La Sombra de los lobos





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                                              CAPITULO 1



La primera pesadilla despertó mi ser cuando tenía dieciséis años, aquello que llevaba oculto en el alma y de lo que nadie nacido como yo, puede escapar. Mi nombre era Bianca Daviche, aunque desde entonces he cambiado unas cuantas veces de apellido e incluso hay gente que solo me conoce por mi apodo.
Para contar mi historia debo comenzar con esa primera noche en que mis pesadillas me transformarían, a partir de entonces, mi vida no sería nunca más solo mía, y hombres y bestias lucharían por dominarla.
“Corría por el bosque lo más rápido que las piernas me permitían, el viento azotaba mi pelo y las ramas de los arbustos chocaban contra mi cuerpo acariciándome la piel. Iba descalza, pero no sentía la dureza del terreno bajo los pies. Gozaba de una inmensa sensación de libertad y a cada paso me adentraba más en el corazón bosque. No tenía miedo, era como estar en casa, como si conociese cada árbol, cada planta, cada palmo de la tierra que pisaba.
El sueño cambiaba completamente cuando una niebla densa lo envolvía todo y el verde del bosque se volvía gris. Una espesa bruma me rodeaba mientras seguía corriendo, esta vez intentando alejarme de ella con la esperanza de ver una salida, y era en ese momento cuando empezaba a notar que no estaba sola. A mi lado corrían unas criaturas, escuchaba sus jadeos y sus pisadas pero era incapaz de distinguir su forma.
Se acercaban envueltas por las sombras cada vez más a mí, me rodeaban y entonces distinguía sus ojos brillantes. Las tonalidades de éstos iban del negro más oscuro al azul de metileno del jefe de las sombras que me miraba fijamente, no como lo haría un animal hambriento, sino con una profunda y oscura inteligencia.
No podía respirar, ni moverme, mientras se aproximaba poco a poco a mí. Los demás se quedaban inmóviles casi como en un signo de respeto hacia su jefe, entonces atrapaba mi mente y no dejaba que apartase la mirada de él, y ése era casi siempre el momento en que me despertaba gritando”.
Después de la primera noche mi madre solía acudir a mi cama y realizaba un ritual que podría parecer algo extraño, pero que a mí me tranquilizaba. Al entrar en la habitación impregnaba un pañuelo con unas gotas de limón y me lo acercaba a la nariz, me encantaba el olor a limón, mataba todos los demás aromas, era mi  favorito.
—Ya está, eso es, así Bianca, respira.
—Venían a por mí mamá y no podía moverme.
—No, no Bianca, tranquilízate, los Basul no se acercan, el centinela hubiese dado la alarma.
—¿Basul? no mamá, no hablo de los Basul, eran otra cosa, eran sombras, sus ojos brillaban y me atrapaban en su cabeza.
—¿Los ojos les brillaban?
Mi madre palideció solo durante un segundo y enseguida recompuso su expresión.
—Aquí no hay nadie Bianca, solo ha sido una pesadilla, cálmate o despertarás a tus hermanos. Vamos a hacer una cosa, esta noche, y “solo” esta noche, puedes dormir conmigo y con Néstor, ¿quieres?
Accedí todavía temblando de pies a cabeza, pero mi madre me sonreía con los ojos y eso me tranquilizó un poco.
Nos dirigimos a su alcoba que no era mucho más grande que la que yo compartía Silvia y Víctor, mis hermanos. Ellos se parecían mucho más a mi madre que yo.
Tanto Silvia como mamá tenían el pelo completamente liso y de color negro azabache, y aunque Víctor era castaño como su padre, sus ojos eran del mismo tono dorado que los de ella. 
Yo, en cambio, no había sacado de mi madre más que su constitución, aunque soy un poco más alta, mi pelo es rubio y ondulado y tengo los ojos azules.
Mi piel tampoco es aceituna como la de casi toda la gente del sur, la tengo algo dorada por el sol ya que me gusta estar de un lado a otro todo el día, ése tampoco es un rasgo de mi madre, ella siempre fue muy hogareña, solía reñirme por estar todo el día fuera de casa, por eso y por mi carácter algo aventurero e irresponsable y también por tener la costumbre de contestar de malos modos cuando algo me irrita, es decir, nunca he sido un dechado de virtudes.
—Buenas noches Bianca —me saludó Néstor al verme entrar en el cuarto.
 Néstor era mi padrastro, el mejor hombre que he conocido nunca, adoraba a mi madre y me crió como a una hija. Siempre estaba sonriendo y de broma con mis hermanos y conmigo.
—Buenas noches Néstor —respondí acurrucándome contra su brazo.
Me quedé dormida profundamente y no tuve más pesadillas aquella primera noche.

—Déjala dormir, no hables tan alto —susurró mi madre.
Mi madre y Néstor hablaban en la pequeña cocina de la casa.
Mi casa era una de las más modestas del pueblo, eso sí, teníamos un enorme jardín en el que cultivábamos de todo y nos permitía abastecernos de lo necesario para subsistir.
Solo contaba con dos dormitorios, uno al lado de un pequeño salón, que era el de mis padres, y el otro en la buhardilla, escaleras arriba, que compartíamos mis hermanos y yo.
Al otro lado del salón estaba la cocina, era pequeña, pero mi madre la mantenía siempre tan reluciente que podríamos haber comido en el suelo si hubiésemos querido, sin temor a coger alguna enfermedad.
—Ya son casi las siete y media, deberías despertarla. ¿Qué te pasa?, casi no has abierto la boca en toda la mañana. Mírame Laila, ¿qué es lo que va mal?
—Ya ha empezado Néstor, está cambiando, tarde o temprano se dará cuenta y entonces... ¿Cómo se lo voy a explicar?, ¿y si la buscan?, ¿y si los busca ella?
—No digas tonterías Laila, ¡todo esto por una pesadilla!. Nada va a cambiar.
—No me lo explico, ¿cómo es posible?. No tendría que…ser así, todavía es muy joven. Me odiará cuando lo sepa, ¿y si no lo entiende?
—Nadie te va a odiar, solo fue una pesadilla. Ningún miembro de ningún Clan la busca, deja las cosas como están y no pienses más en ello, además, te adora y lo sabes. Creo que estás exagerando, todavía es pronto, cuando llegue el momento hablaremos con ella y lo entenderá, de eso estoy seguro.
—¿De qué estáis hablando?
Mi hermana apareció en la cocina en ese momento. Tenía por costumbre escuchar las conversaciones ajenas y si no se tenía cuidado le contaba a cualquiera todo lo que pasaba en casa.
—Silvia, ve fuera a jugar con tu hermano y deja de escuchar detrás de las puertas —le riñó Néstor.
—¿Tenéis un secreto que no me queréis contar?
—No tenemos ningún secreto Silvia, haz lo que te he dicho o no te dejaré salir en todo el día.
—Vale papá, pero ya sabes que tarde o temprano me enteraré de todo.
Escuché cómo Néstor la perseguía por el salón mientras ella se desternillaba de risa. Víctor se unió al juego.
—No me coges papi —chillaba.
 Silvia tenía entonces nueve años y Víctor seis. Solían jugar en el jardín de casa casi todo el día, incluso en los días lluviosos. A los tres nos encantaba holgazanear.

Mi madre había llegado al pueblo de Oren cuando yo apenas contaba un año. Ella era entonces la joven viuda de un soldado de la ciudad de Niure, en la región del norte. Mi padre había muerto al enfermar de tuberculosis debido al frío de la región.
Jamás hablábamos de él, lo poco que me había contado era que yo era su viva imagen, pero se ponía muy triste y se le llenaban los ojos de lágrimas cuando le preguntaba por su vida en el norte, ya que no le quedaba familia, así que solíamos evitar el tema a pesar de mi curiosidad.
La gente de nuestro pueblo era en general muy agradable, la mayor parte de nuestros vecinos se dedicaban a la agricultura y la ganadería. Era una tierra pacífica y solo había sido atacada una vez, hacía muchos años, por el temible Clan de los Basul, y desde entonces los hombres se turnaban para hacer guardia por las noches.
Se contaban muchas historias fantásticas acerca de los saqueadores Basul. Todas sacaban a relucir el aspecto de sus temibles miembros, hombres cuervo de oscuro corazón que exhibían unas gigantescas alas negras, capaces de volar y empujar a varios hombres a metros de distancia agitando las alas en su dirección. Aunque lo peor era que solían elevar a sus víctimas a las alturas y obligarlas a mirar hacia el abismo, antes de arrancarles los ojos y arrojarlas al vacío.
Todas esas fábulas nos las narraba Pete, un chico delgado, larguirucho y muy locuaz, hijo del comerciante del pueblo. Pete era el único chico que había ido mas allá de la ciudadela.
A mi madre no le gustaba que nos contase esas historias sobre los Clanes y solía reñirle si nos encontraba hablando con él.
—Pete Cone, harías mejor ayudando a tu padre en la tienda, en vez de estar aquí, llenando la cabeza de pájaros a mis hijos.
—Sí señora Daviche, tiene usted toda la razón.
Pero cuando mi madre no le veía nos guiñaba el ojo y nosotros nos tapábamos la boca tratando de no reír.
Por desgracia no todo el mundo en el pueblo nos quería, a la señora Potela no le gustábamos una pizca ni mi madre, ni yo.
A veces se hacía la encontradiza con nosotras y la cosía a preguntas sobre mi padre, ¿cuándo se había casado?, ¿dónde? Pero sobre todo se interesaba por mí, que si mi fecha de nacimiento, que si a quién había salido la niña tan blanca…Un interrogatorio completo. Mi madre solía contestarle siempre con paciencia, hasta el día en que le preguntó sin rodeos cómo había muerto mi padre. Mamá le respondió nerviosa mirándome que no quería hablar de esas cosas delante de su hija, ya que era un tema muy doloroso para nosotras.
Aun así la señora Potela no se dio por vencida y siguió preguntando como si no la hubiese escuchado. Tenía una mirada acusadora mientras continuaba insistiendo sobre mis orígenes, por lo que mi madre, cansada de sus preguntas indiscretas, se la llevó aparte y estuvo un rato discutiendo con ella. Cuando volvió estaba más que furiosa y me prohibió volver a hablar con aquella mujer.
—Si ves a la señora Potela quiero que corras a casa y no te detengas hasta llegar. No se te ocurra hablar con esa mujer ¿Me has oído Bianca?
—Sí mamá, te he oído —murmuré algo extrañada por su reacción.
Nunca había visto a mi madre así, jamás se enfadaba, nunca perdía los nervios, pero lo que de verdad llamó mi atención fue que durante un segundo hubiese jurado que sus ojos dorados se habían vuelto completamente negros.
La señora Potela no volvió a molestarnos. De vez en cuando la veía observándome desde su casa, descorría las cortinas por completo si me veía para que yo supiera que estaba allí, vigilándome, y decía algo entre dientes que no lograba comprender.

