sábado, 11 de abril de 2015

Mi última novela: Entre el amor y el sarcasmo

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                               

                                                                    Capítulo I


El funeral fue como cabía esperar, el señor Codovan no tenía amigos y tampoco estaba casado, así que el cortejo fúnebre que acompañaba el féretro en su último adiós en el Mount Hope Cementery de Boston, se componía únicamente de nosotros, los empleados de Stielder Company.
Paseando la vista a mi alrededor me di cuenta de que nadie estaba mirando hacia el ataúd, todos los ojos estaban puestos en la pose rígida de Arthur Stielder.
No era la única que se moría de ganas por saber qué tendría que decir en la reunión del lunes, tras hablar con el consejo directivo. Habría cambios, seguro. A Roy, mi jefe, le había costado trabajo no sonreír cuando se enteró de la muerte del señor Codovan, ya se veía ocupando su cargo, pero no las tenía todas consigo, Thomas Elder y Catherine Newman, también optaban al puesto.
Los demás, todos pequeños peones como yo, habíamos hecho una porra al respecto.

—¿Quiere dedicarle unas palabras al finado? —el párroco interrumpió mis pensamientos y alcé el cuello para observar el semblante del señor Stielder.
Arthur Stielder se acercó al ataúd y carraspeó. Su sentido de la moda se había quedado en los años setenta, llevaba un impecable traje negro hecho a medida de tres botones en vez de dos, sus pantalones eran demasiado anchos y su chaqueta demasiado corta y estrecha, y en sus solapas, exageradamente amplias, habría podido aterrizar un 747.
Antes de hablar nos dedicó a todos una de sus miradas gélidas y arrogantes, para cerciorarse de que no hubiese murmullos mientras él soltaba su discurso.
—Creo que hablo en nombre de todos cuando digo que Codovan ha sido una inspiración para nosotros. Robert, era un hombre enamorado de su trabajo, echaremos de menos la pasión que ponía en hacer de la compañía Stielder una de las empresas más fuertes del país, llevándonos al éxito en innumerables ocasiones. Era un hábil, certero, siempre iba un paso por delante de la competencia, siempre dispuesto a pelear por nuestra gran familia empresarial. Por eso estamos todos hoy aquí, para despedir al hombre que hizo posible que nuestros sueños llegasen tan lejos. Te echaremos de menos, amigo.
—¿Amigo? Tú no tienes amigos, Cacatúa —susurró Anna a mi lado.
—Calla, me vas a hacer reír —dije bajando la cabeza para disimular una sonrisa.
—¿Te has fijado en los carroñeros? Mi jefa ha estado sacando brillo a sus colmillos —comentó dirigiendo la mirada hacia Catherine Newman.
—El mío se pasó todo el viernes tarareando alegremente, ya se ve en el puesto —le respondí resoplando.

Finalizada la ceremonia, la gente empezó a abandonar el cementerio entre murmullos. Catherine Newman alzó la mano y la agitó con fuerza, demasiado cerca del ataúd del señor Codovan, me pareció un gesto de mal gusto. Claramente trataba de llamar la atención de Anna, ¡como si fuese posible ignorarla!, cualquiera habría podido perder la vista eclipsado por tanto complemento. A mí me dedicó una mirada de desconfianza. No sé por qué, los jefes están absolutamente convencidos de que las secretarias de los demás somos completamente fieles a nuestros superiores, como perrillos falderos sin otra cosa que hacer que adorar a su amo, cuando lo cierto es que todas estamos de una u otra manera, cansadas de sus manías e intrigas de oficina.
—Nos vemos en Tooll´s —se despidió Anna.
Tooll´s es el pub al que acudimos los sábados por la noche, un sitio nuevo que descubrimos por casualidad en Cambridge, una noche en la que nuestra intención era ir al Regatta Bar, en Benett Street, para disfrutar de buen jazz, y una lluvia torrencial nos sorprendió unas manzanas antes de llegar, obligándonos a refugiarnos en el callejón lúgubre donde está situado.
Al principio nos asustamos porque la clientela no puede describirse como selecta precisamente, es una especie de refugio de borrachines, personajes bohemios, moteros, y todo un cúmulo de gente que parece desentonar en todas partes.
Yo no quería volver a poner un pie en aquel sitio porque León, el barman, que también es el dueño, y yo, tenemos una relación... digamos tirante, pero Sally, la secretaria de Thomas Newton, está encantada, porque salvo las moteras, no hay otras mujeres, a parte de nosotras, en todo el local, y la insistencia de su madre para que encuentre marido la está afectando, creo que demasiado.
León es... ¿cómo describir a León? Tiene los ojos de un tono miel, son los ojos más bonitos del mundo, tan cálidos, sabios, tristes y traviesos a la vez, juega con ellos como nadie. Sus labios son carnosos y atrayentes y a veces, cuando sonríe, me cuesta no sonreír con él. Es alto, de complexión fuerte y adicto a las frases lapidarias y al sarcasmo, que practica con todo el que se le pone a tiro, especialmente conmigo, es su diversión favorita y siempre acaba sacándome de quicio. Me cae bien pero es detestable.

