Portadores de Sangre



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                                   Tarek

Dicen que el día de su nacimiento el viento aullaba su nombre. Karnaka, bruja hechicera de la tribu nómada de Tastania, siguió las señales hasta encontrarle entre los restos de lo que había sido su pueblo, bajo del cuerpo inerte de una mujer y al lado de una pequeña choza de barro y ramas.
Natalus, jefe de la tribu y Samunatra, su esposa, le acogieron bajo su protección, pues según les reveló Karnaka su destino estaba ligado al de los suyos. Le pusieron de nombre Tarek.
Desde niño se acostumbró a caminar largas distancias, no solían dormir en el mismo lugar dos veces, Natalus les guiaba a través de los bosques y evitaba tratar con otras gentes salvo para comerciar, ya que no era raro encontrar en el camino aldeas totalmente arrasadas como la de Tarek. La tribu nunca se hacía cargo de los supervivientes de estos ataques, en ocasiones Tarek y sus hermanos intentaron interceder por la vida de algún desdichado superviviente, pero fueron duramente reprendidos por intentarlo, así que él fue siempre el primer y único extranjero entre ellos.
El jefe Natalus tenía otros tres hijos nacidos de su unión con Samunatra, el mayor le llevaba cuatro años a Tarek y se llamaba Icario, él sería nombrado algún día sucesor de su padre, cosa que inquietaba a muchos. Era mentiroso y cruel, su pasatiempo favorito consistía en jugar a meter en problemas a los demás, sobre todo a Tarek, ya que nunca había llegado a aceptarle entre los suyos y eso hacía que se llevaran como el perro y el gato. Samunatra apoyaba en todo a su hijo mayor y le daba sistemáticamente la razón la tuviese o no. Poco a poco y gracias a él, la relación de Tarek con su madre adoptiva se fue haciendo distante, ya que con ocho inviernos igualaba a Icario en estatura y era más corpulento, en un enfrentamiento cuerpo a cuerpo Icario llevaba las de perder, además, Samunatra recelaba de que su gente le respetara más que a su propio hijo.
Saros le llevaba un año, eran uña y carne y jamás se adentraban en el bosque el uno sin el otro. Todo el mundo lo apreciaba porque sabían que eran el mejor rastreador.
Natalus solía enviarles por delante de los demás para comprobar que no hubiese ningún peligro en el camino y a localizar las piezas de caza. Quizá Saros no fuese tan fuerte como Tarek, pero si ágil y astuto como nadie.
Y por último estaba Besasté, el ojo derecho de Natalus y la que intercedía por Saros y Tarek cada vez que Icario les metía en problemas. Gracias a ella se libraban de muchos castigos o se las ingeniaba para hacérselos más llevaderos. Solía llevarles comida a escondidas si los castigaban sin probar bocado o conseguía que alguien les prestase ayuda cuando les obligaban a cargar las pieles de toda la tribu hasta la siguiente parada en el camino.
Icario y Besasté se enfrentaban a menudo, ella era a la única a la que Samunatra evitaba castigar, procuraba mantenerla alejada de Icario para que no la tocara porque temía la ira de Natalus al enterarse de algún maltrato sobre su hija y que como represalia, acabase por dejar a la tribu en manos de Saros.
Karnaka llamaba a menudo a Tarek para leer su futuro, a Icario le ponía furioso que fuese objeto de tanta atención por su parte e iba a  protestar a su madre cuando les veía reunidos, alegando que el único futuro que debía preocupar a la hechicera era el suyo porque algún día él sería el guía de su pueblo y, aunque Samunatra intentó recriminarle en alguna ocasión a Karnaka su actitud, Natalus no se lo permitió.
Una noche Karnaka despertó de su sueño a Tarek y le condujo a una cueva. El muchacho tenía frío y estaba muy cansado, además llevaban días prácticamente sin comer, el invierno estaba siendo más duro de lo habitual y solo habían podido cazar algunos conejos y otros animales pequeños que apenas cubrían las necesidades de toda la tribu.
—Ven Tarek, siéntate frente al fuego, algo importante está a punto de suceder.
Karnaka se sentó frente a él canturreando entre dientes extrañas palabras mientras leía su futuro en el humo de la hoguera.
La mayor parte de la tribu temía a Karnaka, según decían ella había heredado de su madre sus poderes y ésta a su vez de la suya, y así sucesivamente hasta la primera portadora del poder.
Tarek la había visto muchas veces sanar a los miembros de la tribu y preparar extraños ungüentos, pero nada que le hiciese temer o recelar de su compañía.
—Dentro de tres días lo encontrarás en el bosque, te estará esperando pero no debes temer nada. Nuestro viaje juntos está llegando a su fin —la anciana puso los ojos en blanco y empezó a canturrear de nuevo balanceando su cuerpo hacia adelante y atrás, el gesto hacía que la piel de lobo gris que adornaba su cabeza pareciera una prolongación de su canosa cabellera —. Yo no tengo heredera que me suceda y mi poder me consume  —se quedó callada observándole y sonriéndole a través de sus diminutos ojos castaños, que brillaban llenos de sabiduría—. Ahora vete, ¡vete! —le ordenó haciendo aspavientos con las manos.
Tarek no entendió nada de lo que le había dicho, pero la mayor parte de las veces le decía cosas igual de incomprensibles, aun así él siempre le agradecía que le hubiese llamado, apreciaba a Karnaka y ella le apreciaba a él. A menudo la hechicera le observaba mientras caminaban y alguna vez había atizado con su vara a Icario para espantarlo cuando se metía con Tarek.
Como todos los años, la tribu se dirigía al sur de la región para pasar el invierno. Tarek debía tener por entonces unos trece años más o menos, nadie contaba la edad, para los Tastanos eras niño, hombre o anciano.
Se adentraron en un espeso bosque en el cual Natalus no recordaba haber estado nunca, para cerciorarse de que no había peligros envió, como de costumbre, por delante de los demás, a Tarek y Saros.
— ¡Tarek, mira!
Saros se agachó agazapándose entre la maleza como una fiera dispuesta a saltar sobre su presa, había localizado dos venados que pastaban tranquilamente ajenos a su presencia. Dio un rodeo mientras Tarek se quedaba lo más quieto posible en su posición, poco después el muchacho distinguió cómo su hermano Saros les apuntaba con su arco desde algo más atrás, al otro lado de donde él se encontraba. Le imitó colocando sigilosamente una flecha entre sus dedos y, cuando estuvo preparado, le hizo un gesto a Saros, que lanzó la primera flecha. Uno de los venados cayó herido mortalmente y el otro huyó espantado en dirección a Tarek. Tenía al animal a tiro, tensó su arco y disparó, pero inexplicablemente falló.