Cuando me levanté esa mañana ya eran casi las ocho. Néstor me atrapó entre sus brazos en cuanto puse un pie en la cocina.
—No has parado de darme patadas en toda la noche y te lo voy a hacer pagar. No te librarás de una buena ración de cosquillas.
—¡Suéltame Néstor, no! —protesté riendo—. ¡Mamaaaá!
—Néstor, para ya, deja que se alimente, eso no vale, así no puede presentar batalla.
Mi madre puso la leche caliente recién ordeñada en la mesa, seis bollos y mermelada. Me lo comí todo con ganas, quizá con demasiadas, engullí yo sola los seis bollos y me hubiese comido otros seis más, si me los hubiesen puesto.
Observé por el rabillo del ojo cómo mi madre le lanzaba a Néstor una mirada significativa y la desviaba enseguida, pero no me atreví a preguntarles sobre la conversación que había escuchado desde la habitación, no estaba segura de si habían estado hablando de mí, y una cosa era la regañina de Néstor a Silvia y otra la que me caería a mí por escuchar detrás de las puertas, ya que casi era una mujer.
—Escucha Bianca —dijo Néstor—, necesito que me hagas un favor.
—Vale, ¿qué quieres?
—Quiero que vayas a la tienda. Cómprame un rollo grueso de cuerda, necesito vallar de nuevo la zona de las hortalizas. Los chicos deben haber estado jugando con ellas. Varios granjeros se han quejado de que sus vallas han aparecido rotas por la mañana.
Yo sabía lo que significaba eso, los jóvenes del pueblo se habían vuelto a emborrachar, entre ellos mi amigo Pete, y la habían hecho buena.
Todos los años en la víspera de la fiesta de San Tomás, pasaba lo mismo. Los chicos sabían que pronto se reunirían en el pueblo de Santara, que era el más grande de los alrededores, con las jóvenes de los pueblos cercanos y luego bailarían alrededor de la gran hoguera toda la noche.
Los puestos de las fiestas estaban siempre abarrotados y salían muchas uniones de allí, así que ellos solían ponerse muy tontos las semanas anteriores diciendo que si aquella podía ser su última semana de soltero, que si luego no volverían a disfrutar igual de la amistad...
Las chicas, en cambio, se encerraban en casa haciendo rituales de belleza que a mí me parecían ridículos y ensayando peinados para lucir en el baile.
Mi madre se quejó de los destrozos ocasionados pero Néstor se puso a reír y dijo que siempre había sido así desde que él recordaba, luego la cogió por la cintura y la atrajo hacia él.
—Yo volvería a complicarme la vida sin pensármelo, de hecho estoy pensando en complicármela un poco más ahora mismo.
—¡Calla bobo!
Mi madre se sonrojó un poco y empezó a reírse por lo bajo zafándose de su abrazo. Néstor sacó unas monedas, me las puso en la mano, me cerró el puño y miró de reojo a mi madre.
—Después puedes ir a la tienda de la señora Doria y comprarte unos lazos para ti. No hace falta que te des prisa, míralos bien antes de decidirte.
—Gracias Néstor.
Di saltos de alegría y corrí hacia la puerta por si cambiaba de opinión. Ya casi en la verja los escuché hablar.
—Eres un demonio Néstor.
—Claro que si mujer, ahora mismo te lo voy a mostrar —les oí reírse a carcajadas.
Recorrí el sendero que separaba mi casa del pueblo muy despacio, parándome a oler cada flor del camino, cada planta, incluso recogí varias piedras del suelo y me paré a olisquearlas. Todo parecía desprender un aroma más intenso esa mañana.
Me demoré casi media hora en llegar a la tienda del señor Cone y eso que estaba a menos de diez minutos de mi casa. Al principio me asusté pensando que me había distraído demasiado, pero luego me acordé de la última conversación entre mis padres y pensé que así era mejor.
Había muchas cosas que entendía de las relaciones entre adultos, no era nada ingenua y sabía cuando mis padres querían estar solos y lo que hacían cuando tenían tiempo para ellos.
Tatiana, Elba y yo éramos amigas inseparables, y solíamos hablar de esas cosas cuando estábamos a solas en nuestro escondite del bosque, un pequeño claro oculto por frondosos árboles.
Elba estaba loca por Pete, pero él no le hacía el menor caso. Yo la consolaba diciendo que solo nos veía como amigas y que se daría cuenta de que a ella le gustaba tarde o temprano, pero Elba y Tatiana estaban convencidas de que le gustaba más yo que cualquier otra chica de los alrededores. Cuando lo insinuaban me ponía furiosa, me daba vergüenza imaginarme con él, yo no le veía como un posible novio, además, quería que Pete y Elba acabasen juntos y temía que a ella se le metiese esa idea de la cabeza y terminase nuestra amistad, no sería la primera vez que pasaba algo así entre amigas.

Cuando entré en la tienda me sorprendió ver la expresión del rostro del señor Cone, normalmente era un hombre sonriente con una energía desbordante, siempre moviéndose por su tienda de un lado a otro, pero esa mañana estaba sentado tras el mostrador con los brazos cruzados y el semblante serio.
Pete entró por la puerta del almacén con la cabeza baja, sin decir una palabra.
—¿Qué se te ofrece Bianca?
—Necesito un rollo de cuerda gruesa, señor Cone.
No bien hube pronunciado esas palabras me di cuenta de lo que pasaba. El señor Cone le lanzó una mirada envenenada a Pete que agachó la cabeza, y al ladearla me di cuenta de que tenía la marca morada de un golpe justo debajo del ojo.
—Entrégale a tu padre este rollo de cuerda. Mi hijo pasará más tarde a disculparse por los destrozos y, por favor, dile que lo siento mucho y que no se volverá a repetir. Toma —me tendió el rollo de cuerda.
Pete estaba rojo de vergüenza y decidí echarle una mano, al fin y al cabo era mi amigo y me encantaban sus historias.
—¿Por qué va a pasar a disculparse Pete?, ¿qué destrozos? —le pregunté poniendo cara de inocente—. Mis hermanos rompieron la cuerda ayer por la tarde jugando a los caballos, no sé qué tiene que ver Pete en eso.
—¿Tus hermanos?, ¿de veras?, eso está bien, es decir, no está bien pero al menos…
El señor Cone se enredó en sus pensamientos mientras me cobraba. Pete y yo nos sonreímos, me guiñó un ojo y me dio las gracias disimuladamente.
Pagué el rollo de cuerda y salí nuevamente al camino sonriendo para mis adentros. Me dije a mi misma que no se me podía olvidar hablar con Néstor de lo que le había dicho al señor Cone y pedirle que no le dijese a mi madre una palabra, a ella no le gustaba que mintiera por otros y yo tenía la costumbre de inventarme historias, fabulosas por cierto, para tapar a los demás. Eran tan buenas que las chicas y los chicos del pueblo me pedían consejo cuando querían reunirse en secreto para que me inventase una buena excusa, y tengo que decir que hasta aquel momento habían sido infalibles.
En la tienda de la señora Doria me compré unos lazos rojos. El rojo era mi color favorito. A mi madre no le gustaba nada que yo luciera prendas de ese color, decía que no tenía edad para llevarlo, que me hacía parecer descarada, pero pensé que seguramente al llegar a casa la encontraría de buen humor.
Volví dando un rodeo, hacía un día caluroso y quería refrescarme los pies. Seguí el curso del río hasta la altura de mi casa, luego solo tendría que subir colina arriba para llegar.
Me quité las sandalias y las dejé encima de una gran roca. El agua estaba congelada pero hacía tanto calor que me hubiese quedado allí toda la mañana. Fue entonces cuando el viento sopló en mi dirección y me pareció que susurraba mi nombre.
—¡Biancaaaa!
Algo se movía al otro lado del río agitando los arbustos, no me detuve a comprobar de qué se trataba, empecé a correr en dirección a la casa con el corazón latiéndome a toda prisa. Corrí rápido, tan rápido, que juraría que tardé segundos en subir una colina que por lo menos me hubiese llevado cinco minutos.
Al llegar arriba me dije a mi misma que era mejor no contarles nada a mis padres y me tranquilicé al ver la verja de la entrada. No había pasado nada, solo había sido mi imaginación, nadie había susurrado mi nombre, solo había sido el viento. ¡Qué tonta era, asustarme del viento!
Cuando entré en casa y Néstor me vio, se echó las manos a la cabeza.
—¡Por el amor de dios!, ¿qué te ha pasado? —corrió a cogerme en brazos y yo le miré asustada sin saber a qué se refería.
—¡Dios mió! ¿Cómo te has hecho eso Bianca? —mi madre entró en el salón y me miró horrorizada—.¡Silvia, ve ahora mismo a buscar al doctor Cinar! —le gritó a mi hermana.
Mi padrastro me llevó a su alcoba y me tumbó en la cama. No me enteraba de nada, no podía verme el cuerpo porque Néstor tenía mi pierna agarrada con fuerza y me daba la espalda de tal forma que no veía cuál el problema, y en realidad a mi no me dolía nada.
—¡Ay!
Bueno, hasta que lo tocó, entonces comencé a sentir un dolor punzante en el pie y cuando Néstor cambió de posición pude verlo.
Estaba descalza, mis sandalias debían haberse quedado en el río, en la roca donde las había dejado, y me había atravesado el pie con una rama desde la planta hasta el empeine, seguramente mientras corría, además tenía el vestido destrozado de las rodillas para abajo y todo sucio, como si me hubiesen caído kilos de tierra encima.
—¿Pero, qué te ha pasado Bianca?
“¡Ay Dios! —pensé—, debo inventarme una buena excusa, al fin y al cabo eso es lo mío.”
—Tenía mucho calor y decidí ir al río a mojarme los pies un rato. Me dejé las sandalias en una roca —eso era la pura verdad— y empecé a subir la colina, no me di cuenta de que iba descalza hasta que llegué arriba. Cuando caí en la cuenta de que me había dejado las sandalias en el río me di la vuelta para bajar, perdí el pie y caí colina abajo.
No podía contarles la verdad, ¿qué les iba a decir?, ¿que me había asustado del viento?, creerían que era imbécil, además, ni yo misma sabía muy bien qué había sucedido.
Mi hermana llegó al poco rato con el doctor Cinar. Era un hombre muy mayor pero no tenía intención de dejar de trabajar, aunque todo el mundo sabía que a veces se le iba un poco la cabeza y decía las cosas sin pensar.
Me examinó un buen rato antes de extraer la rama.
—¡Ay, imbécil!
—¡Bianca! —me reprendieron mis padres a la vez.
—Lo siento, pero es que duele.
—Claro que duele jovencita, no te preocupes, no sabes las cosas que oye uno siendo doctor. Una vez, a uno de los gemelos Yurin, no me preguntes cuál porque todavía hoy no distingo entre esos dos muchachos, se clavó una astilla debajo del dedo gordo del pie y empezó a decirme que yo era el hijo de una cabra y un…
—Gracias doctor Cinar, pero creo que será mejor dejar ahí esa historia —le atajó mi madre.
Néstor se rió por lo bajo y le dio unos golpecitos en la espalda al doctor.
—¿Cuánto tiempo debe estar en reposo? —preguntó Néstor.
—Supongo que un mes más o menos, hay que esperar a ver como cicatriza la herida.
—¿Un mes? ¡No puede ser, me perderé la fiesta, es dentro de dos semanas!
—No te preocupes por eso, iremos en el carro como todos los años —me consoló Néstor.
—¡Pero no podré bailar junto al fuego!
—¡Ah! —exclamó el doctor—, hay algún joven que te interesa, ¿eh? ¿Con quién tenías pensado bailar?, quizá con ese amigo tuyo, Pete Cone, ¿eh?
Enrojecí como un tomate y me puse furiosa, a todo el mundo se le había metido en la cabeza que Pete y yo éramos pareja.
—Pensaba bailar con mis amigas doctor Cinar, soy joven para tener novio —respondí entre dientes.
—Sí, claro, disculpa, siempre hablo demasiado. Todavía te queda algo de  tiempo para disfrutar de la soltería.
Su respuesta me cayó como un jarro de agua fría y me sentó peor que el comentario sobre Pete, ahora además del pie me dolía el orgullo. Las jóvenes de la aldea solían casarse a mi edad, algunas incluso antes. No me había parado a pensar con detenimiento en el matrimonio pero desde luego no quería casarme todavía. A mis amigas Tatiana y Elba les encantaba fantasear con la idea pero a mi me asustaba pensar en ello y me daba un poco de vergüenza, por lo que solía evitar el tema siempre que lo abordaban.
¡Oh, Tatiana y Elba! Seguro que no las vería en todo el mes, no podría ir con ellas al escondite del bosque.
Me pasé la tarde en el pequeño salón de casa repasando las lecciones que me impartía mi madre, algo triste ante la perspectiva de estar convaleciente durante todo un mes.
Esa noche volvió la pesadilla, me desperté gritando y mi madre acudió con el pañuelo impregnado en limón. Esta vez no me llevó a su cama, no podía moverme tal y como estaba mi pie y además tenía un poco de fiebre.
Se quedó junto a mí sentada en una mecedora poniéndome compresas de agua fría en la frente hasta que poco a poco volví a quedarme dormida.
Mis amigas me visitaron todos los días, sabía lo que les costaba hacerlo, ya que bajo la vigilancia de mi madre y lejos de nuestro refugio no podíamos cuchichear sobre ciertas cosas.
Las fiestas estaban cerca y me imaginaba que Elba estaba loca por hablar sobre Pete, y Tatiana y yo nos moríamos por saber si iba a dar el paso de plantarse delante y bailar con él.
Creo que a Tatiana le gustaba uno de los temibles gemelos Yurin, Txasa y Vaugan, los grandes amigos de Pete. Eran unos chicos muy guapos, en realidad los mas guapos de Oren con diferencia, tenían el pelo negro y los ojos de color castaño aunque a veces parecían verdes, pero siempre iban sucios y desarreglados y eran bastante salvajes.
Sus correrías eran conocidas por todo el pueblo y creo que también por los pueblos de alrededor. Solían gastar bromas pesadas y algunas veces se apropiaban de cosas ajenas.
La gente los disculpaba ya que su padre era un hombre honrado y muy trabajador, y su madre había muerto cuando ellos apenas tenían dos años durante el ataque de los Basul.
A mí no me caían tan bien como Pete, siempre se me quedaban mirando descaradamente y cuchicheaban entre ellos mientras reían.

