Portadores de Sangre II






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Tras uno de los puestos del mercado, una muchacha de apenas catorce años despacha con naturalidad a sus clientes mientras su mirada barre toda la plaza en busca de señales. Su nombre es Gia, que en la jerga del norte significa nadie, un nombre poco común entre la población pero apropiado para su condición.
Hasta hace poco pertenecía a lo que en la ciudad de Niure se conoce como niños asesinos, puede parecer un apodo cruel pero en realidad es bastante acertado.
Con nueve años el dominio en la elaboración de venenos de Gia superaba con mucho al de sus maestras y a los catorce ya había logrado desenmascarar a más enemigos que cualquiera de sus compañeros.
Era ágil desplazándose por la ciudad, que no tenía secretos cuando la recorría sobre los tejados. Rápida, metódica y limpia, nada que ver con los guerreros de la guardia negra del general Mener, desorganizados y dados a las juergas y holgazanear todo el día.
Los aspirantes a soldado eran casi todos huérfanos que reclutaban los mayores comerciantes de esclavos de la ciudad, Icario y su mujer, La Masda, y a los que dejaban bajo el mando de Imana-sa.
Al principio solo se ocupaban de las tareas de limpieza del cuartel pero pasado el tiempo a los niños asesinos se les enseñaba a robar, espiar, matar y extorsionar a todo ciudadano que les pareciese sospechoso.
Se les premiaba por su habilidad para embaucar a la gente con palabrería pero nunca debían mantener contacto prolongado con nadie que no fuese de los suyos, cualquier demostración de afecto era reprendida duramente. Eso no era un problema para Gia, dado que tras perder a su única amiga meses atrás, su carácter se había vuelto muy reservado y eso la llevaba a cambiar constantemente de amistades evitando confraternizar con los demás.
Los últimos seis meses había estado trabajando en uno de los puestos de fruta del mercado más próximo a las puertas de la ciudad, allí debía observar con atención a los clientes y comunicar de inmediato cualquier conducta sospechosa. Todo el mundo alababa sus dotes de observación, incluso Icario se molestaba en visitar el cuartel en alguna ocasión para felicitarla en persona. La presencia del tratante de vidas siempre hacía que a Gia se le erizasen los pelos de la nuca y la sonrisa falsa de este la hacía temblar de miedo. Estaba segura de que la despreciaba profundamente por la forma en que la miraba y de que la mataría sin dudarlo si se enteraba de su implicación en la huida de aquella mujer a la que había dejado escapar dos meses atrás.
A Gia le hubiese gustado tener algo más de tiempo para hablar con la rebelde cuando la encontró malherida en un callejón y pronunció palabras inconexas rogándole que perdonase a La Masda por lo que les había hecho a sus padres y a ella. Insistió en que ya no era la dueña de su vida y en que la culpa la tenía la portadora Nanasut. Gia sabía que la mujer, en sus últimos momentos, rememoraba el rostro de otra persona, pero sus extrañas palabras despertaron en ella curiosidad y, en un arrebato instintivo, decidió salvarle la vida introduciendo su maltrecho cuerpo en una pequeña barca que dejó a merced de las corrientes.
Esa noche Gia había dejado volar su imaginación contagiada por la moribunda y empezó a fantasear con la idea de que sus padres eran rebeldes y, que en alguna parte, tras los gigantescos muros de la ciudad de Niure, vivían una vida muy diferente a la suya.
Tiempo atrás Imana-sa le había contado que era hija de una esclava y que su padre era un guerrero de la guardia negra fallecido en combate, no sabía si era cierto, solo que eso era lo que les decían a todos.
Estuvo semanas esperando encontrar una señal en los muelles, Imana-sa había empezado a expulsar sangre al toser y Gia la había convencido de que la brisa marina le haría bien. Su maestra estaba tan asustada que pidió un cambio de zona de la parte alta a los mercados próximos al puerto y las alojaron en una pensión de mala muerte.
Le dio vueltas al asunto hasta que por fin una noche se armó de valor y echó mano a los remedios, vertió veneno en la copa de Imana-sa durante la cena y contempló largamente su rostro mientras esta daba pequeños sorbos a su caldo caliente.
Sabía que tendría tiempo de sobra para cenar y subir a su cuarto sin que Imana-sa percibiese ningún síntoma alarmante hasta que una hora después abandonase el mundo para siempre.
Se hizo la dormida cuando la respiración de Imana-sa se volvió jadeante, poco después empezó a toser sin control expulsando gran cantidad de sangre por la boca y trató de levantarse para llegar a la puerta. La muchacha la tranquilizó y la apremió a que tomara un sorbo de vino para acabar con su ataque de tos. El vino no era tal, por supuesto, sino una mezcla concentrada de veneno que Gia había preparado a conciencia. Tras dar un largo sorbo, Imana-sa expiró largamente y murió.
Las manos de Gia temblaron mientras comprobaba la falta de pulso poniendo un dedo sobre su yugular. Abrió la ventana y respiró su primera bocanada de aire en libertad, luego se sentó en el alfeizar con las piernas colgando y saltó a un callejón.
Lo tenía todo pensado, lo primero que debía hacer era encaminarse a la Villa en la que se había criado los primeros años de vida bajo la supervisión de La Masda, allí guardaban las ganancias de la venta de esclavos del día, lo suficiente para pasar una temporada sin preocupaciones.
No se lo pensó dos veces antes de colarse sigilosamente en el interior y matar a los guardias disparándoles los dardos envenenados que le había robado a Imana-sa.
El corazón palpitó en su pecho a toda velocidad cuando agarró la bolsa del dinero y pensó que Imana-sa tenía razón, nunca había sido capaz de reprimir sus sentimientos.
Abandonar aquel lugar era su gran sueño y lo tenía al alcance de la mano. Lo había meditado mucho hasta que el incidente de Laura y Mener precipitó la decisión. Ahora estaba segura de que ese no era su lugar, no quería acabar siendo la esclava de nadie como le había pasado a su compañera Laura, teniendo que saciar los apetitos de algún animal que la trataría peor que a un perro.
