
Icario le encontrase primero, rastrearía su olor y si percibía peligro podría
salir huyendo, pensó que si lo dejaba ir solo probablemente acabarían matándole,
así que asintió.
—¿Tarek?
—¿Sí?
—¿Podrías... —Saros le miró a los ojos y se le aceleró el
corazón, Tarek sabía que algo le rondaba la cabeza y le daba vergüenza decirlo— encontrar el rastro de Rilara?, debo hablar
con ella primero.
Tarek sonrió involuntariamente al
escuchar su petición, Rilara había sido la primera mujer con la que había
estado, él y casi todos los chicos de su edad, era algo mayor que Tarek y muy
hermosa, a todos les gustaba lo ardiente que era.
—No me digas que te vas a parar
a... estar con ella —se carcajeó.
—¿Cómo sabes tú eso?
—¡Saros!, no lo sabes, ¿verdad?
Todos los que no tenemos mujer hemos estado con ella y algunos de los que la
tienen también.
—¡Eso no es verdad! —protestó Saros—, ¿o... sí? —titubeó mirándole de reojo.
—Lo siento, pero es verdad.
—Vaya, pues me quedo mucho más
tranquilo —respondió pensativo.
—¿Qué?, ¿por qué? —Tarek había pensado que su hermano se enfadaría con
él por abrirle los ojos sobre Rilara, a veces Saros era muy testarudo y su
respuesta tranquila le cogió desprevenido.
—La han reservado para Icario,
estaba nervioso pensando que la había dejado en una mala situación cuando él se
enterase de que no era su primer hombre —le aclaró.
Ambos se miraron y se echaron a
reír a carcajadas.
—¿Te imaginas qué pareja van a
hacer esos dos?, el avasallando a todo el mundo y ella repartiendo amor —le dijo entre risas Tarek.
Saros se desternilló de risa
tapándose con la mano el costado.
—¡Qué animal Tarek!, no digas
esas cosas que se me va a volver a abrir la herida.
Cuando se calmaron, Saros contempló
a Tarek con media sonrisa.
—Ahora estoy seguro de que eres
tú Tarek.
—No del todo Saros, y no me
refiero solo a mi parte de lobo sino a la humana también, lo que ha pasado con
la tribu me ha marcado, yo nunca volveré con ellos, nunca, aunque Icario no
estuviese y aunque tú te convirtieras en el jefe de la tribu, jamás podría volver
a mirar a Natalus, Samunatra y tampoco a los demás sin recordar que nadie
excepto Besasté y tú movió un dedo en mi favor, ni olvidar sus caras temerosas
cuando decidieron dejarme abandonado.
—Lo lamento Tarek pero no
deberías culparlos, ahora tu aspecto es muy distinto, no solo son tus ojos, mírate
los brazos y las piernas, yo nací antes que tú y sin embargo parezco un niño a
tu lado. De todas formas lo entiendo, yo siento lo mismo con respecto a mi
familia, sé que ya nunca más seré bien recibido por ellos, a excepción de
Besasté, claro. No voy a volver, yo tampoco podría pero no voy a marcharme sin
saber si lo que dijo Icario es cierto, necesito saberlo. Quiero hablar con
madre, estoy seguro de que ella está al tanto de todo y que la idea ha salido
de su cabeza.
—Está bien, iremos a ver a
Samunatra, pero nada de visitas amorosas, seguro que en la ciudad hay muchas
mujeres y...
—¿La ciudad?, ¿te refieres a ese sitio
con las casas de piedra? —preguntó
Saros sobresaltado.
—Iba a dirigirme hacia allí
después de despedirme de ti, creo que en ese lugar podré pasar desapercibido —el corazón de Saros latía a toda velocidad,
no le gustaba la idea—. Natalus
me contó que en las ciudades vive toda clase de gente y que hay uniones de
todas las razas. Es el único sitio al que podré ir Saros, no seré aceptado en
ninguna otra tribu, mírame bien.
—Pero él también dijo que la
gente era malvada y codiciosa, y que nadie se preocupaba por los demás —protestó su hermano.