Rápidamente cogió otra flecha y echó a correr tras el venado por el bosque, preguntándose cómo era posible haber fallado un blanco tan fácil. No pensaba dejarlo escapar, la tribu había crecido en los últimos años y había mucha gente a la que alimentar.
El venado corría haciendo eses a derecha e izquierda y poco a poco fue ganando ventaja, Tarek pudo distinguir cómo se perdía entre la maleza antes de escuchar el gruñido feroz de un animal, que le hizo detenerse y ponerse en guardia. Caminó despacio tratando de no hacer ruido por si alguna fiera le acechaba. Las huellas del venado le marcaban el camino y decidió seguirlo a pesar del peligro, pensando que siempre podría encaramarse a cualquier árbol y desde allí pedir ayuda al resto de la tribu si era necesario.
Conforme avanzaba empezó a observar cómo se movían las ramas y después distinguió una pata trasera del venado agitándose entre la maleza. Tensó su arco aproximándose despacio, el animal jadeaba tumbado en el suelo con la lengua fuera mientras un lobo le clavaba los colmillos en el cuello. Aquella bestia miró al muchacho directamente a los ojos sin soltar a su presa y lanzó un gruñido de advertencia dejando al descubierto parte de sus dientes en actitud amenazante. Tarek nunca había visto un ejemplar como ese, tenía un espeso pelaje negro y los ojos de un increíble tono azul que brillaban con fiereza.
Se quedó muy quieto pensando qué debía hacer, puede que el lobo hubiese llegado primero pero él como cazador, tenía la obligación de llevar alimento a la tribu. Un lobo cualquiera no hubiese sido un problema, normalmente rehuían la presencia de los hombres, pero éste era enorme y, por cómo tenía erizado el lomo, el muchacho se dio cuenta de que iba a ser difícil de espantar.
Mientras ambos se estudiaban con la mirada, el venado dio sus últimas sacudidas de vida y expiró. El gran lobo empezó a arrastrarlo hacia atrás sin la menor intención de soltar a la presa de sus fauces. Tarek avanzó despacio hacia él y la fiera gruñó soltando al venado para enfrentarse a él. El muchacho deslizó la mano hacia el cuchillo que llevaba atado con una cuerda a la cintura lentamente y lo sacó, dispuesto a pelear por el venado.
Corrieron el uno hacia el otro y cuando estaba a un paso de él, Tarek agarró con fuerza el cuchillo y lanzó su brazo directo hacia su cuello, pero el lobo, probablemente mucho más curtido en la lucha que él, lo esquivó saltando ágilmente hacia un lado y le atacó por un costado mordiéndole la garganta con una fuerza atroz.
Tarek se revolvió en el suelo intentando gritar de dolor, pero aquellas mandíbulas le cortaban la respiración como habían hecho con el venado. Con las últimas fuerzas que le quedaban aferró el cuchillo cerrando el puño alrededor del mango y se lo clavó al lobo en el pecho.
El animal soltó un aullido de dolor liberándole de sus fauces y él boqueó intentando coger aire. Antes de perder el conocimiento escuchó sus jadeos y las pisadas de Saros corriendo veloz en su dirección.

Le despertó el cántico cadencioso de Karnaka, se encontraba tumbado en una cueva, trató de enfocar la vista pero todo era borroso. Cuando intentó moverse ella se aproximó sin dejar de canturrear.
—Es buena señal, sí, pero todavía es pronto —susurró para sí misma.
Volvió a dormirse y despertarse muchas veces con el cántico de Karnaka. En ocasiones notaba la mano de su hermana Besasté acariciándole el pelo y la escuchaba llorar a su lado y también pudo oír cómo Saros le preguntaba por su estado a la hechicera. Un día incluso Icario se acercó a ver cómo se encontraba pero Karnaka le echó de allí.
—Inténtalo Icario y será como golpearse contra una roca —le advirtió la hechicera.
—¿De qué estás hablando bruja?, solo he venido a ver cómo está mi hermano.
—Tú y yo lo sabemos Icario, tú y yo. Ahora vete, ¡vete!, todavía no es vuestro momento.
—Cuando mi padre no esté...  
Tarek percibió el odio contenido en las palabras de Icario e intentó levantarme para protegerla de él.
—Te quedarás solo —le dijo Karnaka terminando la frase—. Vete, vete, ¡fuera!
Icario empujó a Karnaka y la hizo caer al suelo.
—Asquerosa bruja, algún día tendrás lo que mereces.
Icario se marchó de la cueva con paso apresurado y Karnaka se arrastró por el suelo a gatas hasta donde estaba tumbado el muchacho.
—Te hará sufrir, sí, pero caerá como un conejo en las fauces de un lobo —murmuró con su voz ronca acariciando la cabeza de Tarek.
El muchacho sintió un escalofrío cuando la escuchó mencionar al animal, recodaba constantemente el ataque que revivía en sus sueños febriles.
Cuando por fin días después logró abrir los ojos, se encontró solo en la cueva. Estaba tendido en el suelo, descansando bajo una piel de oso y cubierta con otras pieles de animal que le mantenían caliente. Se dio cuenta de que no estaba solo, había otra persona tendida a su lado, podía ver cómo las pieles subían y bajaban con el ritmo de su respiración, pensó que debía estar muy enfermo, ya que era muy agitada.
Tiró un poco del borde de las pieles para ver de quién se trataba y descubrió el pelaje negro de un animal. Al principio pensó que era un perro, hasta que se movió, Tarek se quedó totalmente quieto cuando giró la cabeza y clavó aquellos ojos azules y fríos como el hielo en los suyos, se trataba del lobo que le había atacado. “¿Qué hace aquí conmigo?”, se preguntó. Pensó que quizá Karnaka había perdido la razón o tal vez fuese una de las bromas macabras de Icario, en cualquier caso le pareció que tenía tan pocas fuerzas como él porque volvió a girar la cabeza dándole la espalda y la dejó caer pesadamente en el suelo sobre las pieles.
Karnaka apareció al cabo de un rato.
—Ahora sí, no queda mucho tiempo, el sol se va a poner. Esperaremos a la noche, cuando todos duerman —le acarició la cabeza mientras le hablaba—. Siete noches, recuérdalo, ese será el tiempo que tardes en sanar.
—No te entiendo Karnaka, ¿qué va a pasar esta noche? ¿Quieres decir que dentro de siete noches estaré curado?