Corrió con el botín escondido en su capa hacia el pantalán en busca del Sereno, el barco que la conduciría a la libertad. Cuando llegó divisó a un grupo de mujeres de todas las edades guardando fila y se puso nerviosa al ver que algunas eran rechazadas, pero escuchó cuchichear a otras diciendo que no admitían mujeres mayores, no sabía si aquello sería verdad y rezó para no tener que volver a la pensión a por un caballo con el que intentar abandonar la ciudad por tierra en las primeras horas de la mañana, ya que eso la dejaría prácticamente sin margen de tiempo para alejarse de allí cuando se percataran de su marcha, por no hablar de las preguntas de los guardias de las puertas de la ciudad, que probablemente la llevarían directamente a la Villa de Icario y ese sería su fin.                      
Por fortuna para Gia, no pusieron reparos en admitirla después de hacerle dar un par de vueltas para ver el género y subió rápidamente a bordo del barco, donde se acomodó en una esquina de la bodega en la que pasó varias semanas.
De noche la embarcación tocaba a puerto y se iba llenando poco a poco de mujeres que querían procurarse un futuro que algunas llamaban fácil, pero que a Gia le resultaba repugnante.
Le ponía nerviosa hacer tantas paradas, tenía prisa por alejarse del norte porque a esas alturas sabía que alguno de sus compañeros habría mandado un mensajero para que alertaran a Icario y La Masda, al encontrar el cadáver de Imana-sa en el cuarto al amanecer.
Sabía que la buscarían, no por causar la muerte a Imana-sa, eso no preocupaba al mercader de esclavos, despreciaba a su guardiana tanto como a ella, pero debido a sus aptitudes la consideraban valiosa. Gia sospechaba que esa era la razón por la que la mantenía estrechamente vigilada mientras que a los demás los dejaban vagar por la ciudad a su antojo.
Tenía la certeza de que Icario se pondría furioso por lo del dinero y rezó para que no quisiera gastar  en recursos y tiempo para perseguirla.
Había decidido establecerse en el este, allí nadie te preguntaba por tus apellidos salvo para entrar en la Escuela de Oficios. No tenía ni idea de cuánto le iba a costar la matrícula, ni cómo se iba a hacer pasar por la hija de alguien importante, pero se tranquilizó pensando que lo único que tenía que hacer era imitar el comportamiento del resto de las estudiantes, eso se le daba bien, estaba entrenada desde niña para interpretar cualquier papel de forma que resultase natural.
Se escabulló del barco cerca de la ciudad de Tremen y de camino sustrajo algunas cosas en los poblados de los alrededores. Nunca hasta entonces había cogido nada para ella, recordaba la primera vez que la habían enviado a robar, apenas tenía siete años y el corazón había empezado a latir tan deprisa en su pecho que pensó que se le iba a salir por la boca.
Le resultó bastante sencillo deslizarse dentro de unas cuantas posadas en mitad de la noche en las que se aprovisionó de comida y nuevas ropas. No pensaba gastar ni una moneda hasta llegar a la Escuela si podía evitarlo, y además tenía por delante lo más difícil, estudió las bibliotecas de varias villas de la ciudad en las que entró sin problemas, ya que aquella gente no cerraba sus casas bajo llave. En una de ellas encontró un libro sobre los orígenes de la nobleza de la región del oeste que ojeó buscando un apellido que no levantase sospechas. Casi había amanecido cuando en mitad del libro encontró uno más que perfecto, se trataba de una familia cuya totalidad de miembros habían muerto a causa de las fiebres durante una epidemia, resultó que el nombre de una de sus miembros era Giana, solo tendría que apropiarse del apellido Fiansen y comprar los materiales para presentar una buena falsificación de aquel título. El corazón palpitó de emoción en su pecho, por fin tendría un nombre real.
Lo único que le restaba por hacer era contratar algún gandul que se hiciera pasar por su criado para acompañarla hasta la Escuela. Pensó también en alquilar un carruaje para descender de él como una verdadera dama delante del edificio sin levantar sospechas.
Al día siguiente encontró la Escuela de Oficios siguiendo el rastro de las capas de colores de los estudiantes, estuvo varias horas observando la forma de moverse y expresarse de aquellas chicas  y días después se presentó allí.
Mientras ella esperaba en los jardines admirando la Escuela, su falso criado, un borrachín que había reclutado en una cantina, preguntaba en el interior dónde se podía inscribir su señora representando su papel a la perfección.
De regreso a los suburbios agradeció al falso criado su interpretación con el precio acordado y lo vio alejarse tarareando una canción en dirección a la taberna más cercana, encantado de que le hubiese comprado un traje nuevo y además le pagara unas cuantas monedas para gastarse en buen vino con el que olvidar quién era.
La matrícula costaba setecientas monedas, eso era prácticamente la totalidad del dinero que Gia había sustraído de la Villa de Icario, pero la comida sería gratis el resto del curso y ella no necesitaba nada más, acostumbrada como estaba a sobrevivir con lo mínimo.
El único contratiempo era que no le llegaba el dinero para pagar la posada si quería volver a reclutar al borrachín para que la acompañase la siguiente semana, pero eso no era un verdadero problema para Gia, se escabulliría por la ventana, era fácil saltar de tejado en tejado hasta alcanzar el suelo, lo había hecho un millón de veces. Lo que no tenía claro era cómo iba a conseguir las trescientas monedas para el siguiente año en la Escuela, pensó en buscar trabajo en alguna cantina de mala muerte los fines de semana, pero lo descartó enseguida, ya que se arriesgaría a ser descubierta por algunos de sus compañeros, así que decidió que tendría que robar dinero en las habitaciones de otros estudiantes, sustraería pequeñas cantidades, estaba segura de que si lo hacía bien ni se enterarían.                                                     
Se presentó a las pruebas de admisión que consiguió superar por los pelos, solo era necesario cubrir correctamente una de las doce hojas que entregaban para acceder a una plaza, Gia no tenía ni idea de Protocolo ni de Normas y Costumbres, pero se le daban bien las lenguas y la elaboración de remedios, así que las hojas de las asignaturas de Mezclas Curativas y Dialectos las rellenó sin problemas y contestó como mejor pudo todos los ejercicios de las materias restantes.
Pensó en especializarse en Medicina y Mezclas Curativas, con sus dotes para elaborar venenos y, al estar acostumbrada a ver los cuerpos sin vida de los rebeldes que capturaban, tenía claro que era la asignatura idónea para ella.
Su profesor de Medicina y Mezclas Curativas, el señor Cerceus, resultó ser un hombre mayor terriblemente serio, le gustaba la compañía de Gia porque según él no le hacía preguntas estúpidas constantemente y se limitaba a observar cuando no entendía algo. Pronto empezó a requerirla como ayudante en las visitas a pacientes fuera de la Escuela y gracias a eso ella pudo conseguir un trabajo que le permitía ir ahorrando dinero para la matrícula del siguiente año. Algunos de sus compañeros y compañeras habían intentado sin ningún éxito que Cerceus los escogiese a ellos, lo que despertó bastantes resentimientos hacia ella.                                    