—Natalus dice muchas cosas, quizá
sea cierto o quizá no, ¿acaso sigues confiando en él después de todo lo que ha
pasado? Sé que no hay otro sitio para mí, ¿y qué otra cosa podemos hacer
Saros?, piénsalo.
Saros se le quedó mirando muy
seriamente, cavilando sobre lo que le había dicho.
—Entendería que te quedases con
ellos si te vuelven a aceptar —le
tranquilizó Tarek.
Pese a lo que le acababa de
decir, sabía que Saros albergaba la esperanza de que Samunatra le dijera que
Icario había mentido, que ellos le querían y que no tenía ni idea de que había
planeado su muerte. Saros deseaba que Natalus se enfadara y destituyera a
Icario nombrándole a él guía de la tribu pero Tarek estaba seguro de que nada
de eso iba a pasar, había visto a Samunatra y a Natalus observando a Saros
antes de internarse en el bosque con Icario y sabía que ellos estaban enterados
de lo que había hecho. Le entristeció pensar en la pena que sufriría su hermano
al comprobar que todo era cierto, pero también sabía que la única manera de que
Saros terminara por aceptarlo sería que lo comprobase por sí mismo.
A la salida del sol siguieron el
rastro de la tribu por el bosque, días después dieron con ellos y esperaron
ocultos el momento de abordar a Samunatra, pero no se alejaba casi nunca del
grupo. Tarek se desesperaba porque estaba deseando empezar su nueva vida lejos
de la tribu y cada día se le hacía más larga la espera.
Por fin un día la vieron
adentrarse en el bosque sola, la siguieron de cerca rodeándola hasta quedar a
su espalda, la agarraron por detrás tapándole la boca para ahogar cualquier
grito y la arrastraron hacia el interior del bosque. Ambos hermanos sabían que tendrían poco
tiempo antes de que la echasen de menos y empezaran a buscarla.
Saros se puso delante de ella
mientras Tarek la mantenía sujeta por detrás.
—Quítale la mano de la boca
Tarek, quiero escuchar lo que me tiene que contar, pero ten en cuenta madre que
si gritas, te partirá el cuello antes de que puedan venir en tu auxilio.
El corazón de Samunatra se
aceleró, tenía miedo y el sudor empezó a recorrer su cuerpo.
—¿Qué es lo que queréis? —su manera de mirarle, tal y como se mira a un
extraño, se lo dijo todo a Saros.
—Así que Icario no mentía,
cumplía órdenes de Natalus.
Samunatra echó la cabeza hacia
atrás como si quisiera alejarse de ellos a toda costa.
—¿Qué vais a hacer conmigo?,
¿habéis venido a matarme? Yo no tengo la culpa, fue todo idea de tu padre. No
me hagas daño —rogó temblando.
—¿Fue él quien ordenó a Icario
que me matara?
Samunatra asintió y Saros se dio
la vuelta reprimiendo las lágrimas.
—Saros, venga, vámonos —le apremió Tarek—, ya no tenemos nada que hacer aquí —puso la boca a centímetros del oído de su
madre adoptiva y le habló con todo el rencor de su corazón—. Tu tribu no sobrevivirá bajo el mandato de
Icario, es cruel, egoísta y mentiroso, el digno hijo de sus padres, no durareis
ni un invierno cuando él sea jefe. Será mejor que no le digas a nadie que nos
has visto si quieres llegar a ver el fatídico día en que tu despreciable hijo asuma
el puesto de guía, porque dejaré salir lo que llevo dentro, os atacaré y no
tendré piedad, acabaré con todos vosotros —la amenazó.
Samunatra se tapó los ojos y empezó
a llorar, cuando se atrevió a mirar de nuevo se dio cuenta de que ya no estaban
allí, sus hijos habían desaparecido como fantasmas dejándola sola y temblorosa
en medio del bosque.
Los hermanos se distanciaron de
la tribu buscando un sitio seguro para pasar la noche, Saros no dijo una
palabra en todo el trayecto, se refugió en sus pensamientos hasta que la
oscuridad lo cubrió todo.