Tuvo que hacer un esfuerzo enorme para hablar con ella, ya que apenas podía susurrar, la garganta le dolía terriblemente.
—No, Tarek, ésta es la séptima noche, será hoy.
—¿A qué te refieres?
—No te preocupes, pronto lo entenderás, mañana tú serás mi heredero.
—¿Quieres decir que me enseñarás tu oficio de bruja y podré sanar a la gente de la tribu?
—Podrás guiarla, podrás salvarla y poner las cosas en orden, ese es tu destino y el de todo el que lleve tu sangre. Voy a prepararlo todo, descansa, te espera una dura prueba Tarek, pero tú eres fuerte. No debes estar más aquí, este no es tu lugar —dijo saliendo de la cueva.
Cuando volvió a entrar ya era noche cerrada, Tarek estaba medio dormido y lo zarandeó para que espabilara.
Él se dio cuenta vagamente de que le había envuelto en unas pieles y atado con cuerdas inmovilizándole. Karnaka estaba agachada junto a dos pequeñas hogueras que había prendido dentro de la cueva, la observó levantarse y arrastrar al lobo trabajosamente hacia el extremo opuesto, justo enfrente de donde se encontraba él.
—Ahora escúchame bien Tarek, pase lo que pase, no me interrumpas durante el ritual —él asintió, no sabía qué se traía entre manos la hechicera, pero siempre había confiado plenamente en Karnaka —. Estáis heridos de muerte los dos, la mordedura de tu cuello se ha infectado y tu fiebre no remite, y él —dijo apuntando con su vara al lobo— pierde las fuerzas poco a poco debido a la herida de su pecho. Ninguno de los dos quiere darse por vencido como cuando os peleasteis por la caza y solo hay una forma de remediar esto, lo vi hace mucho, mucho tiempo, el hermano de mi madre también era portador como yo, se entregó para ello, me lo entregó a mí para que yo te lo diera llegado el momento. No va a ser fácil porque eres un varón pero es tu destino, lo sé.
>>Nadie debe enterarse de que eres el primero, lo que voy a hacer está prohibido —Karnaka se echó a reír como una demente—. Si los portadores se enteran os perseguirán a ti y a tu descendencia. No te preocupes, tú eres listo y ellos muy, muy vanidosos, encontrarás la manera de evitarlos.
>>Ya nunca más caminarás solo, al contrario que yo tendrás una larga descendencia a la que trasmitírselo, pero tranquilo, no vas a tener que entregarte para dársela como yo, no, no, será la herencia de tu sangre.
>>Los dos habéis luchado y los dos saldréis vencedores —dijo dándose la vuelta para acariciar el espeso lomo del lobo.
—Karnaka, no he entendido nada salvo que estoy herido de muerte y, si es así, si voy a... morir, quiero despedirme de los míos —le rogó Tarek entre susurros.
— No, no has entendido nada, pero no te preocupes, pronto lo harás. Recuerda bien mis palabras, yo no voy a poder ayudarte más en este mundo.
—¿Ayudarme?, ¿con qué?
—Icario —masculló entre dientes—, cuidado con él, o quizá sea él quien debería tener cuidado contigo —se echó a reír como si estuviera ida de nuevo—. Solo debo hacerte una última advertencia, tu primer sentimiento de furia se asentará en tu alma, es algo que  los tuyos también sentirán tarde o temprano, deberás guiarlos en ese momento ya que podrían perder su cordura y volverse demasiado peligrosos para los humanos y para ellos mismos.
Se sentó en el suelo frente al fuego como si Tarek ya no estuviese allí y empezó a preparar dos cuencos de barro en los que mezcló algunas hierbas mientras canturreaba. Le dio de beber al lobo de uno de los cuencos y a Tarek del otro. El animal empezó a jadear al poco como si le faltase el aire. Karnaka acercó su cabeza peligrosamente a la del lobo y Tarek quiso moverse para impedírselo, le daba miedo que la fiera se revolviera contra ella.
—¡Quieto Tarek!, ahora no debes moverte, no, sé lo que hago, quieto —repitió.
Volvió a acercarse al lobo y abrió las fauces del animal metiendo dentro parte de su cabeza. Tarek no sabía qué clase de brebaje le había hecho ingerir pero empezó a ver cómo de la boca de la fiera salía un humo gris que Karnaka aspiraba, cuando terminó se acercó a él tambaleándose y al ver el tono ceniciento de la piel de la bruja, el muchacho se asustó.
Karnaka le sujetó la cabeza y posó sus labios encima de los de Tarek, que notó cómo salía el humo del cuerpo de la hechicera y se introducía dentro de él. Tuvo la sensación de que su sangre se calentaba cada vez más quemándole por dentro, gritó de dolor e intentó moverse pero las cuerdas se lo impidieron.
Al terminar de darle el humo gris Karnaka empezó a tener terribles convulsiones, cayó al suelo agitándose mientras le salía espuma blanca por la boca y sus ojos se quedaban en blanco, después se quedó completamente inmóvil.
Tarek gritó desesperado y aterrado, pensando que Karnaka había perdido la razón y había matado al lobo, después se había suicidado y él sería el siguiente en tener una horrible muerte.
Saros fue el primero de los miembros de la tribu en acercarse corriendo pero todos empezaron a despertarse con los alaridos de Tarek.
—¿Qué es eso? —preguntó Besasté.
—Algo pasa en la cueva de Karnaka —se alarmó Natalus—. Besasté, quédate aquí con tu madre. Icario vamos, ¿dónde está Saros?
—Ha debido salir corriendo a ver a Tarek —respondió despectivamente.
Tarek se quedó estupefacto, o bien estaban hablando a la entrada de la cueva o estaba muerto y podía escuchar lo que decían mientras se iba al lugar de las almas, era imposible escuchar conversaciones tan claras a esa distancia. De golpe empezó a percibir los sonidos y las conversaciones de toda la tribu mientras se acercaban apresuradamente a la cueva, pero estaba tan asustado que no podía parar de gritar.
—Coged las lanzas —decía Natalus—. ¡Saros, espera!, no entres solo.
Saros hizo caso omiso de su padre y entró empuñando su machete con los ojos expectantes, aguardando el ataque del lobo. Se agachó y observó a Karnaka, luego se aproximó con cautela al animal y relajó sus hombros al ver que estaba muerto, pero cuando se volvió a contemplar a su hermano, sus ojos reflejaron asombro y miedo.
—¡Tarek!, ¿eres tú?, ¿qué... qué ha pasado?
Le observaba a distancia y por algún motivo no se atrevía a acercarse a él.
—Saros desátame —le rogó.