En su clase de medicina había un alumno, un chico brillante que la odiaba con toda su alma, su nombre era Jalim y se pasaba el día rondando a Cerceus y poniendo a Gia en ridículo cuando fallaba alguna respuesta.                                                     
El día que tuvieron que bajar a reconocer por primera vez un cadáver en la sala de difuntos, la mitad de la clase salió corriendo de allí, para la mayoría de los alumnos era una imagen terriblemente macabra contemplar el cuerpo de aquel hombre completamente desnudo tendido sobre la mesa. Jalim contenía sus ganas de vomitar mientras Cerceus colocaba con minuciosidad sobre una mesa auxiliar el instrumental necesario para comenzar a examinarlo.                        
Gia estaba distraída pensando que lo más probable, por su aspecto descuidado, es que fuese un mendigo. Le cogió una mano y le dio la vuelta para observar la palma, tenía callos y la piel más dura entre el pulgar y el índice de la mano derecha. Las venas de sus pómulos y su nariz estaban rotas. También llamaron poderosamente su atención sus ropas, que habían dejado cuidadosamente colgadas en el respaldo de una silla cercana. Cogió la mugrienta chaqueta del finado, la extendió alzando los brazos y la miró por delante y por detrás mientras los demás se ponían en círculo alrededor de la mesa donde descansaba el cuerpo.
—¿Alguno de ustedes se aventura a hacer un diagnostico de la muerte? —preguntó el profesor Cerceus con su habitual tono desafiante.
Antes de que Gia tuviera tiempo de abrir la boca, Jalim se le adelantó.
—Las venas rotas en forma de araña de su rostro, el color amarillento de la piel y la hinchazón de los pies y el abdomen, indican que bebía demasiado, y todo esto me lleva a la conclusión de que este hombre murió a causa de la masiva ingesta de alcohol durante años. Por su aspecto descuidado yo diría que se trataba de un mendigo, seguramente bebía para combatir el frío hasta que la bebida acabo con él —meneó la cabeza con fingida compasión para darle un aire de humanidad a su exposición.
—¿Alguna otra hipótesis? Giana, ¿está usted de acuerdo con la deducción de su compañero? —la pregunta de Cerceus la sacó de su ensoñación cuando todavía le giraba las palmas al cadáver observando las marcas de sus manos y, en ese preciso momento, se acababa de fijar en su antebrazo recordando todas las veces que había visto ese tipo de marca.
—Era soldado, por el tono de su piel probablemente del sur. Su ropa está manchada de esa tierra fina que no se encuentra en las ciudades, por lo que debía vivir en un pueblo de las afueras cercano a alguna playa. Posiblemente bebía demasiado y eso le habría provocado los síntomas que describe Jalim, pero no fue eso lo que le mató, aunque sí pudo ser la bebida. Puede que estuviese borracho o se desmayase debido a la ingesta de gran cantidad de alcohol, cuando cayó de espaldas y se golpeó la nuca como indica la sangre en el cuello de su chaqueta, pero tendría que darle la vuelta para examinar si hay algún traumatismo en la zona posterior del cráneo y concluir si este fue mortal o no.
—¡Excelente! —le aplaudió Cerceus mientras Jalim le lanzaba una mirada envenenada—. Mi intención era mostrarles a ustedes que las cosas no son siempre lo que parecen y que un diagnóstico acertado no se debe basar nunca en un examen superficial, pero la señorita Giana me ha dejado en mal lugar. No me atrevo a preguntarle Giana, si sabría decirme la especialidad del soldado —bromeó.
—La espada profesor —contestó con seguridad.
—¿Cómo ha llegado usted a esa conclusión? —le preguntó sorprendido.
—Bueno, si hubiese sido arquero, por ejemplo, se apreciarían callosidades provocadas por la fricción entre la primera y segunda falange del dedo medio de la mano izquierda al haber tensado frecuentemente la cuerda del arco, que en este caso no aparecen en absoluto y…
—¿Y si fuese leñador? —preguntó Jalim interrumpiéndola en mitad de su explicación decidido a dejarla en ridículo de nuevo—. ¿No tendría esa misma marca callosa que presenta? El ancho del mango de una espada y el de un hacha pueden ser similares.
—No —respondió segura—, el tipo de callosidad podría ser parecida, pero además está la marca que indica claramente su especialidad —le explicó enseñándole el tatuaje de una espada con una serpiente enroscada en el filo que lucía el cadáver en el antebrazo.
Cerceus sonrió satisfecho a Giana por la explicación y, cuando seguidamente llamó la atención a sus alumnos anunciando su intención de comenzar el examen interno del cuerpo, la otra mitad de la clase salió corriendo para no echar los hígados allí dentro.
Era por todos conocido que Cerceus era un maniático de la limpieza, se ponía furioso cuando alguien manchaba alguna sala aunque fuera sin querer, y corría el rumor de que algunos alumnos suyos habían sido expulsados durante un año de su clase por haber sido descuidados con el material o no haber dejado las cosas perfectamente limpias al terminar. La suciedad era intolerable para él.                                         
Salvo dos chicos, otra chica, Jalim, el profesor Cerceus y Gia no quedó nadie más en la sala de difuntos.
El profesor les instruyó sobre el aspecto que tenían los órganos internos del mendigo y aprovechó para enseñarles los rastros que la bebida había dejado en ellos, explicando cómo deberían ser unos órganos normales en comparación respecto a tamaño y coloración. La chica que se había quedado en clase estuvo observando detenidamente a Gia y, cuando terminaron de recoger el material, la esperó en el pasillo.
—Has estado magnifica ahí dentro —la felicitó—. Soy Kimara-sa.
—¿Eres Valka no? —preguntó Gia.
Las guerreras Valkas solían añadir un guión y la terminación "sa" a su nombre cuando pertenecían a un Clan o eran las hijas de alguien influyente. Ellas no seguían las leyes de los varones, Imana-sa se había vanagloriado de ello ante Gia en muchas ocasiones.
—Sí, he notado que tienes un leve acento del norte, ¿conoces mi tierra? —le preguntó a Gia con curiosidad.
—Mi madre era de allí.