El doctor Cinar venía a visitarme cada dos días para aplicarme un remedio en el pie y cambiar mis vendas. La primera vez se mostró muy satisfecho.
—¡Estupendo! —exclamó—. La herida está cicatrizando mucho mejor de lo que esperaba. Se ve que es una joven fuerte vuestra Bianca.
La segunda visita fue algo distinta, habían pasado cuatro días y el doctor examinó la herida durante largo rato.
—¿Qué pasa doctor? —preguntó mi madre.
—Nada, nada querida. Todo va…bien —parecía contrariado por algo.
 Pero lo más extraño sucedió a los seis días de mi accidente, en la tercera visita del doctor.
—¡Imposible! —exclamó al desenrollar totalmente mi vendaje.
—¿Qué pasa doctor?, mi pie no está bien, ¿verdad?, se ha infectado —me asusté.
—No Bianca, no es eso, el pie está bien, nunca había visto algo así, está…prácticamente curado. No es nada común, no he visto nunca cicatrizar una herida de esta manera, nadie se cura tan rápido.
Mis padres se miraron el uno al otro con cara de preocupación, ¿por qué no se alegraban?, me había curado, ¿o no?
—¡No es verdad! —grité—. El pie no está bien, se ha infectado y me lo van a tener que cortar, si no, ¿por qué estáis todos tan serios?
Entonces Nestor se hecho a reír.
—No Bianca, es que estamos algo asombrados. Venga, no digas tonterías, compruébalo tú misma.
Me daba miedo mirarme el pie pero decían la verdad. El doctor tenía razón, no era normal. Hacía seis días tenía un agujero atravesándome el pie de parte a parte y en ese momento no quedaba más rastro de la herida que un diminuto punto rosa.
—¡Podré bailar! —exclamé encantada—. Con mis amigas, quiero decir, ¿eh, doctor?
Se echaron a reír al escuchar mi último comentario y el ambiente cambió. Todos parecían más relajados, aunque noté que la sonrisa de mi madre no llegaba a sus ojos.
Le dimos las gracias al doctor Cinar y mi madre lo persuadió de que mi pronta recuperación se debía a los increíbles remedios que preparaba, el doctor se fue convencido de que era un gran médico.
Una hora después mis amigas vinieron a visitarme, mi madre me excusó de la lección antes de tiempo y salimos las tres corriendo y gritando de alegría por el camino hasta nuestro escondite del bosque.
Esa semana me la pasé yendo y viniendo con Elba y Tatiana de aquí para allá, hablando de los vestidos de las chicas y haciendo apuestas sobre quién bailaría con quién. Cotilleábamos en nuestro escondite sobre toda la información de la que nos enterábamos.
Yo seguía teniendo pesadillas todas las noches sobre las sombras y sus ojos, pero de día y a la luz del sol me olvidaba de todo. Hasta el día de la víspera de las fiestas, a partir de ahí todo lo que yo creía saber sobre mi familia y sobre mí cambió por completo.

Me levanté temprano, me aseé y bajé a  desayunar. Mis padres hablaban como siempre en voz baja en la cocina. Mis hermanos todavía no se habían despertado. Ayudé a mi madre en las tareas de casa, preparé el desayuno para mis hermanos y tomé mis lecciones. Cuando terminé todas mis tareas pedí permiso para salir.
—Mamá, ¿puedo ir a visitar a Tatiana?, su madre le va a probar el vestido para la fiesta y me gustaría verlo, Elba también va a ir.
Mi madre sonrió, caí en la cuenta de que últimamente no la veía sonreír a menudo, había empezado a mirarme con preocupación. Yo lo atribuía a las pesadillas, pensé en poner un cojín junto a mi almohada para taparme la boca cuando me despertara gritando y así no volver a preocuparla más.
—Muy bien, ve, pero vuelve pronto, no te demores demasiado, te necesito aquí para ayudarme a empaquetar las cosas que vamos a llevar a la fiesta.
—Vale—dije saliendo a carrera por la puerta—, veo el traje y me vuelvo, no vas a notar ni que me he ido. Gracias mamá.
—¡Mentirosa! —me gritó mi madre desde el interior y pude oír su risa. Sentí alivio al escucharla reír de nuevo.
La casa de Tatiana estaba en el extremo opuesto del pueblo, así que tenía que darme prisa en llegar para poder volver pronto y ayudar a mi madre.
Corrí como una loca. ¡Otra vez, no era posible! Casi había llegado y no sabía cómo había podido hacerlo tan pronto, o quizá fuese solo fruto de mi imaginación. “No voy a pensar en eso ahora”, me dije a mí misma.
No había nadie por la calle ya que todo el mundo recogía sus enseres para la fiesta, por lo que ningún vecino me había visto, y por algún motivo eso me aliviaba.
La casa de Tatiana estaba casi a la entrada del pueblo, para llegar allí debía pasar primero por delante de la casa de la señora Potela, esperaba no tener que verla en la ventana, pensé que con un poco de suerte también estaría atareada recogiendo sus cosas.
Comencé a recorrer la calle y allí estaba, en cuanto me vio descorrió las cortinas, apretó la mandíbula y dijo:
—¡Bastarda hija de un Clan!
Me quedé boquiabierta mirándola. ¿Qué es lo que había dicho?, y lo que más me sorprendió, ¿cómo había podido escucharla a esa distancia? ¡Era imposible! De golpe todos los sonidos de la calle aparecieron en mi cabeza, podía oír cómo la gente discutía en sus casas, podía oler cómo guisaban, fregaban sus suelos, recogían sus ropas, podía oírlo y olerlo todo. Me quedé bloqueada, no sabía qué hacer, estaba desorientada. Volví a mirar hacia la ventana de la señora Potela, estaba, o eso me pareció, tan asustada como yo y me miraba fijamente con los ojos desorbitados.
Cerró sus cortinas de golpe y escuché cómo echaba el cerrojo a la puerta y comenzaba a cerrar todas las contras de la casa. ¿Qué le pasaba a esa mujer? ¿Qué me pasaba a mí?
Los sonidos y los aromas cesaron de golpe tan repentinamente como habían llegado, traté de calmarme y me dirigí a casa de Tatiana. Nada más entrar empecé a sentirme mejor. Su madre era una mujer muy dulce y transmitía a todo el mundo su tranquilidad. Mi amiga Tatiana había heredado esa cualidad de su madre, ella era la encargada de poner algo de cordura en las ideas descabelladas de Elba y hacer que me calmara cuando tenía uno de mis arranques de genio.
Elba llegó poco después de que lo hiciese yo y empezó a parlotear sobre el vestido de Tatiana.
—¿Te pasa algo Bianca? —me preguntó Tatiana.
—Sí —dijo Elba—, estás como distraída y todavía no me has mandado callar.
—¡Cállate ya Elba! —dijimos Tatiana y yo a la vez y rompimos a reír las tres.
Después de un rato me excusé delante de ellas diciéndoles que le había prometido a mi madre que la ayudaría a empaquetar las cosas.
—Me voy contigo —dijo Elba—, yo también debo ayudar en casa.
Suspiré aliviada al escucharla, al menos me acompañaría casi todo el camino, únicamente tendría que andar sola un tramo hasta casa. Tenía los nervios a flor de piel por lo que había pasado aunque intenté disimularlo.
Salimos de casa de Tatiana y nos dirigimos a la de Elba. Era una suerte que le gustara tanto escuchar su propia voz, estaba muy excitada parloteando sobre la fiesta y lo que pasaría con Pete.
—¿Se lo vas a pedir o no? —le pregunté.
—¿A Pete?....sí...no… ¿Tú qué crees que debo hacer?
—Pídeselo de una vez, llevas así dos años Elba. Si baila contigo estupendo, y si te dice que no…sería idiota.
—Creo que no soy yo con la que querría baliar en la hoguera.
—No empecemos, que hoy no estoy de humor.
—Ya lo he notado, ¿qué te pasa? Estás como distraída.
—¡Es esa bruja! —contesté apretando los dientes.
—¿Quién?
—La señora Potela, me espía y me pone nerviosa. Si escucharas las cosas que dice...
—¿Qué dice?
No podía explicárselo y no deseaba mentirle, por suerte no tuve que hacerlo, ya estábamos casi en la puerta de su casa.
—Te lo contaré otro día Elba, tengo que volver pronto a casa. ¡Adiós! —me despedí.
—¡Hasta mañana! —gritó a mis espaldas.
Mientras caminaba hacia casa iba pensando si debería contarle a mi madre lo que me había pasado, pero la había visto tan preocupada por mi en esas últimas semanas que decidí no hacerlo.