—¡Padre! —llamó Saros con voz temblorosa—, a Tarek le pasa algo raro, no es el lobo el que aúlla, el animal está muerto, es él, ¡corre!
Natalus entró en la cueva con Icario pisándole los talones.
—¿Qué os pasa?, ¿por qué me miráis así? ¿Por qué no me desatáis? —les gritó Tarek.
—Así que es él quien aúlla y gruñe como una bestia —Icario compuso una sonrisa cínica al contemplarme.
—Déjalo en paz Icario —le amenazó Saros.
—¡Ya basta, callaos los dos! —gritó Natalus.
—Padre, mírale a los ojos, ya no son castaños, los tiene de color azul y le brillan como al animal, Karnaka le ha hecho algo —dijo Saros.
—Y Tarek la ha matado —sentenció Icario.
—¿Cómo iba a hacer eso?, ¿no ves que está atado, imbécil? —le gritó Saros.
—Yo no he matado a nadie —protestó Tarek enfadado.
—Por cómo nos gruñe yo no estaría tan seguro —siguió insistiendo Icario—. Lo que está claro es que ese ya no es él, la bruja lo ha maldecido. Lo que yo creo es que Tarek está muerto y el lobo ha ocupado su cuerpo.
Natalus contempló al muchacho durante un rato sin decir una palabra, Tarek trató de hablar con ellos y explicarles lo que había sucedido pero parecía que no entendían nada de lo que les decía.
—Tarek, soy yo —le dijo Saros acercándose un poco.
—Sé de sobra quién eres idiota, sácame de aquí, desata las cuerdas —le pidió.
—¡Saros!, no te acerques. Vamos, nos reuniremos y decidiremos qué hacer —le dijo Natalus sujetándolo por un brazo para hacerle retroceder.
Los hombres y las mujeres de la tribu prendieron una hoguera y se reunieron a su alrededor. Transportaron el cuerpo de Tarek hasta allí entre varios hombres todavía envuelto en las pieles y atado con cuerdas. Natalus se puso en pie para dirigirse a su tribu.
— Como sabéis, al entrar en la cueva de la hechicera la hallamos muerta al lado del gran lobo negro que nos mandó trasladar hasta allí. A mi hijo Tarek lo encontramos tal y como lo veis ahora, no sé qué clase de magia ha obrado en él Karnaka, pero la cuestión es que los ojos de Tarek se han vuelto azules y en vez de hablar aúlla como lo haría el lobo —Natalus le observó con pena—, y ahora debemos decidir qué hacer con él.
— Tenemos que matarlo padre, ese ya no es Tarek, es una bestia —dijo Icario poniéndose en pie y buscando apoyo con la mirada entre los miembros de la tribu.
—¡Por encima de mi cadáver! —le gritó Saros—. Eres una sabandija, solo quieres quitarlo de en medio porque todo el mundo sabe que es mejor cazador que tú.
—¡Callaos los dos! —les ordenó Natalus.
—No padre, no puedes hacerle eso a Tarek —las lágrimas resbalaban por las mejillas de Besasté—. Él nunca me haría daño, ¿es que no ves cómo me mira?
—Besasté, lo siento mucho hija, pero creo que Icario tiene razón, mira sus ojos, Tarek ya no está aquí —le dijo Natalus.
Tarek se quedó mirando fijamente a Natalus tratando de contener la amargura que le había producido oírle hablar así de él y guardó silencio esperando que fuese capaz de reconocerle como Besasté pero el jefe de los Tastanos apartó la vista dándole la espalda. Sin embargo Besasté no se dio por vencida, se llevó el dedo a los labios indicándole a su padre que guardara silencio y se escabulló por detrás de los demás miembros de la tribu, que se sentaban alrededor del fuego formando un círculo, luego volvió a salir por otro lado y le llamó.
—¡ Tarek! —él giró la cabeza al escucharla y la contempló sin saber a dónde quería ir a parar, y ella sonrió contenta—. ¿Lo ves padre?, responde a su nombre.
—Eso no quiere decir nada Besasté, todos estábamos en silencio y se ha girado cuando ha escuchado una voz humana. Yo creo que es un animal y deberíamos matarlo ahora mismo, antes de que atraiga la desgracia sobre nosotros —intervino de nuevo Icario.
—¿Por qué le odias tanto? —le preguntó Besasté—. Eres mezquino Icario, no eres capaz de querer a nadie, has vivido con él durante mucho tiempo y nunca, nunca, le has dado tregua.
—¡Ya basta Besasté! —la reprendió Samunatra—, no vamos a matar a Tarek.
—¡Madre! —protestó Icario.
—Calla Icario, no lo vamos a matar, pero tampoco podemos llevarlo con nosotros —dijo mirando a su marido.
—Mi mujer tiene razón, lo mejor que podemos hacer es apartarlo de la tribu. Lo llevaremos de nuevo a la cueva de Karnaka, se quedará allí tal y como ella lo dejó para que no pueda seguirnos y matar a alguien más —sentenció Natalus.
Tarek se estremeció al pensar que le iban a abandonar atado, sabía que no sobreviviría más de tres días y eso siempre que algún animal no diera con él antes. Se revolvió intentando escapar pero no sirvió de nada, ni eso ni sus gritos de protesta.
Saros le contempló con pena y Besasté no dejaba de llorar y suplicar clemencia temiendo el cruel destino que le aguardaba. El muchacho los llamó a gritos mientras Icario y Natalus, junto con otros hombres, le transportaban de nuevo hasta la cueva y le abandonaban allí.
Icario se demoró a propósito y fue el último en salir, antes de irse se giró sonriendo ampliamente y le propinó a Tarek  una patada en el estomago que le cortó la respiración.
—Siempre has sido un estorbo, me alegra que la bruja me haya ahorrado el trabajo de tener que matarte.
—Tú no hubieras podido conmigo gusano, ve a esconderte entre las faldas de tu madre —le gruñó Tarek jadeando.
—No te canses bicho, nunca saldrás de aquí, pero te prometo que el próximo invierno vendré a ver cómo te encuentras —Icario se acercó hasta que sus frentes se tocaron y susurró—. Ya sé que me entiendes, sé que eres tú Tarek —dijo con una sonrisa torcida antes de salir de la cueva.

Por la mañana desde su encierro, escuchó cómo los demás se ponían en movimiento y comenzaban a recoger sus cosas. Saros intentó acercarse sigilosamente antes de partir.
—Padre, Saros se escapa a ver a Tarek —le advirtió Icario a Natalus a voz en grito.
—Saros vuelve aquí y ayuda a los demás a recoger las pieles.