—¿Así que tu madre es del norte? Podríamos entrenar juntas si quieres —le propuso Kimara-sa mostrándole la espada que colgaba de su cinturón.
—Agradezco la invitación pero la verdad es que la lucha no me atrae.
—¿No sabes usar la espada?, ¿tu madre te rechazó y no quiso entrenarte?
—Sé manejar una espada, aunque eso no es asunto tuyo  —respondió Gia recelosa.
—Por cómo me has contestado apuesto a que tu madre tenía sus razones para apartarte.
—Probablemente —respondió Gia apurando el paso para librarse de su compañía sin entender bien aquella extraña forma de abordarla.
—No eras lo suficientemente fuerte y por eso decidió venderte —se burló Kimara-sa señalando la parte baja de la espalda de Gia para que se diera cuenta de que había visto su marca de esclava—. Te he visto en los baños comunes ¿Qué hace una esclava estudiando entre familias adineradas?
En un impulso Gia la agarró por el cuello con una mano y la alzó a unos centímetros del suelo dejándose dominar por la ira.
—Puede que seas hija de alguien influyente pero no eres muy lista, deberías saber a quién no debes acercarte, y ahora, si sabes lo que te conviene, mantendrás la boca cerrada, te alejarás de mí y no volverás a molestarme.
Jalim apareció por el pasillo en ese preciso momento y comenzó a llamar al profesor a gritos sin dejar de observar a Gia con una expresión de temor.
Gia le ignoró y profirió un gruñido feroz de advertencia a Kimara-sa y entonces cayó en la cuenta de lo que le estaba pasando, la soltó y giró sobre sí misma buscando los signos, dentro de ella se había despertado un don. Intentó mirar sobre su espalda para saber si le habían salido alas pero no había rastro de cambio aparente, ni siquiera tenía garras.
Observó incrédula su reflejo en los ventanales mientras Cerceus se aproximaba por el pasillo alertado por los gritos de Jalim, había mucha claridad por lo que apenas distinguía la forma de su rostro en el cristal pero se veían dos luces azules claramente que le recordaron a sus terribles sueños recurrentes. Le pareció imposible y se preguntó de quién había heredado ella los dones.
Pertenecer a un Clan tenía sus ventajas y sus inconvenientes, los miembros de un Clan compartían el alma con un animal, su apariencia cambiaba cuando se sentían atacados o  irritados adoptando parte de sus facultades, lo que los hacía más fuertes o rápidos, pero también mucho más vulnerables en lo que a sentimientos se refería. Sentían más amor o dolor que una persona normal, en general era como si lo exagerasen todo. Eso era al menos lo que le había contado en una ocasión Imana-sa.
Algunos miembros de Clan tenían garras, otros como La Masda alas y una velocidad asombrosa. También podían presentir la presencia de otros Clanes a distancia, a menos que escondieran sus dones, es decir, que se comportaran como humanos sin echar mano de sus habilidades especiales. Los “dones”, como los llamaba todo el mundo, se transmitían normalmente de la madre a los hijos, aunque no siempre era el caso, se heredaban los dones del padre si la madre era humana y, en ocasiones, se habían dado casos de herencia paterna aunque la madre perteneciese a un Clan, pero estos eran muy poco frecuentes.
Gia se preguntó qué clase de dones habría heredado y si era por aquello que Imana-sa la había mantenido bajo constante vigilancia, aunque rechazó la idea enseguida segura de que si en Niure hubieran siquiera sospechado que tenía un don, la habrían vendido a buen precio enseguida.
—¿Qué está pasando aquí? —la voz de Cerceus la sacó de sus pensamientos.
—Nada —respondió Kimara-sa aclarándose la garganta—, ensayábamos para la clase de ataque, son cosas de Valkas.
—¿Valkas? —Cerceus observó a Gia estupefacto—. No sabía que fuese usted de allí Giana.
—Mi madre era del norte —contestó mirando mal a Kimara-sa—, pero yo no.
—Kimara-sa miente, yo he visto a Giana amenazarla —intervino Jalim en tono acusatorio.
—Tú no sabes lo que has visto, solo lo dices porque estás celoso de que Giana sea mejor alumna que tú y te encantaría meterla en problemas —le respondió Kimara-sa a la defensiva.
Cerceus arqueó las cejas al fijar sus ojos en Jalim con el cinismo pintado en la cara.
—Aquí no se puede entrenar señoras, esto es un lugar de reposo en el que se trata a los enfermos, no una sala de entrenamiento para pegar golpes. Que sea la última vez que hacen algo así en estas dependencias —Cerceus miró a Gia fijamente al hablar, para ella fue obvio que no se había tragado del todo la explicación de Kimara-sa.
—Gracias señor —respondió agachando la cabeza.
Se dio la vuelta y salió de allí apresuradamente, todavía aturdida por su descubrimiento y tratando de recordar todas las historias que Imana-sa le había contado respecto a los Clanes.
Cuando era una niña solía observar a distancia las reuniones de la familia de Icario. Los hijos que había tenido de su primer matrimonio pertenecían al Clan de los murciélagos y los de su segundo matrimonio con La Masda, al de los cuervos. A ninguno parecía afectarles en absoluto no ser hijos de la misma madre, todos llevaban bien la convivencia, Gia no estaba muy segura de si era porque se tenían aprecio o porque Icario resolvía cualquier disputa entre ellos moliéndolos a palos.
Le gustaba escuchar a la gente narrar historias antiguas sobre los orígenes de los Clanes, aunque luego le provocaban pesadillas. Sabía que el Clan de los murciélagos tenía el poder de producir con su mordedura una enfermedad en la sangre y las personas a las que atacaban morían entre convulsiones echando espuma por la boca. La Masda disfrutaba sacando los ojos a sus enemigos y arrojándolos al vacío desde las alturas, ella misma había podido observar esas prácticas durante uno de los asedios a Niure.
Pero la historia que más la asustaba era la leyenda que circulaba sobre Tarek, el primero de su Clan de lobos. Nombrar a aquel hombre solía provocar la terrible ira de Icario.
Los ataques a Niure por parte de Tarek habían sido constantes desde que Gia tenía memoria, y la ciudad había incluso vivido épocas en que estaban completamente sitiados y los alimentos escaseaban. Aquel hombre cazaba y daba muerte a cuantos portadores se habían cruzado en su camino y en Niure tan solo quedaba Nanasut con vida, refugiada tras las murallas.