—¡Daphne! —Allan Carr me dedicó una de sus preciosas sonrisas felinas, es tan increíblemente guapo y tan desafortunadamente mujeriego, que no deja margen para otra cosa que no sea un poco de coqueteo sin malicia —¿Me acercas a casa?, mi coche está en el taller.
—Claro, vamos —acepté.
Caminé con mi escolta gatuno hasta mi Ford Escape de segunda mano.
—Y bien, ¿quién va ganando en las apuestas? —me preguntó luciendo una sonrisa encantadora.
—Roy y Catherine van muy igualados, cualquiera de los dos puede ser el nuevo jefe, casi todas hemos descartado a Thomas.
—¿Tú por quién has apostado?
—Por Roy, aunque estuve a punto de apostar por Catherine solo por las ganas que tengo de ver perder a mi jefe.
—Pero si él gana tú también ascenderás y tendrás despacho propio.
—¡Oh, no!, la verdad es que no había pensado en ello, ¿y qué pasará con Maggy? Pobre, se la veía muy afectada.
Maggy era la secretaria del difunto señor Codovan, una mujer tremendamente dulce, amable y cariñosa, en la séptima planta la considerábamos la madre de todas. Siempre está dispuesta a echar una mano y a cubrir a cualquier compañero. Había entrado en la empresa a los dieciocho años y apenas le quedaban cinco para jubilarse, odiaba pensar que yo podría ser la causa de una reducción de sueldo y puesto debido al ascenso de Roy, quizá incluso prescindieran de ella, era una expectativa horrible.
El coche traqueteó de forma extraña mientras nos deteníamos en un semáforo en rojo.
—¿Qué le pasa a este trasto? —preguntó Allan.
—Yo estoy más preocupada por qué va a pasar con Maggy —contesté odiándome a mí misma por no haber caído en que el ascenso de Roy podría perjudicarla.
—¡Venga Daphne!, no pasará nada, Maggy es intocable, todos lo sabemos, incluso el señor Stielder le tiene respeto, yo me preocuparía más por tu coche.
“Menuda falta de tacto”, pensé molesta.
Allan debió notar mi cambio de humor porque empezó a hablar de nuevo de las apuestas, comentando que Bowman, uno de sus compañeros de envíos, había apostado veinte dolares a que el nuevo jefe sería la anciana señora Stielder, y que los tres más que probables candidatos, serían descartados.
La verdad es que el comentario me hizo reír. Bowman tenía esa cualidad, sus teorías sobre cualquier cosa eran siempre descabelladas.
El móvil empezó a sonar cuando maniobraba para dejar a Allan frente a su bloque de apartamentos.
—¿Sí?
—¿Daphne?
—Hola mamá —“es mi móvil, ¿quién iba a ser si no?”, me digo internamente.
—Tienes que venir enseguida, tu hermana ya está en el hospital.
—¡Ya! —me sorprendo —, pero si todavía le quedan dos semanas.
—El niño se ha adelantado. Habrá salido a ti, que siempre tienes prisa...
—¡Ja, ja,! Muy graciosa. Voy para allá ahora mismo.

Mi coche volvió a traquetear de forma extraña cuando me puse en marcha hacia el Tufts Medical Center .
—Tendrás que aguantarte, si me dejas tirada ahora te mato.
A veces hablo con el coche, sí, y con algunas otras cosas, es una manía familiar, lo hacía mi abuelo, lo hace mi padre y lo hago yo.