—Me las vas a pagar todas juntas Icario —le amenazó.
—¡Saros!, recoge las pieles de la tribu, hoy las llevarás tú —le castigó Natalus.
—¿Y cómo esperas que haga eso?, no sé si te has dado cuenta pero Tarek no está aquí para ayudarme y yo solo no puedo, él cargaba con la mayoría —protestó.
—Para mí tampoco es fácil, lo crié como a un hijo —respondió Natalus pesaroso.
—Y lo abandonas a su suerte como a un perro —le acusó Saros.
—No me fío de él padre ni de Besasté, intentarán liberarlo y matará a alguien —intervino Icario.
—Icario ya basta, ve a ayudar a tu madre por favor —le dijo su padre.
—Pero padre... —protestó Icario.
—¡Haz lo que te digo! —le ordenó Natalus.
Cuando Icario se fue, Natalus habló cariñosamente con Saros.
—No puede quedarse con nosotros Saros, no sabemos si es Tarek el que está en la cueva, pero no debes preocuparte por él, yo mismo le desataré en cuanto empecemos a alejarnos y si de verdad es una fiera salvaje le dejaré vivir libre en el bosque. Al menos sé que allí será feliz, pero debes aceptar que ya nunca más será un miembro de esta tribu, no lo sería aunque volviese a hablar y a comportarse como siempre. Karnaka me advirtió hace poco que su camino y el nuestro se separarían, además, ahora tendrás que asumir tus responsabilidades, dentro de cinco noches anunciaré a la tribu mi decisión sobre el futuro guía del pueblo. Sé muy bien que la gente no quiere a Icario, pese a la vigilancia de tu madre, tu hermano se ha empeñado en persistir con su actitud altiva, le gusta demasiado provocar discusiones y solo mira por sí mismo, sería un guía pésimo y estoy seguro de que bajo su mando la tribu se dispersaría. Todavía no le he dicho nada a tu madre, así que guarda silencio, pero he decidido que tú serás mi sucesor. Eres buen cazador y conoces el bosque mejor que nadie, además te preocupas por los tuyos, todas esas cualidades harán de ti un gran guía hijo.
Saros se quedó callado digiriendo todo lo que le había dicho Natalus y, aunque a Tarek le partía el corazón que le fuesen a abandonar a su suerte, se alegró mucho por su hermano. Hubiese dado lo que fuera por poder ver la  cara de Icario en el momento que Natalus comunicara a la tribu su decisión, pensó que quizá si le desataba tal y como le había prometido Natalus a Saros, podría seguirlos para ver su nombramiento escondido en el bosque.
Una vez que recogieron todos sus enseres los escuchó alejarse y esperó agudizando el oído, confiando en que Natalus regresaría para desatarle pero las horas pasaban y no había rastro de él, al caer la noche se dio cuenta de que jamás lo volvería a ver, que Natalus había mentido a Saros para evitar que se acercase a él y nadie acudiría en su auxilio.
Giró la cabeza en todas direcciones desesperado por encontrar algo con lo que poder desatarse, aunque era noche cerrada sus ojos se adaptaban bastante bien a la oscuridad. Cuando se dio cuenta que no había nada con lo que poder deshacer de las ataduras, simplemente se tumbó a dormir esperando que la muerte llegase pronto.
En mitad de la noche escuchó pisadas y jadeos y se concentró en los sonidos intentando adivinar de qué animal se trataba, cuál sería la bestia que terminaría por darle muerte.
Lo primero que percibió Tarek fue un aroma familiar que le inundó la nariz y el interior de la garganta hasta dejarle casi sin aliento. Entraron con cautela en la cueva, con el rabo entre las piernas y la cabeza gacha en actitud desconfiada, olisquearon las paredes en torno a él y uno de ellos se le acercó despacio.
No me gusta este sitio hermano, huele a muerte, huele a tu muerte —gruñó una voz en el interior de la cabeza de Tarek.
El muchacho no había estado tan asustado en la vida, rodó por el suelo tratando de alejarse de aquella manada de lobos.
—¡Vete de aquí bestia! —gritó.
Has caído en una trampa humana. Nosotros te ayudaremos a volver al bosque.
—¿Me… me entendéis?, ¿podéis hablar? —preguntó sorprendido.
Aquel lobo de pelaje marrón y ojos brillantes se limitó a acercar su hocico a las cuerdas que le mantenían sujeto a las pieles y comenzó a tirar de ellas con fuerza desgarrándolas con sus colmillos para aflojarlas.
“Entonces es verdad que estoy maldito y ya no soy yo, soy una bestia, soy un lobo”, pensó.
Eres un lobo —le confirmó el animal con su voz profunda leyendo sus pensamientos —. Regresa al bosque entre los tuyos.
Tarek había pensado en ir en busca de la tribu, todos ellos le habían decepcionado, incluso Saros al que consideraba como a un verdadero hermano se había olvidado de él en cuanto se enteró del cargo que le ofrecía su padre.
Un lobo nunca camina solo, es peligroso, en el bosque hay muchos que no son como nosotros.
Por un momento Tarek pensó en dejarlo todo e irse con la manada pero las cuerdas terminaron de aflojarse y se puso en pie, todavía tenía manos y piernas, todavía era humano, al menos en parte.
—Debo irme —les dijo.
Los humanos han dejado su aroma hace poco, no es bueno estar cerca cuando merodean por el bosque —le advirtió el animal.
Tarek ignoró sus palabras y salió con cautela procurando no acercarse a ninguno de ellos, a pesar de que de alguna manera percibía que no pretendían hacerle daño alguno.
Todavía no tenía muy claro con qué intención ni qué iba a hacer cuando estuviese cara a cara frente a Natalus.
Siguió durante gran parte de la noche el rastro de la tribu, era una noche sin luna y la oscuridad lo envolvía todo, pero ya no necesitaba usar la vista, su sentido del olfato y su percepción de los sonidos se habían agudizado de forma increíble.

Al alcanzar el campamento le llamó la atención que tuviesen a Saros atado al gran palo, a alguien de su tamaño nunca se le imponía un castigo semejante, aquello había ocurrido un par de veces desde que tenía memoria y todos los condenados eran hombres curtidos, ya que se trataba de la pena más severa que se podía imponer. Cuando alguno de los miembros hacía algo que pudiese poner en riesgo a los demás, los hombres cortaban el tronco de un árbol que el condenado debía arrastrar todo el camino atado a su cuerpo con cuerdas que le producían heridas lacerantes en la piel y únicamente se le procuraba sustento una vez al día. El castigo solía durar dos días y era realmente terrible, lo más frecuente era que el condenado se quedase atrás debido al peso que debía cargar, pero nadie le socorría ni esperaba, solo cuando terminaba el castigo otros hombres se encargaban de buscarlo, romper sus cuerdas y llevar su magullado cuerpo de vuelta con el resto de la tribu.