De niña se había acostado muchas noches muerta de miedo, sin poder conciliar el sueño, esperando que irrumpiera en su cuarto un hombre enorme con el pelo oscuro como la noche y los ojos fríos como el hielo.
Estaba segura de que el rey Lucio acabaría echándole de allí, y lo estaba porque era la persona más despiadada que había conocido en toda su vida.
Siempre que la ciudad corría peligro La Masda custodiaba a los niños asesinos hasta el castillo y, por algún motivo, Lucio les hacía permanecer a su lado en la sala del trono hasta que terminaba el asedio. A Gia le daba miedo la forma en la que solía mirarla fijamente. Por suerte Nanasut siempre estaba allí para tranquilizarla, le decía cosas muy bonitas, como que era especial y que cuidaría bien de ella cuando llegase el momento. Se dijo así misma que quizá la hechicera supiera ya entonces que tenía dones y esperaba su transformación, era sabido que los portadores guardaban bien sus secretos, pero ya no podía volver al norte para preguntárselo y, bien pensado, seguramente solo se trataba de palabras para aplacar el miedo que sentía por Lucio.
Kimara-sa la alcanzó a la altura de la puerta de entrada a la biblioteca.
—No eres solo una humana y te acabas de enterar, ¿a que sí? Siento lo de antes, hablé sin pensar, es que cuando estabas en los vestuarios observé tu marca por casualidad y la he reconocido.
—¿Qué quieres de mi Kimara-sa? —preguntó Gia cansada de su perorata.
— Quiero proponerte algo. Verás, sé que te están buscando…
—Me temo que te equivocas —la atajó Gia—, hace tiempo que pagué mi deuda y ya nadie tiene ningún interés en mí.
—Nunca he oído hablar de un esclavo liberado pero sí sobre la esclava huída. Sé que Icario y La Masda te buscan —dijo mirándola a los ojos para observar su reacción. Al pronunciar sus nombres a Gia se le cortó la respiración de golpe—. Conozco bien el origen de la marca que llevas en la espalda.
—Te equivocas de persona, ya te lo he dicho. El único motivo por el que escondo quién soy es porque si se supiera de dónde provengo me denegarían la entrada a la Escuela —el corazón empezó a golpear el pecho de Gia rememorando la mirada asesina de Icario mientras cruzaba las puertas del edificio donde se encontraba la biblioteca.
—¿Qué harías si se presentarán aquí para reclamarte? —preguntó Kimara-sa muy seria evaluándola con la mirada y cogiéndola del brazo para hacer que se detuviese. Gia sabía que no la había creído y tampoco parecía que tuviese intención de darse por vencida.
—El mundo es grande Valka, siempre podré buscar otro sitio —respondió encogiéndose de hombros.
—No se lo voy a decir, era solo por curiosidad.
—Claro —respondió Gia sin convencimiento retirándole su mano del brazo.
—Tienes mi palabra.
—Eso me deja mucho más tranquila Kimara-sa.
No se fiaba de la Valka ni de su palabra, y ya que el envenamiento sería minuciosamente investigado por las autoridades en la Escuela y podría terminar por descubrir su falsa identidad, la mente de Gia comenzó a preparar la huida. Le hubiese gustado quedarse allí a estudiar, era una Escuela estupenda, pero Kimara-sa lo había estropeado todo.                                            
Solo guardaba amargos recuerdos de La Masda, que se había ganado la libertad tras el nacimiento de sus hijos según contaban, incluso había escuchado rumores que apuntaban a que en su juventud había sido una rebelde que había cambiado de bando. Gia recelaba de que eso fuera cierto, ningún esclavo exhibiría una crueldad como la de aquella mujer habiendo recibido el trato que se les dispensaba a los esclavos.
Imágenes de su antigua y penosa vida en Niure la asaltaron mientras bajaba las escaleras hacia la biblioteca, decidida a buscar información sobre otras Escuelas y sobre el papeleo pertinente para el traslado de su expediente.                       
Mireia estaba tras el mostrador esa tarde, era una de sus compañeras de cuarto, le gustaba estar con ella, ambas disfrutaban de su mutuo silencio. Se ponía roja ante cualquier pregunta, ya que era extremadamente tímida y, cuando hablaba sobre cosas triviales, se le trababa la lengua constantemente y lo pasaba fatal, eso sí, cuando se trataba de su trabajo en la biblioteca se volvía otra persona, era diligente y ordenada y parecía saber exactamente la ubicación de cualquier libro, lo que era increíble dado el tamaño de la sala, además, si no sabías bien qué libro buscar solo tenías que preguntarle sobre la materia de la que trataba para que te aconsejara un sin fin que versaban sobre ello, y te indicaba las preguntas más frecuentes que caían en los exámenes sobre la materia.                          
Mireia quería especializarse en Documentación para trabajar en la corte, pero había que formar grupos de cinco personas para poder optar al puesto e increíblemente nadie la escogía para el suyo. Muchos le habían insinuado que su timidez no tenía cabida en la corte, lo que era una tontería porque cada grupo escogía un portavoz que era el encargado de dar la cara.
—Hola Mireia, ¿podrías buscarme algún libro que explique cómo hacer el cambio de expediente de una Escuela a otra? —le pidió Gia entre susurros.
—¿Te vas? —preguntó poniéndose como un tomate—. Lo siento, no es asunto mío —se apresuró a disculparse.
—¡Así que sales huyendo! —Kimara-sa estaba justo detrás de ella con una expresión interesada.
Mireia la miró nerviosa y luego a Gia azorada.
—No es culpa tuya Mireia —le dijo Gia. Sabía que su compañera se estaba mortificando pensando que su pregunta la había metido en problemas—. Se me ha pegado como una lapa, por eso me quiero ir, su presencia me irrita profundamente.
—¿Por qué no la dejas en paz? —preguntó Mireia mirando directamente a los ojos de Kimara-sa y poniéndose más roja todavía.
Gia se quedó perpleja observando a Mireia, nunca se había imaginado que fuera capaz de tener algún tipo de arranque de genio, era la primera persona que la sorprendía en años.
—¿Qué le pasa a tu amiga? —preguntó Kimara-sa mirándola con sorna por encima del hombro—. ¿Se va a quedar sin respiración?
—¿Por qué no te largas? —le espetó Gia furiosa.
Varios alumnos se volvieron a mirarla enfadados porque había alzado la voz.
—He venido a estudiar como todo el mundo —sonrió como si nada Kimara-sa.
—¿Me estás siguiendo? —la sangre empezó a hervirle en las venas de nuevo.