En los pasillos del hospital me encuentro a mi madre, es imposible no distinguirla incluso a distancia, está dando vueltas como una fiera enjaulada y se apresura a salirme al paso en cuanto me ve.
—Ya la han bajado a quirófano —me informa visiblemente nerviosa.
—¿Tan pronto?
—Han llegado justo a tiempo, parece ser que tu hermana estaba convencida de que tenía dolor de estómago por algo que había comido y no quería venir. Ya sabes cómo es Valeria, se le ocurren unas cosas...
—Habrán sido los nervios, mamá ¿Y James, ha bajado con ella?
—Sí, estaba blanco como la cera, creo que los médicos tendrán que darle oxígeno.
—¡Mamá!
Mi madre no soporta a mi cuñado, la verdad es que a mí tampoco me cae bien, en las cenas de navidad es una tortura aguantar sus chistes soeces, las críticas a la comida para molestar a mi madre, y sus preguntas sobre mi vida amorosa, así que en parte me alegra que por fin algo le haga cerrar la boca. Con el único que no se atreve a meterse James, es con mi padre, porque le mira fijamente sin contestar cuando trata de molestarle.
—Hola papá —le saludo sonriendo. Se le ve mala cara y me doy cuenta de que intenta disimular lo preocupado que está—. Es un buen hospital, papá.
—Ya lo sé hija —dijo desviando la mirada.
Mi madre acapara la conversación durante la espera, es su manera de sacarse de encima la tensión del momento.
—¡Allí! —grita levantándose de un salto cuando por fin suben a mi hermana en la camilla.
Todos esperamos a que la introduzcan en la habitación.
—¿Y el niño? —pregunta mi padre al ver que está sola.
—Ahora me lo traen papá, están haciéndole pruebas —contestó Valeria.
—¿Pruebas? —el color huye de la cara de mi padre.
—Es lo normal, lo hacen con todos los recién nacidos para asegurarse de que están bien, tranquilo —le calmó sonriendo.
—¿Qué tal estás? —pregunté cogiéndola de la mano.
—Cansada pero feliz, tengo ganas de que lo traigan ya, es tan... tan bonito —sonríe.
—¿Y James?
—Lo ha pasado fatal el pobre, se ha desmayado y lo tuvieron que sacar de quirófano entre dos enfermeras.
—Vaya, se lo ha perdido —dijo mi padre con fingida compasión.
—No, lo vio después, ahora está con él mientras le hacen las pruebas. Me muero de sed —añadió paladeando.
—¿Quieres que le pida un vaso de agua a la enfermera? —le pregunté.
—No puedo beber nada hasta que me quiten esto —me contestó meneando la goma conectada al suero—. Pero puedes pedirles que te dejen una gasa empapada, me dejan mojar los labios.
—¡Madre mía, qué tortura! —me asombré.
Un rato más tarde nos trajeron al niño y pasó algo que no me esperaba, los ojos se me llenaron de lágrimas al verlo, era tan pequeño y maravilloso. En el pasillo se escuchaban los gritos de algunos bebés llorando, pero mi sobrino apenas emitía un leve llanto. Mi padre tuvo que reprimir las lágrimas, como yo, así que imaginad cómo llegué esa noche a Tooll´s.