Teníamos por costumbre levantarnos más tarde el día de la fiesta para poder aguantar despiertos el mayor tiempo posible, aunque yo siempre me quedaba dormida enseguida, me encantaba dormir, al menos hasta que empezaron mis pesadillas.
Esa noche no pensaba retirarme pronto, además, había decidido darle un empujón a la relación de Elba y Pete, quería tener la mente ocupada y eso me parecía perfecto para olvidar las cosas que me estaban sucediendo.
Después de desayunar mi hermana Silvia y yo fregamos los cacharros e hicimos las tareas de casa mientras mi madre y Néstor terminaban de cargar el carro con todo lo necesario para pasar la noche fuera.
Nos pusimos en camino poco después, había una larga hilera de carros saliendo del pueblo que quedaría casi desierto durante una noche. Solo algunos ancianos se quedaban en sus casas.
Delante de nuestro carro iban Elba y su familia, nos pusimos a hablar a gritos de un lado para otro.
—¡Hola!, ¿Puede Bianca viajar un rato conmigo en mi carro, señora Daviche?
—Ve Bianca, tu hermana puede echarle un ojo a Víctor, además ahora está dormido.
—¿Seguro mamá?
—Sí, vete tonta, pásalo bien con tu amiga.
Elba y yo hablamos durante todo el camino de cosas inocentes ya que sus padres estaban delante y los míos detrás. Me enseñó su vestido que, al igual que el de todas las chicas solteras, era blanco. Yo por fin había conseguido que mi madre me dejara llevar los lazos rojos, incluso me regaló unos zapatos a juego, eran preciosos y estaba deseando lucirlos en el baile.
—¿Sabes que la señora Potela no viene a la fiesta? Ayer la vieron salir a toda prisa de su casa, le dijo a mi madre que tenía que visitar a su hermana en la aldea de Valederos.
—¡Qué raro!, ¿su hermana no va a la fiesta? —algo me dijo que las cosas no iban bien. Me inquietó la idea de que la causa de su marcha fuese debida a lo que había pasado.
—Sí, es raro, todos los años suelen reunirse allí, pero puede que haya caído enferma.
No quise darle más vueltas al asunto aunque me quedé con la mosca detrás de la oreja.

Llegamos al pueblo de Santara cuando empezaba a ponerse el sol y dejamos la carreta en uno de los sitios que habían habilitado para los forasteros a las afueras del pueblo.
La familia de Elba situó la suya a nuestro lado y luego nos dirigimos todos a la plaza para montar la mesa de la cena.
Esperábamos encontrar un buen sitio y tuvimos suerte, encontramos uno estupendo desde donde disfrutar de la fiesta, se veía toda la plaza.
A las diez de la noche estaba abarrotado de gente, faltaba solo una hora para que prendiesen la hoguera, Elba y Tatiana ya habían localizado a Pete y a los hermanos Yurin. Supuse que a mi me iba a tocar seguirles a todos el juego pero no me importaba, estaba muy contenta, me encantaban las fiestas de San Tomás y todo el mundo parecía compartir mi alegría.
A las once prendieron la hoguera, los chicos se colocaron en un lado y las chicas al otro. Tatiana, Elba y yo íbamos cogidas de las manos, no parábamos de reír y de charlar más por nerviosismo que por otra cosa.
La música empezó a sonar y todos comenzamos a bailar. Mucha gente decía que había heredado las dotes de baile de mi madre y la verdad es que me encantaba dejarme llevar por la música.
Estuvimos bailando hasta bien entrada la noche. Aproveché para empujar a Pete encima de Elba en cuanto lo tuve lo suficientemente cerca, les pedí disculpas y me alejé de ellos. Fue una cosa muy descarada y evidente, pero funcionó. Pete agarró a Elba para que no cayese al suelo, se echaron a reír y se pusieron a bailar juntos. Tatiana se quedó mirándome atónita.
—¡Eres increíble Bianca!
—¿Crees que Elba se enfadará conmigo?
—A juzgar por su sonrisa de oreja a oreja yo creo que te dará las gracias.
—Sabes que luego tendremos que escucharla durante horas hablar de Pete, ¿verdad? —dije con una sonrisa torturada.
—Bianca, eres una bruja.
Nos reímos como locas imaginando lo que nos esperaba mientras seguíamos bailando.
De repente los oídos empezaron a zumbarme, era un sonido insoportable, como si todo el mundo se hubiese puesto a aplaudir en mi cabeza. Caí de rodillas al suelo tapándome las orejas con las manos.
—Bianca, ¿qué te pasa?, ¿estás bien? —me preguntó Tatiana preocupada agachándose a mi lado y acariciándome la cabeza.
—Estoy mareada Tatiana —conseguí decir.
Casi no tenía fuerzas para explicarme, solo quería salir de allí y tumbarme en algún lado para poder descansar. Traté de localizar con la vista a mi madre, por fin la vi pero no entendí lo que pasaba. Su collar se había puesto a brillar y una extraña luz salía de su gema negra. Me miraba horrorizada desde nuestra mesa en uno de los laterales de la plaza, reaccionó y se puso a correr hacia mí gritando, pero no podía entender qué me decía, me pitaban los oídos.
Vi a Néstor coger a mis hermanos en brazos y echar a correr con ellos hacia la salida más cercana de la plaza. Miré a mi alrededor, Tatiana ya no estaba agachada a mi lado, tenía la cabeza alzada hacia el cielo y las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Colocó los brazos delante de la cara como si intentase protegerse de algo, alguien se tropezó conmigo y la perdí de vista. Traté de incorporarme. Todo el mundo se había puesto a correr, giré la cabeza en todas direcciones pero no pude ver a Elba ni a Tatiana, los chicos también habían desaparecido.
Mi madre llegó hasta donde yo estaba tropezando con la gente y me agarró del brazo levantándome del suelo.
—Mis oídos, no puedo oír nada —me quejé.
—Lo sé Bianca, lo han hecho a propósito.
—¿Qué pasa?, ¿por qué corre todo el mundo? —pregunté aturdida. El ruido en mi cabeza era ensordecedor.
—Debemos irnos Bianca, ya vienen.
—¿Vienen?, ¿quién viene?
—Son los Basul, si te ven irán a por ti Bianca, ahora no tenemos tiempo para hablar. ¡Corre!
Seguí a mi madre entre las calles atestadas de gente que huía atemorizada.
—Escúchame bien hija —me dijo arrastrándome debajo de los soportales de una calle sin dejar de mirar hacia arriba—, debes permanecer cerca de la multitud de momento. Tienes que tratar de conservar la calma, ellos deben pensar que solo eres otra joven de pueblo y no…
—¿Y no qué mamá?, ¿qué soy?
—Más tarde Bianca, ahora no tenemos tiempo, debo dejarte sola, mi padre y mis hermanos te localizarían enseguida si permaneciera a tu lado —me acarició la cara al decirme esto, había una profunda tristeza en sus ojos dorados cuando me miró.
—¿Tu padre y tus hermanos?
—Los Basul Bianca. Ahora no puedo explicártelo pero te lo contaré todo en casa., trata de que alguien te lleve hasta allí, evita los caminos solitarios y mézclate con la gente, cuanta más mejor.
Me dio un beso fugaz en la frente y echó a correr por las calles, cogió impulso y de repente salió volando. Me quedé mirándola con la boca abierta, no me lo podía creer. De la espalda de mi madre habían brotado dos enormes alas negras como por arte de magia. La vi elevarse y desvanecerse en la noche. Alguna gente también la vio y empezó a correr más deprisa mientras proferían gritos de pánico apartándose del lugar donde ella había alzado el vuelo.
Traté de hacer lo que me había dicho y me subí al carro más atestado de gente que encontré, no era gente de mi pueblo, les expliqué que había perdido a mi familia y les pedí que me llevaran en su carro aunque fuese hasta el siguiente pueblo, accedieron y se pusieron en camino enseguida.





                                              CAPITULO 2




Sentada en la parte de atrás del carro empecé a pensar en todo lo que había pasado. Me gustaba escuchar las historias de Pete sobre los Clanes pero nunca imaginé que fuesen más que eso, meras historias, no creí ni por un momento que hubiese gente a la que le brotaran alas de la espalda hasta que vi a mi madre. ¿Sería todo verdad?

“Los miembros de los Clanes parecen humanos pero no lo son del todo —nos había dicho Pete—. Tienen la apariencia de un hombre o una mujer pero comparten el alma con una bestia. Cuando se enfurecen o se sienten atacados les sale el animal que tienen en su interior, entonces se transforman y adoptan parte de sus facultades”.
>>Los Basul son temibles, cuando atacan les salen unas enormes alas negras de la espalda. Disfrutan matando a sus victimas, los elevan al cielo, los hacen mirar hacia abajo, luego les sacan los ojos y los arrojan al vacío. Dicen que son fríos como el hielo e incapaces de sentir empatía por los demás. La gente de la ciudadela cree que han perdido casi toda su humanidad”.
Eso no era posible, mi madre era humana, ¿o no? No era una persona fría, ¡no era una Basul! A pesar de sus alas no era como ellos en absoluto. ¿Por qué no me había hablado nunca de su familia? ¿Me iban a salir alas negras en la espalda? ¡Oh dios!, esperaba que no, tenía muchas cosas que preguntarle.
“Hay otros Clanes —seguí pensando en lo que Pete me había contado—, algunos mas poderosos que los Basul, existen Clanes con la fuerza de un oso, otros con la velocidad de un guepardo, a algunos incluso les salen garras y colmillos.”

La gente del carro, sumida en el más profundo silencio hasta entonces, había comenzado a hablar, ya se veía su pueblo.
—¿Cuántos han caído? —preguntó el hombre que tenía a mi lado al chico de enfrente.
—No lo sé, muchos. Cogieron a Raúl, estaba a mi lado y al momento había desaparecido, luego lo dejaron caer y su cuerpo se estrelló contra el suelo, estaba completamente reventado.
—¿Qué estarían buscando? —se preguntó el hombre.
Los pelos de mi nuca se erizaron y comencé a temblar ante la idea de que era yo la que quizá tenía que haber corrido la suerte de Raúl.
—¿Tú qué crees? —le respondió el chico—, cualquier objeto valioso y brillante, son saqueadores, asquerosas bestias aladas. Me encantaría poder atravesar con mi espada a alguno de esos cuervos.
Me estremecí ante la idea de que aquel chico pudiese atravesar a mi madre con su espada confundiéndola con una Basul y la sangre huyó de mi cara.
—¡Basta ya Gregor! —le riñó la mujer sentada al lado del hombre—, ¿no ves que estás asustando a la chica? ¿Te encuentras bien cariño? —me preguntó inclinándose hacia delante para poder mirarme de frente—, se te ve muy pálida. Soy Lucía, ¿cómo te llamas?
—Mi nombre es Bianca Daviche señora, y estoy bien, muchas gracias, solo estoy algo preocupada por mi familia, mis padres deben estar como locos pensando qué me ha podido pasar.
—Descuida cariño, haré que mi marido —señaló al hombre sentado a mi lado— te lleve a casa sana y salva. ¿Dónde vives?
—Soy de Oren señora
—Daviche de Oren… ¡Oh sí!, tú eres la hija de Laila y Néstor, ¿verdad?
—Sí señora, ¿conoce a mis padres?
—Un poco, conozco a casi todo el mundo de los pueblos de los alrededores. Tus padres han venido alguna vez a comprar vino a la taberna de mi posada camino a la fiesta. Recuerdo bien a tu madre, una mujer muy hermosa, aunque tú no te pareces mucho a ella y por eso no he caído en quiénes eran al verte.
—Pues a mí también me parece hermosa —intervino Gregor con una sonrisa maliciosa.
¿Qué les pasa a los chicos?, “pensé avergonzada”, ¿Por qué me miraba así?, eran todos igual de descerebrados, ¡menudo momento para ponerse a flirtear!
Lucía se incorporó un poco en su asiento y le dio una sonora bofetada en la nuca.
—Trátala con respeto Gregor —le reprendió ceñuda.
Gregor se llevó la mano a la nuca y se la frotó. El marido de Lucía se hecho a reír meneando la cabeza.
—Disculpa a mi sobrino —me pidió Lucía—, no dice más que tonterías. No se lo tomes a mal, ya sabes cómo son los hombres.
La verdad es que no entendía muy bien a los hombres. Desde que había cumplido doce años los de mi pueblo solían mirarme de arriba abajo y sonreírme maliciosamente como Gregor, hasta que aparecía Néstor, entonces apartaban la mirada y simulaban hacer algo. A mí me daba mucha vergüenza que me mirasen así, mis amigas solían tomarme el pelo a menudo por ese motivo:
Míralos, te observan como perros en celo —decía Elba.
La suerte —se reía Tatiana—, es que no se los puede quedar a todos.
—¡Queréis parar ya! —les gritaba—, dejad de decir tonterías o me voy.
Recordé cómo se miraban la una a la otra y se echaban a reír al ver mi expresión de disgusto.
Vale, vale —trataba de arreglarlo Tatiana—, guarda tu genio Bianca, solo era una broma.
Se me hizo un nudo en el estomago al pensar en ellas, esperaba que las dos estuviesen bien.