—Venga, venga, no te pongas así, ya me voy, solo quería proponerte algo, es importante.
—La respuesta es “no” a lo que sea.
—¡Que tozuda eres!, está bien, como quieras, pero tengo que estudiar, así que si no te importa acaba con tu amiga, quiero preguntarle sobre una materia.
Mireia le pasó una nota a Gia con la ubicación de los libros que había pedido, que ella dobló rápidamente para que Kimara-sa no viese, quería evitar que hurgara en los libros y descubriera sus planes. Después se internó en los pasillos de la biblioteca y bajó de los estantes los libros que necesitaba.
Escogió la mesa más alejada del resto de los estudiantes que pudo buscando intimidad y empezó a investigar sobre las Escuelas, desechando la información sobre las del norte y centrándose en las demás. Encontró algunas en el sur que le gustaron, el clima era bueno y tenían un horario amplio de mañana y tarde, lo único que tenía que hacer era solicitar su expediente y presentarse allí con él para pasar unas pruebas de acceso.                                                                                     
El gran inconveniente era el dinero, se vería obligada a volver a pagar la matrícula completa y eran más de novecientas monedas, desorbitado. Se puso a barajar otras opciones y se fijó en que Kimara-sa se sentaba en una mesa cercana fingiendo indiferencia.
Gia miró hacia el mostrador, Mireia vigilaba a Kimara-sa con cara de pocos amigos y le sonrió agradecida.
A la hora de cenar Gia se encontró a su compañera de cuarto en el comedor.
—Hola Mireia, ¿me puedo sentar?
—Claro —aceptó poniéndose roja.
—Espero que no te moleste pero me gustaría saber qué te pidió Kimara-sa.
Mireia sonrió tímidamente y sacó un papel doblado del puño de su camisa.
—Copié su lista de peticiones, me imaginé que te interesaría saberlo aunque creo que solo quería tenerte vigilada, lo digo porque en su lista había varios libros de Remedios, pero también me pidió uno sobre rutas marítimas para disimular mientras te seguía por la biblioteca —Aquella chica era una caja de sorpresas y mucho más inteligente de lo que había pensado Gia—, y se llevó dos sobre Protocolo y Normas, quizá quiera formar un grupo —añadió pensativa.
—O eso o sabe que a ti no te quieren en ninguno y trata de sacarte información sobre mí acercándose a tus preferencias —Gia lo dijo más para ella que para que lo escuchase Mireia, que bajó la cabeza avergonzada—. Lo siento Mireia, no pretendía ser cruel, a veces no pienso lo que digo.
—No, has sido sincera. Nadie se atreve a decirme la verdad a la cara porque enseguida me angustio. Quizá tengas razón, no te preocupes Giana, tampoco es que pueda decirle mucho sobre ti, eres más hermética que yo.
Mireia volvió a sorprenderla con su respuesta, la verdad es que pese a haber compartido habitación, Gia nunca se había interesado por la vida de ninguna de sus compañeras y empezó a sentir curiosidad por ella.
—No soy muy amigable, ¿verdad? —le preguntó a Mireia.
—Bueno, no eres muy habladora pero tampoco te burlas de mí como Sandra y Lorena —a sus otras dos compañeras de cuarto se las escuchaba llegar de lejos porque iban siempre parloteando a voces por el pasillo. Conocían detalles íntimos de la vida de todo el mundo y tenían costumbres malsanas como reírse de Mireia o de Gia cuando les daban la espalda, ambas eran plenamente conscientes de ello pero nunca les decían nada.
—¿Crees que alguna de esas dos sabrá algo sobre Kimara-sa? —le preguntó Gia.
—Sería un milagro que no fuese así —bromeó Mireia.
Gia se echó a reír por el tono sarcástico de su compañera y, por segunda vez en su vida, sintió afinidad con alguien. La sensación le gustó y dio miedo al mismo tiempo.                                          
Sandra y Lorena les contaron que Kimara-sa no se llevaba bien con su familia, según ellas era del dominio público que su madre, que era nada más y nada menos que la regente de Valka, prefería como sucesora a la hermana menor de Kimara-sa que a ésta.
Al parecer las dos se habían enzarzado en una tremenda discusión que había llevado a su hermana al caer gravemente herida y a ella la habían enviado lejos para evitar más incidentes.                                     
                            
Gia volvió a encontrarse a Kimara-sa en la sala de pociones al día siguiente. Antes de sentarse cogió un poco de crema con el dedo y se lo aplicó bajo la nariz, el olor penetrante a menta inundó sus fosas nasales. Muchos alumnos se habían puesto la misma pomada, elaborada con veneno de serpiente, para evitar los olores que a veces eran tremendamente fuertes, dependiendo del remedio que se manejara, y ella necesitaba descansar de su sentido olfativo, que últimamente no le había dado descanso.
Se pusieron por parejas y Kimara-sa aprovechó para pegarse a ella.
—¿Te importa? —preguntó agarrando el respaldo de la silla contigua a la suya.
Gia suspiró molesta pero le hizo un gesto con la mano indicando que podía sentarse.           
Jalim estuvo reclamando la atención del profesor durante la primera media hora de clase, sobre todo cuando Cerceus se acercaba a la mesa de Gia y Kimara-sa. Gia le dedicó varias sonrisas torcidas dándole a entender que su actitud le parecía patética y luego se centró en su trabajo.                     
Estudió la nota con el preparado que había sobre la mesa, debía echar una medida de cinco gotas de reactivo en la mezcla, pero algo no le cuadraba. Agarró el  gotero con la medida y se quedó con la mano en alto intentando dilucidar qué era lo que le inquietaba de aquello.
—Tengo algo que proponerte —le susurró Kimara-sa.
Gia empezó a verter las gotas en el recipiente de cristal para efectuar la mezcla, buscando una excusa para evitar entablar una conversación, los susurros de su compañera la habían distraído de sus reticencias por un momento y no le dio tiempo ni a pedirle que guardara silencio, la mezcla verde empezó a cambiar de color y cayó en la cuenta de lo que iba a pasar.
—¡Todo el mundo bajó las mesas! —gritó.
Segundos después se escuchó burbujeo seguido de una explosión atronadora y la clase quedó cubierta por un líquido negruzco.