—¡Señor León, una ronda para las señoritas, estamos de celebración! —grité al entrar.
—Se nota, hoy vienes muy guapa, te sienta bien el negro, a ver si lo adivino, ¿vienes de un funeral?
—Pues en realidad, sí —contesté sonriendo.
León sonrió de medio lado y yo le miré fijamente a los ojos, aguantándole la sonrisa.
—¿Algún tío rico que ha dejado su fortuna a la sobrina rubia? —preguntó con cinismo.
—No, un jefe de la oficina —contestó Sally.
León la miró fijamente intentando dilucidar si le contaba la verdad o se unía a mí en una broma para buscarle las cosquillas.
—No sabes cuándo dejarlo, ¿verdad León? —sonreí con cinismo y él entrecerró los ojos.
—¿De verdad estamos celebrando la muerte de Codovan? —preguntó inocentemente Sally—. ¿Es que sabes algo que nosotras no sepamos?, ¿han nombrado ya a alguien?
—En realidad... Bowman tenía razón, la señora Stielder ha sido nombrada nueva jefa de proyectos y nuestros jefes están descartados, ahora mismo están instalando mobiliario adaptado especialmente para sus problemas de reuma —me puse algo seria para darle veracidad.
—¡Estás de broma! —Anna estaba estupefacta.
León no sabía cómo disimular su asombro, pasaba el paño una y otra vez por el mismo sitio como limpiando una inexistente mancha en la barra. Me hacía gracia esa estupefacción suya, creyéndome capaz de celebrar la muerte de alguien.
—¡Pues claro que estoy de broma! —me carcajeé—. Acaba de nacer Charles, mi sobrino, por eso he venido de viuda negra, no me ha dado tiempo a cambiarme, llevo toda la tarde en el hospital —me giré hacia León con cara de burla y él se hizo el despistado dándose la vuelta para ordenar las ya ordenadas botellas del mostrador.
El local se animó bastante esa noche, o puede que fuese yo la que estaba animada, terminé invitando a una motera y su novio a unas copas y bailé con ellos dos, mientras Anna y Sally, se desternillaban de risa. Al final el alcohol me pasó factura y me empeñé en creerme una experta en billar, total, que aposté cincuenta dolares y perdí, claro, porque no había jugado en toda mi vida, y porque la mesa se movía mucho. La motera y su novio se pelearon con el tipo que me invitó a jugar por aprovecharse de mi estado, ganaron, pero en el trascurso de la pelea traté de mediar para detenerles y recibí una patada en las costillas nada agradable.
León los sacó a los tres del local de malas maneras y a mí me sentó en una silla de la mesa que ocupaban mis amigas.
—A ver si te estás quietecita ya, rubia.
—Pídeme otra cosa, barbitas —repliqué dándole la espalda.
—Tienes a León preocupado —me dijo Anna.
—Es un aguafiestas.
—El aguafiestas te ha salvado de recibir una paliza —añadió.
—¡Bah!, tengo demasiado alcohol en sangre para sentir un golpe ahora mismo, estoy anestesiada corporalmente.
—Menuda trompa —se carcajeó Anna.
—León, guapo, tráeme otro mojito —le grité desde la mesa.
—Enseguida señora —contestó en tono fingidamente servicial.
—Este se trae algo entre manos, conozco ese tono —dije dándome la vuelta para mirarle mal.
—¿Se puede saber qué os pasa a los dos? —preguntó Sally—, parecéis un matrimonio.
—¿Tú qué dices León ? —grité—, ¿me quieres o me odias?
—Estoy trabajando, no tengo tiempo para dejarte en evidencia ahora mismo —gritó a su vez desde la barra.
—¿Estás haciendo huelga de rubias?
—No tengo nada contra las rubias, mi madre es rubia. Y sí, sé cómo piensas o cómo intentas pensar por ese hecho.
—No, no tienes ni idea barbitas, me estoy partiendo de risa internamente pensando en Freud.
—Lo sabía perfectamente.
—Claro, por ciencia infusa, que suerte tienes.
—Suerte la tuya que me tienes como camarero, aceptaré una buena propina como agradecimiento.
—Pues cuando a su majestad le venga bien, tráigame esa copa.
Le vi acercarse con la bandeja y sonreí echando la mano al aire como si pudiese coger mi mojito a esa distancia.
—¿Café? —me sorprendí al reconocer el contenido de la bandeja—. ¿Y qué quieres que haga con un café, subirlo a Instagram?
Creo que en ese momento el alcohol me bajó de golpe.
—Tómatelo y en una o dos horas te habrás recuperado lo bastante como para conducir eso —señaló mi coche en el aparcamiento.
—¡Uff! —resoplé—. Ni que fueras mi madre... Estoy perfectamente, podría conducir incluso con los ojos cerrados hasta casa.