El carro fue haciendo paradas a lo largo del pueblo hasta llegar a la posada de Lucía.
—Ven Bianca —me llamó Lucía—, será mejor que preparemos algo de comer y descansemos un poco, luego Olse te llevará a casa.
La seguí hasta la cocina. Estaba hambrienta pero no estaba cansada en absoluto aunque llevase sin dormir desde el día anterior. Supuse que debían ser los nervios lo que hacía que mi cuerpo no necesitase descanso, pero si necesitaba comida, me temblaban las manos al pensar en ello y me parecía que habían pasado días desde la última vez que había probado bocado, aunque la noche anterior hubiese cenado más que copiosamente:

Te vas a atragantar Bianca, ¿es que no piensas dejar nada para los demás? Has comido más que Néstor y todavía sigues, te va a sentar mal —me había reñido mi hermana.
Déjame en paz Silvia, tengo hambre —creo que incluso le gruñí, no estaba segura.
Silvia iba a contestarme algo enfadada y entonces se me quedó mirando fijamente con una expresión confundida.
¿Qué le pasa? —preguntó asustada a mis padres.
Deja en paz a tu hermana, Silvia, ¿desde cuándo se discute por la comida en mi casa? —le regañó Néstor.
Pero,¡ sus ojos!...
¡Cállate!, déjala cenar tranquila —mi madre me había mirado con preocupación y luego a Néstor, que se levantó y llevó a Silvia y a Víctor a ver los puestos de la fiesta.
No me había parado a pensar en ello hasta ese momento, mis padres debían contestarme a muchas preguntas al llegar a casa.