Cuando todo acabó, Kimara-sa salió de debajo de la mesa y miró asustada a Gia, cogió rápidamente un pañuelo y se lo enrolló en la mano, alrededor de un pedazo de cristal que se la había atravesado de parte a parte, para cortar la hemorragia. La herida tenía muy mal aspecto pero Gia casi no se dio cuenta de su gesto, ya que toda su atención estaba centrada en cómo contemplaba atónito el profesor Cerceus las paredes del aula y a los  alumnos que no se habían resguardado a tiempo y habían quedado cubiertos de aquel líquido. Tragó saliva cuando le vio dirigirse hacia su mesa a grandes zancadas mirándola con una expresión furiosa.
—¿Qué han hecho? —les gritó buscando la receta de la mezcla entre los restos del desastre.
Jalim se aproximó a ellos y la recogió del suelo tendiéndosela al profesor, que se puso a repasar los ingredientes.
—¿Cuántas veces he de repetirles que comprueben las recetas? —las reprendió—. Si se hubieran tomado la molestia de leerla sabrían que únicamente debían verter dos gotas de reactivo en la mezcla. No me puedo creer que haya usted sido tan poco diligente Giana.
Estaba a punto de explicarle que había seguido exactamente los pasos que le había indicado en su receta, cuando observó a Jalim sonreír con sorna y cayó en la cuenta de que había sido él.
—¡No ha tenido gracia Jalim! ¿Hasta dónde vas a llegar para ganarte su favor? —le gritó.
—Típico de los incompetentes, tratar de cargarle a otro la culpa —contraatacó Jalim—. Asume tu responsabilidad.
El  profesor miró a uno y a otro dudando.
—Yo repasé la receta del preparado y no era la que tiene el profesor Cerceus en la mano, ni siquiera parecida. Has ido demasiado lejos Jalim, alguien podía haber salido gravemente herido. Eres una rata mediocre que como no destaca echa por tierra el trabajo de los demás.
—Esto es demasiado, protestaré al consejo y pediré que te expulsen —exclamó él haciéndose el ofendido.
—Eso, así tendrás el camino libre, ¿verdad? Pues no voy a dejar que te salgas con la tuya —le contestó Gia furiosa.
El profesor los sacó a los dos de la sala.
—Giana, debe acudir usted inmediatamente a la enfermería a que le sanen esa herida, después se cambiará para estar presentable y se dirigirán ambos al edificio principal. He de informar de esto al consejo, una cosa es que un alumno lea mal una tarjeta y otra muy distinta es que se la cambien con malos propósitos —dijo mirando a Jalim con recelo—. Y respecto a usted Giana, si se trata de una excusa es sencillamente imperdonable. Piensen bien lo que van a decirle al consejo porque les advierto a los dos que sus carreras penden de un hilo.

Ambos alumnos expusieron sus alegaciones ante el consejo de profesores, Gia les explicó sin vacilaciones el contenido de la nota para que comprobasen que las instrucciones de la mezcla no tenían nada que ver con la que estaban escritas en la tarjeta que había recogido Jalim. Kimara-sa apoyó su versión y, al igual que ella, enumeró los ingredientes que habían leído en la tarjeta que les habían dejado encima de la mesa, que coincidía exactamente con lo que Gia había expuesto, pero el compañero de Jalim juró que no se había acercado a su mesa en ningún momento hasta después de la explosión.
El consejo deliberó toda la mañana y antes de la hora de la comida les comunicaron la decisión.
—Después de escuchar sus alegaciones, las de sus compañeros y el testimonio del profesor Cerceus, no podemos más que comunicarles a los dos, que no hallando un consenso respecto a la culpabilidad de uno u otro, puesto que las pruebas y testimonios aportados no son suficientes para esclarecer quién fue el responsable final de los hechos y, para ser poder ser justos con los dos, hemos decidido que ambos reciban el mismo castigo, y por lo tanto les comunico que desde este momento y por el resto del año quedan expulsados de la clase de Medicina y Mezclas Curativas del profesor Cerceus.
>>En su lugar deben escoger otras dos asignaturas optativas que deberán superar al final del curso con una nota por encima de la media.
Gia escuchó la decisión apretando los dientes para contener su rabia, sabía que no serviría de nada protestar, así que se tragó el orgullo y salió de la sala furiosa por la decisión. Kimara-sa la esperaba en el pasillo.
—¿Y bien? —le preguntó.
—Me han expulsado de clase de Cerceus, el único consuelo es que esa sabandija de Jalim también ha sido expulsado. Disculpa pero me marcho antes de cruzarme con él, si le veo en este momento le arrancaré la cabeza.
—Míralo por el lado bueno.
—Esto no tiene lado bueno lo mire por donde lo mire Kimara-sa, me he quedado sin clase y sin recursos para pagar la matrícula del próximo año.
—Solo escucha mi oferta, por favor —le rogó.
—No voy a volver al norte de ninguna de las maneras, no se me ha perdido nada allí y, si de verdad sabes qué soy y conoces a Icario, también deberías saber que me juego el cuello si regreso.
—No se trata de eso, yo tampoco voy a volver.
—¿De qué hablas? Tú eres la heredera de Valka, tienes que volver.
—"Era la heredera" —corrigió—, pero ya no, mi hermana ha ocupado el puesto y yo he sido relegada a simple súbdita suya, prefiero morir a volver.
Su respuesta tranquilizó a Gia, Kimara-sa tampoco sería bien recibida en el norte, conocía perfectamente el protocolo de su tierra, había sufrido en propias carnes lo que era no tener una familia o un título que la respaldase. A Kimara-sa le esperaban años de sumisión y quizá una muerte accidental si regresaba, ahora su silencio era tan importante para ella como para Kimara-sa el suyo. No se alegraba su desgracia pero le alivió saber que ya no tendría que buscarse otra Escuela en la que estudiar.
—Vaya, lo siento, ¿pero qué tengo que ver yo en todo eso?
—Tus aspiraciones de convertirte en médico se han frustrado y he notado que las lenguas se te dan muy bien, la profesora siempre pone de ejemplo alguno de tus ejercicios y muy rara vez te pregunta en clase porque da por hecho que sabes la respuesta. Quiero formar un grupo. Como habrás notado yo hablo por los codos, así que sería una buena portavoz y tú cubrirías el puesto de traductora, ¿qué te parece?
—¿Tienes alguien más en mente? —preguntó Gia interesada.
—Esperaba que me ayudases con eso, eres la primera en quien he pensado, todavía nos faltan tres.
—Dos, porque tengo a la tercera. Sé quien puede ser una buena documentalista, no hay libro que no conozca ni materia que se le de mal. Es más retraída que yo pero para buscar información en los libros no se necesita ser elocuente.