—¿Podrías hacer eso Tarek? —preguntó de pronto. Él le miró extrañado por
su pregunta—. ¿Podrías matarlos
a todos? —volvió a preguntar.
—La verdad no, creo que no, a
muchos sí pero a todos lo dudo.
—Ella te creyó, casi se muere del
susto.
—Tú también lo creíste, ¿verdad?
—Sí, te creí —Saros parecía algo avergonzado al contestar
—No voy a hacerlo Saros, yo no
soy un asesino, no sé siquiera si podría matar a Icario mirándole a los ojos
aunque sea una sabandija. Además, piensa en Besasté, ¿qué sería de ella?, todavía
es una niña, no podemos llevarla a la ciudad con nosotros.
—No quiero que los mates, solo...
fue un arrebato, ahora mismo me gustaría verlos sufrir a todos pero yo tampoco
podría matar a la que ha sido mi gente —Saros bajó la vista con expresión abatida—. Me gustaría poder despedirme de ella, en este
momento Besasté es lo que más me cuesta dejar atrás. Me da miedo la suerte que
pueda correr cuando crezca, ¿y si Icario intenta matarla a ella también?, sabes
que siempre le planta cara.
—Yo también estoy preocupado por
Besasté, he pensado que deberíamos hacerle una visita a Icario, pero ahora
Samunatra estará prevenida, puede que nos esperen y nos tiendan una trampa.
—Tenemos que ir Tarek, si no lo
hacemos acabará muerta, eso seguro —protestó Saros.
—La vigilaremos de cerca por
ahora e intentaremos hablar con ella para ver cómo está, debemos esperara para
abordar a Icario, es un cerdo pero también muy listo, será cauto.
>>Pero quiero que tengas
una cosa presente Saros, pase lo que pase, después de advertir a Icario yo me
marcharé, me iré y no volveré nunca más. Karnaka me advirtió seriamente de que
mi primer sentimiento de furia sería heredado por mi descendencia y llevo
conteniendo mi rabia mucho tiempo para no dejarla salir, no puedo perjudicar mi
futuro por la gente de la tribu, no merecen la pena, son todos unos cobardes.
Los siguieron durante al menos un
mes antes de encontrarse con Besasté a solas. En cuanto les vio se abrazó a
ellos y comenzó a llorar amargamente. Icario la golpeaba en cuanto su padre la
perdía de vista, tenía su cuerpecito lleno de cardenales y tal y como
sospechaban, Samunatra no levantaba un dedo para ayudarla. También les advirtió
que su madre se lo había contado todo a Natalus y que la gente estaba en guardia
esperando a que atacasen. Les rogó que la llevasen con ellos para evitar enfrentamientos
pero la tranquilizaron diciéndole que no iban a atacar a nadie, aunque no la
dejarían sin haber amenazado antes a Icario para que no se atreviese a tocarla
nunca más.
Días después Icario se separó del
grupo de cazadores y aprovecharon la ocasión para abalanzarse sobre él como
fieras. Lo golpearon sin piedad arrinconándolo contra un árbol. Icario les
contempló con cara de asombro y miedo. Tarek lo cogió por el cuello y lo
aplastó contra el tronco y Saros le arrebató el cuchillo y se lo puso en la
entrepierna.
—Hola Icario, ¿no vas a darme el
gusto de intentar gritar? —le
preguntó Tarek apretando la mandíbula y pegando su frente contra la de su hermanastro—.
Lástima, me hubiera gustado tener una
excusa para abrirte la garganta.
—No sé Tarek, creo que yo voy a
clavárselo —dijo Saros
cínicamente—, las excusas no son
lo mío.
El corazón de Icario latía
desbocado por el pánico.
—Mierda, ¿qué… ? ¡Mira Tarek, se
ha meado encima! —se burló Saros
retirando el arma deprisa para que no se la manchara mientras se echaban a
reír.
Icario les lanzó una mirada
suplicante, se le llenaron los ojos de lágrimas y rompió a llorar sollozando
como un niño.