—Por eso mismo, porque soy consciente de que podrías intentarlo —respondió dándose la vuelta.
—Oye, ¿qué es lo que os pasa? El primer día que entramos aquí pensé que vosotros dos... —me susurró Anna.
—¿León y yo? —pregunté soltando una carcajada—. Hay que ver qué cosas se te ocurren, no hay un tipo más irritante en toda la ciudad.
—Pues está como un queso —dijo Sally con los ojos pegados al trasero de León.
—Sí, vale, está bueno pero es... es...
Mis amigas abrieron los ojos esperando que les contase lo que había sucedido el primer día de nuestra llegada a Tooll´s.
—Anna, se buena amiga y ve a pedir un mojito para mí —le pedí desviando el tema.
—No, León tiene razón, has bebido demasiado.
—¡León, León! —me enfadé—. ¿Desde cuándo se le hace más caso al barman que a una amiga?
—Oye, si sigues bebiendo acabarás en el mismo hospital donde ha nacido tu sobrino, pero con un coma etílico. Tú nunca bebes tanto.
—Pues entonces me voy —dije levantándome.
Lo hice tan rápido que perdí el equilibrio y me senté de nuevo golpeándome el trasero contra la silla.
—¡Ay! —me quejé.
—¿Quieres unas friegas? —me gritó León desde la barra con una expresión burlona.
Los habituales del pub se echaron a reír y volví a levantarme furiosa. Caminé lo más derecha que fui capaz hacia la salida y fui dando zancadas hasta el coche, abrí la puerta del Ford Escape y me disponía a sentarme cuando alguien me agarró por la cintura y me apartó de él, haciéndome girar en el aire como un muñeco y cerrando la puerta de mi coche de forma brusca.
— ¡Eh, eh, eh! — me dijo León—. ¿A dónde te crees que vas?
— A casa.
— En tu coche no —se negó arrancándome las llaves de la mano.
—¿Pero quién te has creído que eres? —protesté estirando mi brazo y dando saltitos para intentar alcanzar las llaves que sostenía en alto.
—Esta es otra razón por la que no te voy a dejar conducir, ¿crees que podrás quitarme las llaves de la mano? Yo mido 1,80 y tú... ¿1,40?
—¡Mido 1,60, idiota! —respondí molesta—. ¡Oh, ya veo!, eres uno de esos que cree que cuanto más alto más listo. Normal, los altos no regáis bien, la sangre llega demasiado tarde al cerebro porque tiene que recorrer toda ese pedazo de carne de chorlito.
—No soy alto, soy de estatura normal, lo que pasa es que tú eres bajita.
¡Yo no soy bajita!
—¿Lo ves? Te niegas a aceptar la realidad, voy a meterte en un taxi para evitar que tu diminuto cuerpo acabe en el depósito. No tengo ganas de asistir a tu funeral y ver cómo eres enterrada en una cajita de cerillas.
—¡Uy, que ingenioso! ¿Se te ha ocurrido a ti solito?
—Vamos —dijo agarrándome del brazo.
Me arrastró hasta la parada de taxis y me abrió la puerta haciéndome un gesto teatral para que entrase. El taxista sonrió ampliamente al verle.
—Hola León, una noche movidita, ¿eh? —le dijo echándome una mirada nada disimulada.
—Ni te lo imaginas, Lu —contestó él con su habitual cara lastimera.
—¿A dónde va señorita? —me preguntó amablemente Lu.
—A mi casa —contesté cruzada de brazos.
—Tienes que darle la dirección —dijo León—, los taxis funcionan así.
—Estoy evitando hacerlo porque estás aquí.
—Vaya, y yo que pensaba asaltar tu casa tras diez horas detrás de la barra —dijo meneando la cabeza con fingida pena.
—¡No vas a volver a verme por aquí! —le chillé.
—Te volveré a ver mañana mismo.
—¿A sí? —pregunté con sorna—. Te creerás encantador. No cuentes con ello, barbas.
—Abro a las siete.
—Anda que sí, que voy a venir a verte. Espérame en el porche con una taza de té caliente.
—Tú misma —dijo meneando las llaves de mi coche delante de la ventanilla.
—¡Dámelas! —grité tratando de abrir la puerta.
—¡Arranca Lu! —le ordenó haciendo fuerza contra la puerta para que no pudiese salir del taxi—. Da vueltas hasta que recupere la memoria y se acuerde de dónde vive.
—¡Eres idiota! —grité sacando la cabeza por la ventanilla mientras el taxi se alejaba.
—¿A dónde? —preguntó de nuevo Lu cuando volví a meter la cabeza dentro.
Resoplé echando la cabeza hacia atrás y le di la dirección.                

2 comentarios:

Joana dijo...

Me han dado muchas ganas de leerla.
Tomo nota!
Por cierto, gran título!

alan dijo...

Un título que promete y aún más este primer capítulo. Habrá que darse una vuelta por Amazon, me voy a hacer forofo tuyo. XDD ;-)))