—¿Quién? —preguntó ansiosa.
—Mireia, por supuesto.
—¿Te refieres a tu amiga la azorada?
—O viene conmigo o no hay trato.
—Vale, vale. ¿Sabes Giana?, creo que tienes razón, no había caído pero es verdad que se mueve como pez en el agua en la biblioteca, pero aunque ella acepte todavía nos faltan dos más, necesitamos a alguien que llame la atención y domine bien el protocolo. Tú eres guapa pero no te ofendas, a los hombres les das miedo, eres demasiado... ¿cortante?
—¡Hombres!, ¿quién los entiende? —protestó Gia.
Todas sus citas habían acabado de forma desastrosa. Al principio las cosas iban bien, pero luego todo se torcía cuando se empeñaban en querer conocerla mejor y empezaban a hacerle preguntas incómodas sobre sus orígenes y su vida antes de llegar a la Escuela, a las que ella evitaba responder. Al final acababa cansada de tener que dar evasivas y terminaba por dejarlos.
—¿Tienes alguna amiga más que nos pueda servir? —le preguntó Kimara-sa sacándola de sus pensamientos.
—No sé si te has dado cuenta pero yo no tengo lo que se dice mucha vida social y mucho menos un grupo de amigas, solo algunas conocidas pero ninguna que destaque en algo especialmente. Creo que sé quien tiene que saber lo que necesitamos mejor que nadie.

Cuando se sentaron en su mesa sin preguntar si podían hacerlo y mirándola de forma  expectante, Mireia se echó hacia atrás en su silla asustada.
—¿Qué os pasa? —preguntó poniéndose roja.
—Me han echado de medicina por culpa de Jalim —le aclaró Gia.
—Lo sé, la noticia ha corrido de boca en boca por toda la Escuela, lo siento Giana.
—Pues no lo sientas —le dijo Kimara-sa—, la he convencido para formar un grupo y quiero que tú formes parte de él.
—Pero nos faltan dos más —siguió Gia sin darle tiempo a contestar—, es decir, si aceptas. Kimara-sa piensa que necesitamos a alguien que distraiga la atención de los hombres y domine el protocolo.
Mireia tenía los ojos como platos y el corazón empezó a latirle a toda velocidad.
—Sí —respondió perdida en sus pensamientos. A Gia le extrañó ver que su habitual color rojo desaparecía poco a poco de su rostro— y también a alguien a quien le resulte fácil conseguir favores e incluso —bajo la voz y sonrió con malicia—, que sea capaz de sustraer determinadas cosas.
—¿Tienes alguna idea de quién puede encajar en esas definiciones? —le preguntó Kimara-sa.
—Bueno, solo de la primera. Hay cantidad de chicas guapas aquí que digamos… tienen la mente abierta y buenos modales, pero necesitamos a una que además sea inteligente y ambiciosa y eso es algo más difícil de conseguir. Solo conozco a una chica así, la mayoría de los grupos lo han intentado y los ha rechazado pero no se pierde nada por probar, además, pareces bastante insistente Kimara-sa, quizá tú lo consigas.
—Cuenta con ello Mireia, si he podido con tu amiga Giana, que es como una piedra, esa no será un problema.
Se  pusieron a reír y Gia se cruzó de brazos incómoda. Algunas alumnas se volvieron a mirar hacia su mesa con cara de asombro y a Gia se le escapó una sonrisa pensando que debía ser una estampa extraña ver a una guerrera Valka bromeando con la chica más tímida de la Escuela, mientras se metían con el hueso, que era su apodo oficial.
—La chica en cuestión se llama Isrid, es pelirroja, con unos enormes y preciosos ojos verdes. En cuanto aparezca os daréis cuenta, es inconfundible —Mireia la buscó por el comedor con la vista—. Todavía no ha debido bajar.
Se quedaron allí esperando más de media hora a que Isrid apareciese y cuando lo hizo no las decepcionó, era realmente imponente, de esas mujeres que te hacen pensar que el mundo está mal repartido en lo que a belleza se refiere. Todo el mundo la observó disimuladamente cuando entró y las voces de los alumnos disminuyeron de forma considerable.                                                            
Ella recorrió con la vista el comedor buscando un sitio y se fulminó con la mirada con otra chica que había unas mesas por detrás de la nuestra. El gesto no le pasó desapercibido a Kimara-sa.
Varios estudiantes sonrieron y le ofrecieron una silla, ella se quedó en el pasillo dudando cuál de las invitaciones a almorzar aceptar.
—Isrid ven aquí —le ordenó Kimara-sa. Mireia y Gia la miraron asombradas por su total falta de tacto. Isrid parecía ofendida—. Acércate, tengo algo que contarte —dio unos golpecitos en la silla indicándole que se sentara.
Gia no entendió por qué pero Isrid se acercó con su bandeja a la mesa.
—Estamos formando un grupo y quiero que tomes parte en el —le soltó a bocajarro.
—Lo siento, pero no estoy interesada —respondió tajante Isrid.
—Piénsatelo, necesitamos alguien como tú, alguien que atraiga todas las miradas y que sea lo suficientemente inteligente para no dejarse liar por nadie. La verdad es que yo había pensado en esa —señaló a la chica con la que Isrid se había mirado mal—, dicen que es muy inteligente y que está buscando grupo, pero a mis amigas les pareces más guapa tú.
—Tus amigas tienen buen ojo, esa Ann es completamente idiota y demasiado complaciente con los alumnos.
—Eso es lo que me dijo Giana —mintió Kimara-sa. Gia asintió algo avergonzada por la mentira improvisada—. Ya había hablado un par de veces con Ann y parecía interesada, por eso te lo he preguntado de una forma tan directa, ya no tenemos mucho tiempo para reclutar gente. Si no quieres aceptar no te preocupes, tenía que intentarlo, queremos formar el mejor grupo y presentarnos al reto el tercer año, a nosotras no nos vale una puesto de segunda en la corte, queremos ir a la capital y vivir a lo grande.
—¿A la capital? —los ojos de Isrid se perdieron imaginándoselo. Era verdad que era ambiciosa—. Lo cierto es que había pensado en especializarme en Protocolo pero no me había planteado seriamente... Podría probar....
—Pues probemos. Bienvenida al grupo —la felicitó Kimara-sa sin darle tiempo a pensárselo mejor.
—¡Menuda lianta eres! —le dijo Isrid enarcando las cejas.



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