—No me matéis por favor, lo
confesaré todo ante los demás, no quiero morir —lloriqueó.
—Vas a morir Icario, si vuelves a
tocar a Besasté, morirás —le
amenazó Tarek—, te prometo que
no podrás volver a salir a mear sin tenerme encima, ¿me has entendido?
—No volveré a acercarme a ella,
lo juro.
—Y les contarás a todos la verdad
—le dijo Saros— sobre Tarek y sobre mí, dejaremos que sean
ellos los que decidan si debemos irnos o quedarnos —añadió Saros.
Tarek se quedó perplejo mirando a
Saros pero él le ignoró. Su plan no era marcharse a la ciudad, quería volver
con los suyos. Tarek se lo había temido pero no se imaginaba que todavía
quisiera hacerlo después de lo que había pasado.
—Saros, eso no puede ser, no nos
volverán a aceptar, vámonos ya.
—No, yo me quedo, me voy a
asegurar de que este cerdo cumpla su palabra.
Tarek tenía la certeza de que
Icario se volvería contra Saros en cuanto él se fuese.
—Está bien, pero sea cual sea la
decisión de la tribu yo ya he tomado la mía Saros, te ayudaré a volver si eso
es lo que de verdad quieres pero luego me marcharé.
Entre los dos arrastraron a Icario
al campamento, la gente los miraba con los ojos muy abiertos y se quedaban
paralizados sin saber qué hacer.
—¡Natalus! —llamó Saros a gritos—, sal, muéstrate, tenemos a Icario.
Samunatra llegó corriendo y se detuvo
a unos metros de ellos, los miraba como un animal acorralado buscando apoyo a
su alrededor con la mirada, esperando que algún hombre les atacase, pero nadie
se movió.
—¡Natalus! —volvió a llamar Saros—, sal cobarde, cuéntale a tu gente lo que has
hecho, cuéntales cómo ordenaste a Icario que me matase.
Saros estaba tan furioso que
empezaba a contagiar su ánimo a Tarek, pero él se contuvo echando mano de toda
su fuerza de voluntad para que la profecía de la bruja no cayese sobre sus
descendientes.
Natalus salió del bosque y se
acercó poco a poco sin quitarles la vista de encima, deteniéndose a una distancia
prudencial de ellos.
—¡Cuéntale a los demás cómo intentaste
deshacerte de tus hijos! —le
gritó Saros.
La tribu se volvió a mirar a
Natalus y fue entonces cuando Icario se revolvió y empujó a Saros haciéndole
caer en el suelo, corrió al lado de su padre y les miró con odio.
—Están malditos los dos, ¿es que
acaso no lo veis? No os acerquéis a ellos, vienen a matarnos a todos. ¡Mirad a
Tarek, tiene los ojos de un demonio! —gritó señalándole con el dedo y luciendo un semblante altivo cuando se
vio libre y rodeado de otros hombres.
—¡Mentiroso, cruel y ruin! —le gritó Saros—. Natalus le envió a matarme porque soy mucho
mejor rastreador que él y temía que vosotros me eligieseis a mí como guía
cuando ya no esté entre los vivos.
La gente de la tribu guardó
silencio esperando la reacción de Natalus.
—Icario es mi hijo y vosotros dos
sois ahora extranjeros, os he criado y os he alimentado, lo que sois me lo
debéis a mí.
—Ese no es mi caso Natalus —le aclaró Tarek—, lo que yo soy se lo debo a Karnaka y el que
me acogieras también. Dime, ¿por qué?, ¿por qué decidiste deshacerte de Saros y
no de Icario? Sabes que será mucho mejor guía.
—Las costumbres son lo que hace que una tribu sobreviva, cuando las
cambias estás condenando a tu gente a una muerte segura. Siempre ha sido y
siempre será así. Karnaka y tú sois la prueba de ello, os dejamos vivir entre
los nuestros y solo trajisteis la discordia a la tribu —Natalus le miró con desprecio.
—Vete demonio, aquí nadie te
quiere, ya no eres bienvenido
Icario escupió al suelo después
de hablar y echó mano de un arco prendiendo fuego en la punta de la flecha y
apuntando a Tarek con él.