Me puse a ayudar a Lucía a hacer el desayuno con energía tratando de olvidarme de todo por el momento, temiendo hacer algo raro y acabar ensartada en la espada de Gregor.
Procuré tomar despacio el desayuno aunque me moría de hambre. Cuando terminamos Lucía me condujo a un cuarto situado en la parte de arriba de la taberna.
—Duerme un poco cariño, después mi marido te llevará a casa.
Intenté dormir pero no podía. Sola en la habitación empecé a darle vueltas a lo que había pasado, además necesitaba comer, pronto había empezado a volver a temblar de hambre. Fue entonces cuando me di cuenta de que podía escuchar el latido de sus corazones en los cuartos de la casa, me asusté, pero intenté concentrarme, poco a poco el sonido de sus latidos fue bajando de ritmo y su respiración se fue haciendo mas pausada, se habían quedado dormidos.
Desde mi cama percibir el olor de la comida, sabía dónde estaba la despensa de la taberna y dónde guardaban la llave. Estaba detrás de un tarro de miel, no tenía ni que moverme para saber todo aquello. Quizás no fuese tan malo después de todo, yo no sería capaz de hacerle daño a aquella gente ni a nadie, no era un monstruo, no había nada malo en mí, debía afrontar lo que fuera en lo que me estaba convirtiendo y usarlo bien, eso era todo.
Bajé las escaleras de puntillas y cogí la llave de detrás del tarro, el olor de la cerradura estaba impreso en ella. Me dirigí a la despensa y la abrí, tuve que hacer un esfuerzo enorme para no abalanzarme sobre la comida, cogí una hogaza de pan y unos chorizos que metí dentro y me lo comí como si no hubiese comido en la vida.
Al terminar me sentí fatal, pensé en los hermanos Yurin, yo era igual que ellos, me había convertido en una ladrona, había robado a una gente que me había dado cobijo en su casa.
¡Mierda! —me asusté.
El corazón de Gregor se aceleraba, se había despertado.Tenía que salir de allí, ¿pero cómo? Alcé el mentón y me puse a olfatear. Sabía exactamente lo que debía hacer. Salí de la despensa, cerré con llave y la dejé detrás del tarro, luego me deslicé fuera de la casa por la ventana de la cocina, trepé por el porche hasta la habitación y abrí la ventana desde fuera, me tumbé en la cama, cerré los ojos y me hice la dormida.
Lo hice todo sin pensar, sin dudar, como si lo hubiese hecho durante toda mi vida. La ventana debía pesar lo suyo y a mí no me había costado nada abrirla desde fuera.
“Cálmate Bianca —pensé—, cuando llegues a casa lo aclararás todo con mamá y Néstor”. Poco después me quedé dormida profundamente.
Lucía abrió la puerta de la habitación antes de que la pesadilla llegara a la parte de los gritos, ¡menos mal!
—Cariño, vamos levántate, son casi las tres, he preparado la comida.
Mientras bajaba las escaleras me llegó el olor del estofado de Lucía, se me hacía la boca agua, volvía a tener hambre, eso era un fastidio, ¡que obsesión por comer! Me iba a poner como un tonel si seguía así, debía haber alguna forma de controlarlo, ¿pero cuál?
Comí con ganas el estofado procurando que no se me notase demasiado ansiosa por acabarme el plato, no quería parecer maleducada.
—Puedes asearte un poco arriba, mi marido ya ha preparado el carro, te acercará a tu pueblo cuando estés lista —me ofreció Lucía al terminar.
—No sé cómo agradecérselo Lucía, han sido ustedes muy amables conmigo —“Y yo les he robado comida, soy despreciable”, pensé.
—No te preocupes por eso cariño, lo importante es que estés bien. Tened cuidado por el camino, los Basul solo salen de noche pero nunca se sabe, tampoco esperábamos el ataque de ayer.
—¿Solo salen de noche?, ¿por qué? —sentía mucha curiosidad por saber algo sobre ellos.
—Nadie lo sabe, supongo que para ocultarse. No se puede distinguir entre esos seres y la oscuridad.
Evité hacer más preguntas, prefería enterarme de todo con detalle por mi madre, ella evitaría mezclar la fantasía con la realidad, en la medida en que eso fuera posible dada situación. Volví a agradecerle a Lucía su hospitalidad mientras subía al carro, me senté al lado de su marido y partimos de inmediato.
—No te demores Olse —le gritó Lucía mientras nos alejábamos—, vuelve antes de que se haga de noche.
—Descuida mujer.
Olse era un hombre de pocas palabras, pasamos casi todo el viaje en silencio. De vez en cuando se ponía a silbar alguna tonadilla o intercambiábamos frases breves sobre el tiempo. Yo me dediqué a admirar el paisaje la mayor parte del trayecto.
Llegamos a mi pueblo dos horas más tarde
—Ya deben ser las cinco de la tarde, a las siete y media se hará de noche y no creo que sea buena idea que pierda más tiempo conmigo —no era el momento de hacer presentaciones y si se hacía tarde y se quedaba en casa no podría hablar con mis padres.
—¿Estás segura chiquilla?
—Sí, muchísimas gracias. Les diré a mis padres todo lo que han hecho por mí, seguro que querrán agradecérselo personalmente así que es probable que nos veamos pronto en su posada. Muchas gracias de nuevo, ¡hasta pronto! —salté del carro y tras unos pasos me volví para decirle adiós con la mano.
Franqueé corriendo la entrada al pueblo que parecía desierto, quería abrazar a mis padres, quería saber todo lo que había pasado y escuchar sus voces tranquilizadoras.
Casi había llegado al final del pueblo cuando lo percibí y caí de rodillas al suelo abrazándome el estómago. Podía oler a mi madre, a Néstor y a mis hermanitos Silvia y Víctor. “¡No es posible!”—pensé. Ahí estaba su olor, mezclado con ese otro, ese otro olor era el olor de la muerte, el olor de los Basul.
No sé el tiempo que pasé así, sin reaccionar. En algún momento me obligué a levantarme del suelo y caminar. Antes de abrir la puerta de la casa ya sabía lo que había pasado, las mesas, las sillas, las alfombras y los candelabros, todo estaba por el suelo. Habían luchado y habían perdido, se habían ido.
Los rastros de sangre estaban por todas partes, los habían masacrado, incluso a mis pequeños hermanos que solo eran unos niños. Estaban muertos, todos muertos.
Desde el salón podía oler la sangre de Silvia y Víctor, el rastro del olor venía del piso de arriba pero sus cuerpos no estaban, se los habían llevado.
Salí corriendo del interior de la casa cuando empecé a tener nauseas, aquel olor se me metió en la nariz profundamente, no podía librarme de él, me mareé y vomité todo lo que tenía en el estómago.
No sabía qué hacer, temblaba como una hoja. ¿Qué iba a ser ahora de mí?, ¿a quién iba a poder contarle lo que había sucedido?
Fue entonces cuando escuché a la gente que cantaba en el templo y me dirigí allí dando traspiés. Me sentía mareada y débil y caminaba despacio tratando de no caerme. Llegué a la iglesia y abrí las puertas con la poca fuerza que me quedaba. La gente iba vestida con el traje para el rito de difuntos. Todo el mundo se volvió para mirarme pero nadie se levantó para ayudarme. Fijé la vista en el fondo del templo cuando el olor volvió a inundarme la nariz, solo había un cuerpo reposando en el altar, el de Tatiana. Me acerqué allí tambaleándome, sabía que no me equivocaba pero tenía la esperanza de que todo aquello fuese fruto de mi imaginación. Al llegar al altar alcé la vista y la vi allí tendida. Habían arreglado su cuerpo todo lo posible aunque se le notaban los hematomas, y habían hecho algo más, le habían rellenado los ojos con algodón y cerrado los párpados en un intento para que no se notase que estaban vacíos.
—¡Demonio!, ¿vienes a contemplar tu obra?
Era la voz de la señora Potela, sus ojos destilaban veneno y su cara estaba contraída en un gesto de repugnancia cuando me volví para mirarla.
La madre de Tatiana estaba sentada a su lado, se levantó y me dio una tremenda bofetada. No sabía qué decir ni qué hacer, no entendía por qué me había pegado. ¿Cómo podía creer que había tenido algo que ver en la muerte de Tatiana? , yo la quería como a una hermana, pero por algún  motivo las palabras se me atascaron en la garganta.
En el mismo banco estaba sentada Elba, Pete estaba a su lado cogiéndola de la mano.
Ella me torció la cara cuando nuestras ojos se encontraron y Pete me lanzó una mirada severa. Elba rompió a llorar y él la abrazó para consolarla.
El pastor había interrumpido su discurso, todo el mundo me observaba, se había hecho el silencio en el templo. Los gemelos Yurin, que estaban de pie detrás de una columna, se acercaron al altar y me sacaron de allí por la puerta que daba a la sacristía.
—¿Qué haces aquí? —me preguntó Vaugan.
—¿Qué le ha pasado a Tatiana?
—¿No lo sabes? —preguntó Txasa—. La han matado los tuyos.
—¿Los tuyos? —repetí confusa.
—Los Basul —contestó.
—¡No son los míos! —grité desesperada—. ¿Dónde están mis padres?, ¿y mis hermanos?
Se miraron el uno al otro como sopesando lo que me iban a decir.
—Sus cuerpos están ahí detrás —Vaugan  miró al suelo incómodo mientras hablaba—, los enterraron al otro lado del camposanto. La señora Potela dijo que no podían ser enterrados dentro del terreno de la iglesia porque eran demonios y la mayor parte de la gente estuvo de acuerdo. Verás, cuando…cuando encontraron a tu madre tenía…alas.
—¡No es verdad!, ¡esto no esta pasando!, solo es otra de mis pesadillas —cerré los ojos intentando despertarme pero aquello era real.
—Nosotros no estábamos de acuerdo —me observó con compasión.
—Deberías irte —intervino Vaugan—, nadie quiere que estés aquí. Creo que será mejor que de momento te quedes con nosotros en la granja. Vamos, te ayudaremos a coger lo que necesites y a cerrar tu casa.
¿Me iban a echar del pueblo?, ¡la gente no me quería allí! No deseaba volver a entrar en mi casa, no soportaba su olor, pero no tenía alternativa y lo sabía.
—No hace falta que vengáis conmigo, podéis decirles a los demás que me voy esta misma noche, no volverán a verme nunca más, y no necesito que me vigile nadie —les dije dolida por el desprecio de los vecinos del pueblo hacia mi familia—. No soy ninguna Basul.
Sentía las lágrimas asomando a mis ojos pero no las dejé salir. Me dirigí al camposanto y salté la verja parándome delante de los cuatro tramos de tierra removida que encontré. Dije unas oraciones ya que supuse que nadie lo había hecho, y después me encaminé hacia mi casa.
Los hermanos Yurin me siguieron de cerca, me detuve y les lancé una mirada asesina, pero siguieron andando en mi dirección como si tal cosa.