Tarek distinguió la figura de su hermana deslizándose sigilosamente por detrás de Saros. Su cabello negro y lacio le caía hasta la cintura y sus grandes ojos grises observaban con preocupación el estado de su hermano. Tarek la contempló con una sonrisa y pensó que iba a ser una mujer muy hermosa cuando creciese.

—Gracias Besasté —escuchó susurrar a Saros, que alargó el brazo para coger el trozo de carne que ella le tendía.
—Besasté tienes que irte —le dijo Saros—, te van a descubrir y te castigarán.
—Debería intentar ir yo a por él.
—Estamos muy lejos ya Besasté, tendrías que caminar toda la noche y mañana lo descubrirían todo, irían a por ti, puede que Icario incluso lograra que fueras expulsada y a Tarek lo matarían sin piedad. Venga, vete a dormir, mañana va a ser una jornada muy dura para los dos. Espero que consiga librarse de las ataduras sin ayuda, es listo y fuerte, estoy seguro de que encontrará la manera.
—¿Y si no puede Saros?, ¿y si está allí solo, atado, muerto de frío y hambre? —sollozó su hermana—. No lo podemos abandonar.
—Ya no podemos hacer nada  —respondió Saros con voz cansada—. Vete ya Besasté, necesito descansar.
La vio alejarse mientras Saros se tendía en una posición incómoda en el suelo y se echaba a llorar intentando reprimir los sollozos. A Tarek se le encogió el corazón al escuchar su dolor, jamás había visto llorar a su hermano.
“¡Así que por eso le han castigado!, ha intentado volver para rescatarme”, pensó. Se avergonzó de sí mismo por haberle juzgado tan mal e imitó a Besasté deslizándome por detrás de él.
—Buenas noches Saros, futuro guía de la tribu de Tastania —bromeó.
Saros dio un respingo y se levantó tan rápido al escucharle que no tomó en cuenta el peso del tronco que llevaba atado a la espalda, que lo arrastró de nuevo al suelo y se propinó un buen golpe.
—¡Ay! —se quejó frotándose el hombro—. ¿Tarek? —susurró.
—Lamento haberte asustado.
—No me has asustado —dijo picado—. ¿Y cómo sabes que padre me prometió que sería el nuevo guía? —preguntó para desviar el tema mientras se secaba las lágrimas disimuladamente.
—Os escuché hablar.
—Imposible, estábamos lejos de la cueva.
—Pues yo os oí perfectamente.
—No entiendo cómo pero de todas formas fue solo una treta, lo hizo para que no se me ocurriese volver a por ti.
—No tuvo mucho éxito por lo que veo —le dijo señalando el tronco.
—¿Se puede saber por qué te pusiste a aullar?
—Es difícil de explicar —respondió Tarek.
—No puedes volver con nosotros, te echarán de aquí o te matarán. Icario...
—Lo sé Saros, no voy a volver a la tribu, no después de lo que ha hecho tu padre.
—¿Mi padre?, ¿querrás decir nuestro padre? —le corrigió.
—No, él ya no es mi padre, me iba a dejar en la cueva para que muriese de hambre. Siempre he sido un extranjero Saros, ahora lo veo claro.
Saros desvió la vista avergonzado.
—No para todos, algunos no están de acuerdo con la decisión pero otros… piensan que no eres humano, como Icario y padre.
—Natalus piensa que no soy humano, Icario sabe perfectamente quién soy yo, me lo dijo antes de irse y me dio una patada en la boca del estomago.
—¡Ese cerdo! —exclamó Saros apretando los dientes.
—Ten cuidado con él, ahora que no estoy verá el camino libre con vosotros dos, además, si se entera de que he escapado estoy seguro de que montará en cólera y hará batidas para cazarme como a una bestia.
—Oye, a mí tampoco me gusta Icario pero… —empezó a protestar su hermano.
—Saros, él mismo me dijo que la bruja le había ahorrado el trabajo de matarme, ¿de verdad crees que no es capaz?, ¿acaso no escuchaste sus palabras de desprecio en la hoguera?, quería acabar conmigo allí mismo y créeme, él lo hubiese disfrutado. No puedo explicarte cómo lo sé pero sentí perfectamente que anhelaba mi muerte.
—¿Nos escuchabas?
—Claro, erais vosotros los que no me entendíais.
—No hacías más que aullar, si te hubieras quedado callado...
—Eso habría dado igual, Icario se hubiera encargado de echarme de todas formas y la gente ya no me querrá cerca mientras lleve el lobo dentro.
—¿Lo llevas dentro?, ¡así que es eso! Lo siento Tarek, ojalá nada de esto hubiese pasado pero no culpes a la toda tribu, ellos solo hacen lo que se les manda, esto es cosa de madre e Icario que han convencido a los demás de que eres un espíritu.
—No te preocupes Saros, está bien, sé que no parezco yo, solo quería que supieras que jamás te haría daño.
Saros sonrió y arqueó las cejas.
—Ya te he dicho que no me has asustado, solo me cogiste desprevenido, a mí me da igual que ahora tengas los ojos azules, no me impresionas nada.
De pronto Tarek percibió movimiento en la tienda de Natalus y Saros se apartó de él rápidamente.
—Ya veo que no te impresiono, ¿eh? —se burló.
—Los ojos te brillan como ascuas —le dijo Saros sin quitarle la vista de encima— y tu rostro… es como si se envolviera en sombras, como si fueras otro.
—Prepárate, Icario viene hacia aquí —le avisó—. Me tengo que ir.
—¿Volverás?
—Sí, quiero ver a Besasté para tranquilizarla.
Tarek se alejó de la tribu internándose en el bosque. Desde la espesura contempló a sus hermanos, Saros se estaba haciendo el dormido mientras Icario salía de la tienda, lo vio detenerse a unos pasos de Saros y mirarlo con una expresión de profundo desprecio, se subió las pieles a la altura de la cintura y comenzó a orinar casi encima de Saros, que no se movió un ápice.

No fue el olor a orines lo que revolvió el estómago de Tarek, sino su instinto advirtiéndole, pero por entonces él no lo supo entender.