En ese momento Besasté salió del
bosque y les vio, corrió hacia ellos gritándole a Icario que bajara el arco, él
hizo caso omiso de las palabras de Besasté, disparó su flecha y ella interpuso
su cuerpo para protegerlos. La pequeña Besasté profirió un grito agudo y luego
se quedó inmóvil en el suelo. Natalus corrió a auxiliar a su hija que había
quedado tendida en el suelo boca abajo y le dio la vuelta.
Su corazón todavía latía pero la
flecha de Icario le había alcanzado en el rostro y le había reventado el ojo
izquierdo, la sangre comenzó a cubrirle parte de la cara y el pelo.
—Eso es lo que les pasa a los que
osan retarme —gritó Icario
mirando al resto de la tribu, sin inmutarse por lo que le había hecho—, esta es ahora mi gente, cualquiera que ose
apoyaros recibirá el mismo trato que Besasté y ahora fuera de aquí.
La crueldad de Icario con su propia
hermana, su forma de hablar y la pasividad de la tribu ante su actitud, habían
ido haciendo mella en el alma de lobo de Tarek. Primero le habían abandonado a
su suerte, después habían intentado matar a Saros y ahora la pequeña Besasté
yacía en el suelo sin que nadie moviese un dedo por ayudarla.
No podía a consentir ni una
injusticia más, no soportaba la idea de que el gusano de Icario se atreviera a
darle órdenes como si fuese el amo del mundo, ni que manejara la vida de sus
hermanos a su antojo. Fue entonces cuando empezó a notar que la ira se abría
paso en su alma y ese sentimiento de furia, de que no iba a volver a dejar que ningún
ser vivo fuese dueño de su destino o del de los suyos, se asentó en su alma, pudo
sentirlo tan nítidamente como si los sentimientos pudiesen tocarse y allí se
quedaría para las futuras generaciones.
Un aullido feroz e involuntario
salió de su garganta y los hombres que estaban alrededor de Icario echaron a
correr despavoridos, él no se movió de donde estaba paralizado por el miedo
cuando Tarek se abalanzó sobre él. Le dio un puñetazo en la mandíbula que lo
hizo salir volando por los aires varios metros y aterrizar pesadamente en el
suelo de espaldas.
—¡Mátalo! —le gritó Natalus. Tarek se giró y le
contempló mientras sostenía a Besasté entre sus brazos sin dejar de acariciarle
la cabeza—. ¡Mátalo Tarek! —le ordenó.
Fue hacia Icario y lo agarró por
un tobillo lanzándolo nuevamente por el aire en dirección a Natalus, Icario
gritó de dolor por la pierna que le acababa de romper e inutilizar de por vida.
Su magullado cuerpo cayó como una piedra al lado de Natalus.
—Mátalo tú Natalus, deshacerte de
tus hijos se te da mejor que a mí y míralo bien antes de hacerlo porque es tu
viva imagen.
—Te repudio —le dijo Natalus con ira—, ya no eres bienvenido, vete Icario, esta ya
no es tu tribu. Saros, tú ocuparás su lugar.
Saros se quedó mirando a su padre
y luego se volvió a mirar a Tarek sin decidirse.
—Éste es tu sitio Saros, debes
quedarte con ellos, debes ser su guía, Besasté te necesita —le animó.
—No tienes por qué irte Tarek,
quédate conmigo —le pidió.
Samunatra, que había estado
mirando amedrentada hasta ese momento lo que pasaba, se enfrentó a Natalus al
escuchar su decisión sin darle tiempo a Tarek a responder al ofrecimiento de
Saros.
—No puedes hacer eso, Saros no es
digno, Icario es tu sucesor, tu hijo primogénito, todo esto es por ella —dijo señalando a Besasté—, es solo una mujer. Siempre la has querido más
que a Icario. Si repudias a tu hijo yo me marcharé con él, te lo advierto.