—¿No me habéis oído?, no necesito vigilancia. ¿Y si me salen alas como a mi madre, me convierto en una Basul y os arranco el corazón?, ¿no tenéis miedo? —les amenacé.
—No —contestaron a la vez con sus sonrisas torcidas.
—Escucha —dijo Txasa—, no te estamos vigilando, solo queremos echarte una mano, a nosotros no nos pareces ningún demonio.
Me miraron otra vez de arriba abajo como solían hacer y se sonrieron el uno al otro.
—¡No me lo puedo creer! —me di la vuelta furiosa. ¿Cómo podían mirarme así en un momento como ese?, pero no tenía fuerzas para discutir con ellos, las necesitaba para entrar en mi casa.
Llegué a la verja y me detuve paralizada por el miedo, tenía que entrar pero las piernas no me respondían.
—No hace falta que entres, nosotros podemos recoger tus cosas, solo dinos dónde están y te las empaquetaremos —se ofreció Txasa.
—Lo haré yo misma, gracias —contesté con amargura obligándome a caminar.
Entré en casa y ellos me siguieron. Al comenzar a subir las escaleras tuve que taparme la nariz y abrir las ventanas para mitigar el olor y mis nauseas.
Los hermanos me acercaron unos baúles, coloqué mi reducido ajuar con cuidado dentro, luego saqué el joyero que tenía escondido en un hueco del armario y descubrí un sobre dentro con el olor impreso de mi madre. En el interior estaba su colgante, ése que había visto brillar la noche anterior y también una llave. Tenía a los gemelos detrás vigilando todos mis movimientos, así que me puse el collar alrededor del cuello y me guardé la carta con la llave en el interior de mi escote para poder leerla a solas.
Me dirigí a la habitación de mis padres, sabía donde escondían sus ahorros, palpé las maderas del suelo hasta que encontré el tablón que quería arrancar, debajo estaban el dinero y las pocas joyas que poseía mi madre.
No quería estar más tiempo allí, deseaba salir inmediatamente del pueblo. Tenía dinero para ir tirando un tiempo, pasaría la noche en alguna posada del camino, algún sitio donde poder reflexionar sobre todo lo que había pasado, todavía no estaba lista para tomar decisiones.
Los gemelos me siguieron guardando silencio por las calles de pueblo, parecían preocupados por mí, pero yo sabía que solo fingían y que lo que en realidad querían era asegurarse de que desaparecía de sus vidas, como todos los demás.
—Buena suerte Bianca, ojalá algún día nuestros caminos se vuelvan a cruzar —se despidieron de mí.
—Gracias, buena suerte a vosotros también, y tened cuidado —les advertí—, puede que ellos vuelvan a buscarme.
Asintieron como si lo estuviesen esperando. “Son muy extraños esos dos”, pensé. Se alejaron corriendo y pronto los perdí de vista.
Di media vuelta y comencé a recorrer el camino hacia la entrada de pueblo, pero el viento cambió de dirección y me trajo un aroma conocido que hizo que me apease del carro.
¡Ese olor! Un calambre me sacudió todo el cuerpo, venía de la casa de la señora Potela. Tenía colgado su traje en el patio trasero de la propiedad, el que llevaba puesto la víspera de la fiesta, seguro que lo había limpiado con la esperanza de que no me diese cuenta. Su repugnante olor se mezclaba con otro más nauseabundo, olía a Basul y lo comprendí todo inmediatamente. Los Basul no nos habían atacado por casualidad, había sido ella, ella les había advertido sobre nosotros, sobre mí. Empecé a sentir un inmenso calor por todo el cuerpo, me hervía la sangre, estaba ciega de ira y desde luego no iba a dejar las cosas así. Tenía sed de venganza, no podía irme sin antes haber ajustado cuentas, iba a pagar con su vida el haber destrozado la mía.
Saqué el carro del pueblo, lo llevé hasta el bosque y allí lo oculté entre unas matas. Sabía que debía esperar a la noche y cuando la oscuridad cubrió las montañas desenganché la yegua y me dirigí de regreso al pueblo.
Algunas casas todavía estaban iluminadas, entre ellas la de Tatiana, podía escuchar los sollozos amargos de su madre desde donde estaba, intenté apartarlos de mi mente y me concentré en la casa de la señora Potela. La vieja bruja se pasaba el cepillo por su canosa cabellera. Me encaramé a su tejado sin esfuerzo y esperé agazapada detrás de la salida de la chimenea hasta que todas las luces se extinguieron. Entonces bajé de un salto al suelo y me colé por la ventana del salón al interior de la vivienda. Estaba todo a oscuras pero no necesitaba ver por dónde iba, podía oler cualquier obstáculo que se interpusiera en mi camino. Subí las escaleras y entré en su habitación.
Despacio, muy despacio, me senté a su lado en la cama escuchando su respiración. “Disfruta del aire bruja —pensé—, dentro de poco no volverá a entrar en tu garganta.
Le tapé la boca con fuerza y se despertó sobresaltada haciendo esfuerzos por retirarme la mano, pero fue en vano, no me costó apenas esfuerzo inmovilizarla.
Dejó de forcejear y retiró sus manos de las mías, sentí curiosidad y le quité la mano de la boca no sin antes advertirla:
—Si alzas la voz te partiré el cuello, ¿entiendes?
Meneó la cabeza de arriba a abajo asintiendo.
—No quería que pasara esto, fue un error. Tatiana no debería haber muerto, ni Néstor y los niños —explicó con su repugnante voz aguda.
—Solo mi madre y yo, ¿verdad señora Potela?, ¿por qué?
No reconocí mi propia voz que salía entre gruñidos de mi garganta, y  tampoco mi estado de ánimo, estaba loca de ira y sin embargo hablaba despacio y con calma, me sentía como una fiera segura de la captura de su presa.
—¡Tus ojos!, yo tenía razón —exclamó aterrada.
Me levanté y caminé hasta su cómoda, encima había un espejo y me quedé mirando mi reflejo embobada. Mis ojos eran de un azul intenso y brillaban en la oscuridad como si algo los iluminase por dentro.
—¿Tienes algo más que decir añadir bruja? ¿algún motivo aparte del dinero para delatar a mi madre, que pueda salvarte la vida?
Me miró a los ojos aterrada sabiendo que iba a morir. Saboreé la sensación antes de abalanzarme sobre ella y agarrarla por el cuello, la sostuve en el aire frente a mí sin esfuerzo y la miré a los ojos mientras intentaba liberarse.
—Es una batalla perdida bruja, te estás muriendo a manos de un monstruo, como mi familia y Tatiana.
Instantes después expiró entre mis manos. Tumbé su cuerpo inerte sobre la cama y bajé de nuevo las escaleras. Enseguida capté el olor de lo que buscaba, los fósforos estaban al lado de la cocina, los cogí y regresé al dormitorio. Prendí fuego primero a la colcha y después a la alfombra y las cortinas. Las llamas empezaron a devorar la habitación en poco tiempo.
Había dejado mi yegua atada en el patio trasero, monté sobre ella y me marché de allí sin prisa contemplando el fuego.
Mientras me alejaba del pueblo empecé a escuchar los gritos de los vecinos pidiendo que trajeran agua y llamando a voces a la señora Potela.
“Deberían darme las gracias”, pensé.
No sentía remordimiento alguno por lo que había hecho, ni alegría, ni tristeza, estaba vacía.
Volví al lugar donde había dejado escondido el carro, me encaramé a la parte de atrás y caí en un sueño profundo, estaba agotada.

De nuevo corría por el bosque con los pies descalzos, enseguida me daba cuenta de que me seguían las sombras, me detuve y les planté cara, ya no sentía miedo, no me importaba si me atacaban, vivir o morir no tenía sentido ya para mí.
La bruma me rodeó como siempre mientras las sombras me encerraban en un círculo.
El jefe se aproximó a mí, estaba tan cerca que podía sentir su aliento en la cara. Ahora podía ver claramente de qué se trataba, era un enorme lobo, su pelaje negro contrastaba con sus ojos azules que brillaban en la oscuridad. Me estudió con la mirada y esperó observándome, entonces, cuando estuvo seguro de que yo no trataría de escapar, se acercó poco a poco a mí y tocó mi frente con la suya.
Bienvenida Bianca, te esperábamos.
Estaba asombrada, podía escuchar su voz en mi mente.
—¿Quién eres?, ¿qué quieres de mí?
Empecé a flaquear, me temblaba todo el cuerpo y mi voz sonaba insegura.
No debes temer nada de mí, soy
Sus ojos brillaron con más intensidad de repente y se le erizaron los pelos del lomo, volvió la cabeza a la derecha y de su pecho salió un gruñido amenazador, después volvió a mirarme de nuevo.
Debes despertarte Bianca, ahora, corres peligro. ¡Despierta, despiértate ya!
Me desperté bañada en sudor y volví a escuchar los aplausos en mi cabeza. Me tapé los oídos asustada pero traté de concentrarme para aclarar mi mente, y al hacerlo me di cuenta de que no eran aplausos, sino el sonido de unas alas batiéndose que se acercaban cada vez más.
Salté del carro y empecé a correr en dirección contraria al sonido, los árboles pasaban silbando a mi lado. Los tenía justo detrás, ¡peor!, también venían de frente y por los lados. Corrí en zigzag desesperada, había caído en una emboscada, me tenían rodeada, debía buscar un hueco por donde escapar.
Unas manos como garras me atraparon por detrás y me elevaron a una velocidad de vértigo por los aires. Solté un alarido de dolor cuando me las hundió profundamente en la espalda.  Me dio la vuelta y pude ver el rostro de un hombre joven con aspecto andrógino, tenía el pelo negro y liso como mi madre, lo llevaba largo hasta la cintura y sus ojos eran totalmente negros, como si su pupila invadiese todo el espacio.
—¡La tengo! —gritó—. Tienes suerte, mi padre no nos deja matarte “aún”,  quiere conocerte. Es un fastidio, deseaba poder divertirme contigo un poco como hice con tus hermanos —sonrió cínicamente mirándome con atención. La ira volvió a quemarme por dentro al escuchar cómo se burlaba de mi familia—. No te pongas brava, me han dicho que no te mate pero no me han prohibido sacarte esos ojos brillantes que tienes —me advirtió con sorna.
Yo también le sonreí y me miró confundido por el cambio de actitud.
—¡Bonita yugular! —exclamé, y acto seguido lo agarré por el cuello y le mordí la garganta con todas mis fuerzas arrancándole un trozo de carne que luego escupí con rabia.
El Basul intentó taparse la herida del cuello y me soltó. Me agarré a él con todas mis fuerzas para no caer al vacío y conseguí encaramarme a su espalda mientras empezábamos a descender en espiral hacia el suelo, se había desmayado. Miré hacia abajo, el río estaba justo a nuestros pies, esperaba que fuera lo suficientemente profundo para amortiguar mi caída desde esa altura. El agua me golpeó con fuerza y perdí la consciencia.