                            Malditos                                 

A pesar de no tener flechas, cuchillo ni machete, a Tarek le resultó bastante fácil dar caza a sus presas, el lobo que albergaba en su interior le ayudaba en la tarea, sus nuevos colmillos eran fuertes y le servían para desgarrar las piezas fácilmente, y la carne y la sangre de los animales le llenaban de fuerza.
El día en que bajó a un rió a beber después de haber cazado un cervatillo, entendió el miedo que había sentido Saros al contemplarle. Tenía el rostro cubierto de sangre y los ojos tan brillantes que no parecían humanos, se quedó un buen rato observando su reflejo en el agua, tratando de reconocerse, antes de volver a seguir a la tribu.
Permaneció lo suficientemente cerca como para poder vigilar el trato que les dispensaban a Saros y Besasté y, después de unas cuantas noches persiguiéndoles, Natalus reunió a su gente en torno a la hoguera, niños, jóvenes y ancianos se fueron sentando alrededor del fuego.
Natalus esperó pacientemente a que estuviesen todos para ponerse en pie.
A Tarek le extrañó mucho que Samunatra permaneciese tan tranquila, sentada sobre unas pieles al lado de su hijo predilecto, Icario. Saros y Besasté por el contrario, se habían acomodado al otro lado de Natalus dejando a su padre entremedias y evitaban mirarles. Saros tenía la vista fija en el fuego y Besasté se agarraba a su brazo con una expresión tensa en el rostro.
—Tastanos, ha llegado el momento de nombrar un sucesor para cuando yo ya no esté entre vosotros. Como sabéis tengo dos hijos fuertes y capaces, Icario y Saros. He meditado mucho mi decisión, ya que para mí como padre es muy difícil escoger entre ellos, pero siguiendo la tradición he decidido que mi hijo mayor Icario sea mi sucesor, ya que tiene más experiencia que su hermano y ha demostrado que el bien común de la tribu está para él por encima incluso de su propia familia
Tarek no se podía creer lo que estaba escuchando, puede que Icario fuera el mayor pero, “¿más experiencia?, ¿en qué?”, pensó enfadado. Era un pésimo cazador, no sabía rastrear y además le gustaba sembrar la discordia entre los miembros de la tribu. Natalus se estaba escudando en el intento de Saros por rescatarle pero todos sabían el desprecio que Icario sentía por Tarek, él jamás le había considerado familia.
Saros no parecía sorprendido por la decisión de su padre, Besasté colocó la manita entre las suyas mientras Icario sonreía satisfecho. Se levantó un rumor de malestar en el campamento, Samunatra desafió con la mirada a los demás y a Icario se le borró de golpe la sonrisa de la cara, quedó claro que a nadie le había gustado la decisión de Natalus. Algunos miembros de la tribu se levantaron y se alejaron de la hoguera en señal de desacuerdo.
—Bebamos a la salud de mi hijo —continuó Natalus levantando el cuerno y tratando de ignorar el disgusto patente en los demás.
Nadie lanzó vítores ni parecían contentos, muchos miraban a Saros con pena pero nadie se atrevió a cuestionar abiertamente la decisión de su jefe. Tarek apretó los dientes con rabia, no podía entender por qué Natalus había hecho semejante estupidez, tenía la esperanza de que el que había sido su padre atrasara la decisión o se planteara realmente elegir al más capaz de sus hijos y supuso que Samunatra tenía mucho que ver en aquel desastre, pero el culpable de la suerte de su pueblo sería él y nada más que él, en cuanto Natalus faltase, la tribu pasaría a menguar considerablemente por culpa de Icario.
Saros y Besasté no se acercaron a dormir con su familia esa noche y se acurrucaron el uno contra el otro entre los demás.
Al día siguiente Natalus envió a Saros y a Icario a buscar el camino más seguro para el resto mientras la tribu recogía sus enseres. Samunatra le lanzó a Icario una mirada significativa en dirección a Saros cuando estaba de espaldas y él asintió con la cabeza. Natalus observó la maniobra, fue hacia su mujer y la cogió de la mano, se quedó mirando cómo se alejaban sus hijos hacia la espesura del bosque y cuando los perdieron de vista empezaron a recoger las pieles junto con los demás.
El corazón de Natalus se había acelerado considerablemente cuando los contemplaba y su respiración también, Tarek tuvo un mal presentimiento y fue tras ellos, además, había llegado el momento de buscar un sitio en el mundo y quería despedirse de su hermano y de Besasté primero.
Lo había meditado detenidamente antes de decidir bajar a una de esas ciudades, como las llamaba Natalus. En una ocasión había contemplado una de lejos, le pareció una comunidad inmensa, formada por multitud de casas construidas con piedras en vez de barro, como era costumbre en las aldeas que había visto las pocas veces que se aproximaban a intercambiar las pieles por alimentos.
Icario no se separaba de su hermano y Saros estaba tenso con él tan cerca. Llegaron a una zona del bosque en la que Saros se agazapó señalando algo. Tarek utilizó el olfato para saber de qué se trataba, era un simple conejo, nada que pudiese alimentar a muchos.
Pensó en dar un rodeo sabiendo que Saros intentaría cazarlo desde el otro lado y así si fallaba, el animal iría derecho a la posición de Icario. Lo vio indicándole con gestos que se mantuviera en el sitio, Icario asintió sacando una flecha y Saros comenzó a arrastrarse por el suelo de espaldas a él.
—¡Saros! —le llamó Icario.
Su hermano se dio la vuelta confundido porque había hecho huir al conejo al alzar la voz, Icario lo contempló con una sonrisa torcida y disparó sin piedad su arco apuntándole al corazón, pero Saros era muy rápido y se había desplazado a tiempo, la flecha  se le clavó en un costado y soltó un alarido de dolor. Icario sacó otra de sus flechas y se acerco a él tensando de nuevo el arco con intención de rematarle, Saros parecía estar demasiado dolorido para reaccionar, así que Tarek no se lo pensó dos veces y salió de su escondite interponiéndose entre los dos. Icario le miró sorprendido y asustado y cambió su blanco apuntándole.
—Así que al final este traidor tuvo tiempo de rescatarte y vienes a buscarlo como el perro que eres, “guau, guau”, no me das miedo Tarek —dijo con voz temblorosa.
—Los lobos no ladran torpe, aúllan —le respondió.
—¡Vaya!, sabes hablar, eso es un problema.
—No te canses Icario, aunque no hablase intentarías matarme de todas formas, lo sé muy bien. La cuestión es si fallarás el tiro o no y si serás capaz tú solo de deshacerte de los dos. Piénsalo un poco Icario, no eres rápido ni hábil como Saros o como yo. Has hecho lo único se sabes, intentar deshacerte de tus problemas con tretas, pero te engañas si piensas que esta vez te saldrá bien, es fácil dispararle a Saros mientras se arrastra de espaldas por el suelo pero pregúntate si yo te daré esa oportunidad. Vamos Icario, intenta medirte conmigo, lo estoy deseando.