—Adelante Samunatra, vete, al fin
y al cabo tú tienes la culpa por haberlo malcriado —le contestó Natalus— y siempre podré volver a unirme a otra mujer
que me de nuevos hijos.
Samunatra lo miró con odio y se
dio la vuelta, todos pensaron que se retiraba a su tienda pero le arrebató a un
hombre su machete y corrió con los brazos alzados hacia donde estaba Natalus.
—Entonces yo te quitaré lo que más
quieres —gritó con una expresión
feroz mirando hacia Besasté.
Antes de que pudiese llegar hasta
su hermana, Tarek la empujó para apartarla de ella y Samunatra cayó al suelo
golpeándose mortalmente con el machete en la cabeza.
—¡La has matado, has matado a mi
madre, asqueroso demonio asesino! —Icario se puso a gritar desesperado cuando se dio cuenta de que Samunatra
no se movía.
La gente se apartó temerosa de
donde estaba Tarek, la mirada incrédula de Saros iba del cadáver de su madre a
él. A Tarek le entró el pánico por lo que había hecho y se puso a correr en
dirección al bosque. Su tiempo con ellos había terminado.
Hx - �O� �iM tify;text-indent:35.45pt;line-height:
150%'>—Natalus piensa que no soy humano,
Icario sabe perfectamente quién soy yo, me lo dijo antes de irse y me dio una
patada en la boca del estomago.
—¡Ese cerdo! —exclamó Saros apretando los dientes.
—Ten cuidado con él, ahora que no
estoy verá el camino libre con vosotros dos, además, si se entera de que he
escapado estoy seguro de que montará en cólera y hará batidas para cazarme como
a una bestia.
—Oye, a mí tampoco me gusta Icario
pero… —empezó a protestar su
hermano.
—Saros, él mismo me dijo que la
bruja le había ahorrado el trabajo de matarme, ¿de verdad crees que no es
capaz?, ¿acaso no escuchaste sus palabras de desprecio en la hoguera?, quería
acabar conmigo allí mismo y créeme, él lo hubiese disfrutado. No puedo
explicarte cómo lo sé pero sentí perfectamente que anhelaba mi muerte.
—¿Nos escuchabas?
—Claro, erais vosotros los que no
me entendíais.
—No hacías más que aullar, si te
hubieras quedado callado...
—Eso habría dado igual, Icario se
hubiera encargado de echarme de todas formas y la gente ya no me querrá cerca
mientras lleve el lobo dentro.
—¿Lo llevas dentro?, ¡así que es
eso! Lo siento Tarek, ojalá nada de esto hubiese pasado pero no culpes a la
toda tribu, ellos solo hacen lo que se les manda, esto es cosa de madre e
Icario que han convencido a los demás de que eres un espíritu.
—No te preocupes Saros, está
bien, sé que no parezco yo, solo quería que supieras que jamás te haría daño.
Saros sonrió y arqueó las cejas.
—Ya te he dicho que no me has
asustado, solo me cogiste desprevenido, a mí me da igual que ahora tengas los
ojos azules, no me impresionas nada.
De pronto Tarek percibió
movimiento en la tienda de Natalus y Saros se apartó de él rápidamente.
—Ya veo que no te impresiono,
¿eh? —se burló.
—Los ojos te brillan como ascuas —le dijo Saros sin quitarle la vista de encima—
y tu rostro… es como si se envolviera
en sombras, como si fueras otro.
—Prepárate, Icario viene hacia
aquí —le avisó—. Me tengo que ir.
—¿Volverás?
—Sí, quiero ver a Besasté para
tranquilizarla.
Tarek se alejó de la tribu
internándose en el bosque. Desde la espesura contempló a sus hermanos, Saros se
estaba haciendo el dormido mientras Icario salía de la tienda, lo vio detenerse
a unos pasos de Saros y mirarlo con una expresión de profundo desprecio, se
subió las pieles a la altura de la cintura y comenzó a orinar casi encima de
Saros, que no se movió un ápice.
No fue el olor a orines lo que
revolvió el estómago de Tarek, sino su instinto advirtiéndole, pero por
entonces él no lo supo entender.
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