Cuando me desperté estaba en una habitación que no me resultó desconocida, tumbada boca abajo en una cama. Al incorporarme me sacudió un dolor punzante en la espalda, alguien me la había vendado. Poco a poco me di cuenta de dónde estaba, esa era la habitación de la casa de Lucía, estaba de nuevo en la posada, ¡gracias a dios! Pero, ¿qué iba a contarle? Agudicé el oído y escuché los ecos de las voces en la taberna.
—Pobre chica —era la voz de un hombre desconocido.
—Sí —reconocí la voz de Lucía—, no sabemos qué le vamos a decir, estará muy asustada, ¡todo el mundo muerto! Los soldados han empezado a llegar de la ciudadela para poner orden, deben expulsar a esos demonios de aquí, ya los han dejado campar a sus anchas demasiado tiempo.
—Ya lo han intentado antes —repuso el hombre—, pero saben esconderse bien esas sabandijas. ¿Qué os ha dicho?
—Lleva dos días inconsciente. Todavía no sabemos lo que habrá pasado esa criatura. ¡Y pensar que fue Olse el que la llevó hasta su casa! Debería haberla hecho pasar aquí la noche, ojalá se lo hubiese pedido, pero parecía tan preocupada por su familia…
¡Así que habían arrasado la aldea! Se me llenaron los ojos de lágrimas pensando en Elba y en Pete, y también en los gemelos. Esperaba que al menos hubiese sido rápido, y que la madre de Tatiana se reuniera con su hija donde quiera que fuesen las almas.
Empecé a llorar sin poder contener por más tiempo mi dolor. Toda la pesadilla que había vivido desde la fiesta afloró de repente, me senté en la cama abrazándome las rodillas y empecé a sollozar como una niña.
Olse debió escucharme desde el pasillo, dio unos golpecitos y abrió la puerta, supongo que consolar chicas no era lo suyo, cuando habló parecía más asustado que yo.
—No te preocupes, aquí estarás a salvo —se quedó de nuevo callado en un silencio incomodo. Ni siquiera se atrevió a traspasar el arco de la puerta—. Bajaré a decirle a Lucía que ya estás despierta.
No cambié de posición, ni le miré mientras me hablaba, seguí llorando sin poder contenerme.
Enseguida escuché los pasos de Lucía subiendo a toda prisa las escaleras. Entró sin llamar en la habitación y me rodeó con sus brazos, anhele que fueran los de mi madre.
—Llora pequeña, saca todo el dolor que tengas dentro, eso es, no te preocupes. Yo cuidaré de ti, no debes preocuparte por nada, puedes quedarte con nosotros todo el tiempo que quieras. Debes recuperar fuerzas, te subiré algo de comer enseguida.
Esperó a que me calmara un poco, luego se levantó, sacó un  pañuelo de su delantal y me secó las lágrimas de la cara.
—Deberías tumbarte, la herida de tu espalda tiene mal aspecto, pero la doctora dice que te recuperarás pronto, parece que va cicatrizando mejor de lo esperado.
Empecé a llorar de nuevo pensando en lo que pasaría cuando la doctora se diera cuenta de que me curaba demasiado rápido, seguramente también acabarían echándome de allí.
Lucía se asustó al ver mi expresión.
—No, no cariño, aquí no van a entrar, tengo la posada atestada de soldados porque no caben todos en el cuartel, vamos, no dejaré que te pase nada —me consoló dando por sentado que mi congoja se debía al miedo a los Basul.
Seguí llorando un buen rato, cuando por fin empecé a calmarme no tenía ganas de hablar con nadie.
Me senté en la cama y fijé la mirada en la pared de la habitación. No quería ver, ni oler, ni sentir nada, estaba mentalmente agotada y no acababa de entender lo que había sucedido.
Lucía me dejó a solas en la habitación y a los pocos minutos entró nuevamente para depositar una bandeja de comida sobre la cama, tenía un hambre canina y lo devoré todo en un instante.
—Te subiré  más comida, ¿de acuerdo?, has estado dos días en cama sin comer apenas nada, ahora mismo vuelvo con más —me dijo intentando contener la sorpresa por mi forma de engullir su comida.
Con el estomago caliente empecé a volver en mí y mis nervios se calmaron un poco. Me devané los sesos pensando en cómo podía preguntarle a Lucía lo que había pasado con más detalle, así podría al menos saber qué decir cuando me preguntaran, y además debía urdir un plan para librarme de las visitas de la médico lo antes posible.
Lucía subió con otra bandeja de comida al poco rato.
—¿Te encuentras mejor?, veo que al menos has recuperado algo de color.
Asentí con la cabeza, todavía no me salían las palabras, esperaba que me contase lo sucedido sin tener que esforzarme en ser comunicativa.
Empecé a comer mucho más despacio para no levantar sospechas.
—Escucha Bianca, el alguacil quiere hacerte algunas preguntas sobre lo sucedido —lo dijo despacio mientras escrutaba mi rostro en busca de algún signo preocupante. Me quedé mirándola fijamente, ¿qué podía contestar? No tenía ni idea de lo que iba a decirle al alguacil y rogué al cielo que no hubiese perdido mi don para inventar historias, confiaba en que eso me sacara del paso y volví a asentir con la cabeza—. De acuerdo, mandaré a buscarle entonces, mientras tanto termínate el plato y trata de descansar un poco.
Lucía salió de mi habitación y se dirigió a la taberna de la posada.
—Gregooor —llamó a gritos.
—¿Qué quieres tía?
—Ve a buscar al alguacil, la chica se ha despertado, pero no te des mucha prisa ¿quieres?, todavía está comiendo, estaba muerta de hambre la pobrecilla.
—Muy bien tía, entonces terminaré de secar los vasos y me pondré en camino.
Tuve mucha suerte, el alguacil parecía buena persona pero no era lo que se puede decir muy discreto, le gustaba más hablar que preguntar, él mismo me dio toda la información para poder salir del atolladero, además, y para mi sorpresa, ya se habían inventado una buena historia por mí.
El sol se estaba poniendo cuando escuché subir de nuevo a Lucía seguida de otra persona que supuse sería el alguacil. Le escuché tropezar en varios escalones. Se pararon en el rellano de la escalera antes de entrar y les escuché hablar entre susurros.
—Hágale las preguntas que quiera pero con tacto, la chica está todavía muy asustada.
—No se preocupe señora, sé hacer mi trabajo.
Lucía volvió a bajar las escaleras. El alguacil dio unos toquecitos en la puerta y entró, me dio las buenas tardes y se encaminó, con andares torpes, hacia una pequeña banqueta que había junto a mi cama. Calculé que debía tener unos cuarenta años, su prominente barriga le hacía estar en una posición incómoda al sentarse. Sus ojos eran de color castaño y los tenía saltones, llevaba el uniforme arrugado y algo sucio, en resumen, era la viva imagen del desaliño.
—No la molestaré mucho —la voz del alguacil sonaba más grave de lo que debía ser su tono real, lo que me llevó a pensar que le gustaba darse importancia—. Ya me han contado casi todo lo que pasó, pero me gustaría hacerle algunas preguntas al respecto por si puede ofrecernos alguna información que nos sea útil para localizar a esos asesinos.
Se me erizaron los pelos de la nuca al escucharle. “¿Ya le han contado?, ¿quién se lo había contado?, ¿qué le habían contado?” El alguacil siguió hablando:
—Hasta ahora lo que sabemos es que se declaró un incendio en casa de una vecina, la vieron a usted allí…
“¡Se acabó!, ¡lo sabe todo!, me encerrarán y tirarán la llave. ¿Quién me podía haber visto?, alguien que se había escapado de la masacre y lo sabía todo”. Perdí el hilo de lo que me estaba diciendo.
—…extinguir las llamas —explicaba—, y entonces es cuando se produjo el ataque. La vieron correr con una de esas bestias pisándole los talones, observaron impotentes cómo se la llevaba por los aires, cómo chocaban contra la copa de un árbol y cómo la soltaba desde las alturas. Ha tenido usted mucha suerte señorita, muy pocas personas han escapado de las garras de uno de esos bichos. Después la siguieron río abajo y la trajeron aquí, al pueblo. La dueña de la posada la reconoció a usted enseguida. ¡Grandes muchachos esos gemelos Vaugan y Txasa! —se me puso la carne de gallina al escuchar sus nombres—, y se ve que la aprecian a usted mucho. Ya nos han contado que no tiene usted más familia, no se preocupe, Lucía la cuidará a usted bien.
—¿Los gemelos qué? —pregunté sin creerme todavía lo que habían hecho.
—Ahora están en el cuartel —el alguacil no se percató de mi cara de espanto y siguió su perorata—, se han ofrecido para hacer de guías por la región y buscar a los Basul, ¡que valor!, después de haberlo perdido todo, su padre, ¿sabe?, no sobrevivió al ataque y además quemaron su granja. Querían venir a visitarla antes de que yo hablara con usted, estaban muy preocupados por cómo se tomaría la noticia y querían tranquilizarla.
¡Y yo me creía buena inventando historias!, era una aficionada comparada con esos dos chicos. Deduje que lo que le habían contado al alguacil era que yo intentaba sofocar el incendio junto con los demás vecinos cuando me atacaron, me había perdido esa parte cuando me entró el pánico al creerme descubierta.
—Bien señorita, necesito que me diga usted si recuerda algún detalle más o si aquel bicho le dijo algo que pueda darnos una pista sobre su paradero.
La cara del Basul invadió mi mente con su insultante sonrisa y sus ojos totalmente oscuros.
—No señor, la verdad es que apenas recuerdo nada de lo que pasó. Debí desmayarme cuando me agarró, no sé ni cómo era. Siento no poder servirle de ayuda, solo recuerdo el incendio y luego el dolor en la espalda.
—No se preocupe, no esperaba que pudiese usted contarme mucho más de lo que me han dicho los muchachos.
—¿Cuándo podré verlos?, quiero agradecerles lo que han hecho por mí —“Y saber por qué”, pensé.
—Haré que los avisen enseguida. Bueno señorita, ahora debo irme, estamos casi listos para salir a buscar a esas crueles criaturas. La expedición partirá mañana a primera hora —dijo poniéndose en pie—. Procure descansar y reponerse.
—Gracias señor alguacil. Buenas tardes.
Cuando se marchó me dieron ganas de ponerme a reír a carcajadas, los nervios me jugaban una mala pasada. Estaba segura de que ese hombre no encontraría a los Basul, lo cual era una suerte para él. Dudé que fuese capaz de encontrar su propia casa sin problemas, era tan discreto como una manada de vacas en estampida. Los Basul serían informados de su presencia por algún aldeano a cambio de unas monedas antes de que pudiese siquiera acercarse a ellos.
Los gemelos irrumpieron en la posada veinte minutos después de que se fuera el alguacil, y digo irrumpieron, porque llegaron como siempre corriendo como locos sin pararse siquiera a limpiar sus botas al entrar.
—Buenas tardes —les saludó Gregor mirándoles de arriba abajo.
—El alguacil nos ha dicho que se ha despertado —dijo Txasa sin molestarse en contestar el saludo de cortesía.
—Deberíais dejarla descansar, todavía...
—Nos ha mandado llamar ella —le cortó Vaugan.
—Hablaré con mi tía para ver si podéis… ¡Eh!, ¿a dónde creéis que vais? —les gritó.
Los gemelos habían comenzado su carrera a través de las mesas de la taberna y se dirigían a toda velocidad hacia las escaleras.
Gregor los seguía pero, aunque era mucho más grande, no era la mitad de rápido que los salvajes hermanos Yurin.
Llegaron a mi puerta y entraron sin llamar cerrando tras de sí y poniendo una silla bajo el pomo de la puerta de tal modo que la dejaron atrancada.
Gregor subía las escaleras de tres en tres, llegó arriba sin aliento y trató de abrir la puerta a empujones, los hermanos se miraron el uno al otro y luego a mí como si no pasara nada. Vaugan se sentó en la silla que atrancaba la puerta y Txasa a los pies de mi cama. No sabía si les importaba un comino lo que pensaran los demás o simplemente les gustaba provocar.
—Salid de ahí, os voy a… —Gregor golpeó la puerta con el puño.
Me levanté de la cama, me cubrí con una bata y saqué a Vaugan de la silla para abrir a Gregor.
—No pasa nada Gregor —le calmé cortándole el paso—, déjame hablar con ellos.
—¿Estás bien Bianca? —me preguntó echándole una mirada asesina a los hermanos.
—Sí, sí, son amigos míos, nos conocemos desde niños. Están preocupados por mí, eso es todo. Son inofensivos pero un poco…impulsivos —sonreí mirándole a los ojos sabiendo el efecto que causaría, él me devolvió la sonrisa y luego volvió a mirar a los gemelos con dureza.
—Quince minutos y ni uno más, ¿me habéis oído?, Bianca debe descansar y reponerse.
Los gemelos lo miraron con desdén sin responder, dudaba que les importase la amenaza implícita en la voz de Gregor, que me miró de nuevo con preocupación.
—Procura no fatigarte mucho y si te molestan no dudes en llamarme, los sacaré de aquí encantado.
—No te preocupes, solo hablaremos un rato —le sonreí de nuevo y eso pareció aplacarlo, se dio la vuelta y se marchó escaleras abajo a la taberna.
¡Cómo habían cambiado las cosas en tan solo tres días!, no solo era una mentirosa, una ladrona y una asesina, sino que también me había convertido en una embaucadora de hombres. Había manejado a Gregor a mi antojo.
—No le caemos muy bien a tu novio —Txasa me sacó de mis pensamientos.
—No es mi novio y si no hubiese intervenido habría estado más que encantado de echaros a patadas a los dos.
—No es que seas muy agradecida —dijo Vaugan—. Nos inventamos por ti toda esa historia, esperábamos por lo menos una sonrisa como la que le has dedicado al grandullón.
—Sigue soñando Vaugan.
—¿Vaugan?, ¿y si soy Txasa? —se mofó.
—No intentes tomarme el pelo, sois como dos gotas de agua pero no oléis igual, ni siquiera parecido.
—Interesante —Txasa miró a su hermano significativamente—. Te dije que no era una Basul. ¿Qué eres exactamente?
—No lo sé —mentí—, mi madre no tubo tiempo de explicarme nada. ¿Qué queréis de mí?, ¿por qué no me habéis delatado?
—Tenemos nuestras razones, entre otras vengar a nuestro padre, y necesitamos saber todo lo posible sobre los Basul. Escucha —Txasa se cruzó de brazos concentrado en sus palabras—, nunca nos gustó la vida en la granja pero no queríamos marcharnos y dejar allí solo al viejo. Siempre nos atrajo la idea de ser soldados y vivir en la ciudad, pero no descansaremos hasta dar caza a la familia de tu ma…
—¡No eran su familia! —chillé—. No se te ocurra decir que lo eran. La mataron, a ella y al único padre que he conocido y… —se me quebró la voz— a mis hermanos. Si vuelvo a oírte decir eso —un gruñido feroz salió involuntariamente de mi garganta.
—¡Cuidado Txasa, mira sus ojos!—le advirtió Vaugan.
Me eché las manos al cuello asustada de mi reacción
—Lo..lo siento —balbuceé avergonzada.
—Sí, siempre pasa lo mismo —Txasa seguía en el mismo sitio como si nada—. Necesitas tiempo para aprender a dominarte como cualquier otro miembro de un Clan, pero no te preocupes.
—¿Dominarlo?, ¿los miembros de Clan pueden dominar…esto?
—No sabes mucho sobre los Clanes, ¿verdad? A veces ocurre alguna desgracia con los nuevos miembros, alguien dice algo que le hace enfadar y muere antes de darse cuenta, pero tú lo estás haciendo muy bien, no me has atacado y a excepción de lo que le hiciste a la señora Potela…
—¿Qué?, ¿sabéis lo que le hice a la señora Potela?
—No te preocupes, tu secreto está a salvo con nosotros. Solo queremos saber cómo encontrar a los Basul —se miraron de reojo y Vaugan prosiguió.
—Lo que queremos saber es lo que ponía en la carta que escondiste en tu vestido, para serte sincero la buscamos pero no la llevabas encima.
—¿Buscasteis en mi vestido?
—Sí —se miraron y agacharon un poco la cabeza.
—¿Buscasteis en algún otro sitio?, ¿debajo de mi vestido tal vez? —Estaba furiosa, sus caras lo decían todo.
—Solo en los bolsillos del vestido —se apresuró a añadir Txasa levantando las manos—. Lo juro. Espera —se levantó y retrocedió unos pasos—, no te pongas nerviosa, con nosotros estás a salvo. Suponía que tú entenderías que quisiéramos vengarnos de los Basul, ayúdanos y a cambio te contaré todo lo que sabemos de los Clanes y del mundo exterior del que tu madre te tenía tan bien protegida. No sabemos lo que eres,  pero estamos casi seguros de que no eres una Basul, que son la escoria de los Clanes, expatriados y convertidos en saqueadores. Quizá pertenezcas a otro Clan del norte. ¿Vosotras erais de allí, verdad?, podemos ayudarte a descubrirlo.
Eso despertó mi curiosidad, aunque tenía claro a que Clan pertenecía yo, pero no iba a decírselo a los hermanos, no me fiaba de ellos.
—Algunos de esos Clanes —siguió— sirven en la corte, ¿sabes?
¿Había Clanes que servían en la corte? Me molestó que pensaran que mi madre me mantenía apartada del mundo y retrocedí mentalmente hasta la noche de la fiesta.
“Tienen que pensar que solo eres otra joven de pueblo”, me había dicho. Quizá los hermanos estuviesen en lo cierto, tal vez. Desde luego podían ser mentirosos, salvajes, provocadores y desvergonzados, pero no eran idiotas en absoluto. Cerré los ojos y me concentré en calmarme.
—Está bien, pero si tenéis razón en lo del control deberíais escoger mejor las palabras para hablar conmigo o terminaréis como la señora Potela.
—Sí, vale, claro.
Funcionó, los había asustado, ahora se lo pensarían dos veces antes de volver a hacer o decir algo que me molestase.
—Cuando vayáis a la aldea debéis despistar al resto de los soldados, volver a salir del pueblo y seguir el camino dos kilómetros más o menos. Hay un gran roble con las raíces retorcidas al lado izquierdo del camino, debéis ir colina abajo, allí encontrareis escondido mi carro. Dentro del baúl con mis ropas está mi joyero, la carta está en el interior, me la traéis “sin abrirla”, ¿queda claro?
—Sí, muy claro.
Txasa miró a su hermano con complicidad y empecé a dudar si había sido buena idea decirles dónde encontrarla.
—Gregor está subiendo por las escaleras, mejor será que os vayáis cuando os lo diga.
Vaugan sonrió y abrió la boca para decir algo pero la mirada que le eché lo disuadió y la volvió a cerrar.
Llamaron a la puerta.
—¿Sí?, adelante. ¡Ah!, eres tú Gregor.
—Bueno, vosotros dos, ya han pasado los quince minutos así que… —hizo un gesto con la mano invitándolos a salir.
—Vendremos a visitarte cuando volvamos de la expedición —me dijo Txasa.
—Tened cuidado con los Basul —les advertí.
Los gemelos se limitaron a sonreír de forma burlona y salieron por la puerta sin mirar siquiera a Gregor.
—Ahora deberías tratar de descansar Bianca. Cuando esté lista la cena, si te sientes con fuerzas, puedes bajar al comedor. Lucía te ha preparado algunas ropas, la gente deja a veces olvidadas algunas prendas, solemos guardarlas un tiempo y luego dárselas a la parroquia —Gregor me miró algo apurado—. Bueno, está todo ahí en el armario, Lucía te las ha colgado en perchas.
—Gracias Gregor, creo que bajaré a cenar al comedor, la verdad es que me encuentro bastante mejor.
Tenía la impresión de que Gregor era un poco fanfarrón pero un buen chico. No debía volver a confundirlo, no estaba bien jugar con los sentimientos de otra persona, además, su tía me había acogido bajo su protección sin pensárselo dos veces, eran buena gente.
Cuando me quedé sola abrí el armario y saqué el vestido que me había preparado Lucía, no estaba mal, era muy sencillo, una falda azul con el corpiño a juego y una blusa blanca.
Me vestí lentamente y empecé a pensar en todo lo que sabía de los Clanes.
Compartían el alma con un animal, yo con los lobos y los Basul con los cuervos. Estos últimos no eran aceptados por la gente ya que se dedicaban al saqueo, eran crueles y mataban a las personas por diversión. Solo salían de noche para poder ocultarse mejor debido al color negro de sus alas, pero había otros, ¿qué había dicho Pete?, “Veloces como guepardos, fuertes como osos, algunos tienen garras y otros colmillos”. No había caído en eso, me miré los dientes en el espejo, la verdad es que siempre había tenido unos colmillos afilados, pero no había notado que me creciesen ni nada parecido. Sin embargo, cuando había mordido al Basul no me había costado ningún trabajo arrancarle un trozo de garganta. Tenía que fijarme en mis dientes la próxima vez.



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