—Guárdate tus amenazas, tú no eres nadie, no significas nada para la tribu, solo se toleró tu presencia porque la bruja la impuso. No tienes voz entre nosotros, nadie te apoyará, así que no tendré ningún reparo en matarte y Saros es un problema, todos saben que intentará arrebatarme el liderazgo de la tribu en cuanto padre falte —dijo entre dientes— y no voy a darle ocasión para hacerlo, además, entérate bien Tarek, el mismo Natalus ha sido quien me ha pedido que le de muerte para evitar que la tribu se divida —Icario escupió las palabras con rabia—. Solo estoy haciendo lo mejor para los míos y nadie me pedirá cuentas por ello.
Saros estaba tirado en el suelo jadeando de dolor e intentaba arrancarse la flecha, consiguió partirla y se arrastró unos metros acercándose a los pies de Icario, que lo contempló con desprecio pensando que trataba de pedir clemencia. Al llegar a su altura, Saros le miró alzando trabajosamente la cabeza y con un movimiento rápido le clavó la astilla en la pierna, cogiéndole por sorpresa.
—¡Corre Tarek!, corre! —le gritó mientras Icario se doblaba de dolor y se arrodillaba en el suelo agarrando la astilla y arrancándosela con un grito de furia.
Icario dejó de apuntar a Tarek y tensó el arco en dirección a Saros dispuesto a disparar la flecha sobre la nuca de su hermano, que se había quedado tendido a sus pies sin fuerzas. Tarek corrió veloz hacia ellos para impedirlo y, al darse cuenta de su proximidad, Icario se giró para apuntarle y disparó. Tarek saltó hacia un lado pero la flecha le alcanzó en la mano atravesándole la palma.
Miró con odio a Icario y gruñó dispuesto a arrancarle el corazón, él le contempló muerto de miedo y empezó a gritar pidiendo auxilio a la tribu mientras buscaba con manos temblorosas otra flecha a su espalda para dispararle.
Tarek sopesó la situación, tenía que pensar en la mejor opción, por un lado quería quedarse y darle su merecido a Icario pero por otro sabía que debía ayudar a Saros antes de que los miembros de la tribu llegaran hasta ellos, no se fiaba del destino que correría en manos de Natalus y Samunatra y nadie iba a escuchar sus explicaciones.
Le dio un golpe a Icario con el puño que lo dejó atontado por unos momentos, luego se agachó junto a Saros y se lo cargó a la espalda. La gente empezó a aproximarse rápidamente y estuvo corriendo casi toda la mañana, consciente de que debían perderse en el bosque lo más deprisa posible para que nadie los encontrase, hasta que dio con una pequeña cueva dentro de un árbol, oculta por maleza, donde sentó a Saros a su lado apoyando su cuerpo contra el tronco, después se concentró en los sonidos del bosque esperando que nadie encontrase su rastro.
Pasaron muy cerca pero no los vieron, mientras los buscaban Tarek captó la conversación entre Icario y Natalus, hablaban en alto con el propósito de que los demás pudiesen escucharles y, por sus palabras, fue consciente de que ellos venían a cazarles para asegurarse de darles muerte.
—Fue por aquí padre, Tarek lo atacó salvajemente y lo arrastró hacia el bosque, lo más probable es que ya esté muerto y lo devore, o peor aún, que le haya robado el alma y esté tan maldito como él —“El muy cerdo me ha echado la culpa de la suerte de Saros”, pensó con rabia.
Contempló a Saros sentado a su lado, el sudor le recorría todo el cuerpo y su corazón latía cada vez más bajo.
—Sácame la flecha, no quiero morir con esta flecha en mi cuerpo como si fuese una pieza de caza de Icario. Tú eras mi único hermano Tarek y solo espero que algún día nos volvamos a encontrar —susurró casi sin fuerzas.
No quiso que lo último que viese Saros fuese su desdicha, verle de esa manera hizo que el alma de Tarek sintiese dolor físico. Le sonrió mirándole a los ojos y tragándose la tristeza, arrancó sin vacilación su flecha y después se deshizo de la que atravesaba su mano, colocando la palma encima del costado de su hermano.
—Ahora tenemos la misma sangre —le dijo.
Saros compuso una mueca de dolor y se desvaneció.
Tarek se quedó allí, pensando para consolarse que quizá Saros estuviese en lo cierto y en otro lugar podrían encontrarse de nuevo, que llevarían la misma sangre y eso haría más fácil que pudiesen volver a estar juntos.
Las horas pasaban y no quiso moverse de su lado hasta que llegase el momento en que Saros expirase. Sin comida ni ganas de vivir, poco a poco fue cayendo en un sopor y se quedó dormido.
Cuando cayó la tarde se despertó asustado recordando lo que había pasado, abrió los ojos y vio a Saros a su lado, todavía estaba en la misma posición en la que lo había dejado y aunque su corazón latía débil en su pecho, seguía con vida. Se admiró de lo fuerte que era su hermano y se quedó a su lado hasta que volvió a caer la noche, entonces salió de la cueva en busca de agua y algo de comida para los dos, con la esperanza de que se recuperase.
Con gran esfuerzo consiguió hacer un fuego y puso la carne a tostarse, Saros no estaba acostumbrado a comer carne cruda y Tarek pensó que probablemente no le sentaría igual de bien que a él. Dejó la carne al fuego y entró en la pequeña cueva para darle agua a su hermano que bebió desesperado, estaba muerto de sed, luego le ayudó a comer. Saros no probó apenas bocado, le costaba un enorme esfuerzo el hecho de masticar y tragar debido a su estado. Volvió a darle agua nuevamente, apagó el fuego y salió a buscar un refugio más espacioso y menos frío en el que poder cobijarse los dos.
Estaba corriendo por el bosque cuando escuchó su llamada.
—¡Tarek, Saros, contestad! ¿Dónde estáis? —la voz de su hermana sonaba muy lejana y la siguió hasta encontrarla deambulando sola y temblando de frío en el bosque.
—¡Besasté!, ¿qué haces aquí?, esto está lleno de criaturas salvajes, vuelve con la tribu.
Cuando se giró para mirarle, la pequeña Besasté tenía el rostro anegado en lágrimas.
—¿Qué le ha pasado a Saros? —preguntó hipando.
Tarek dudó si debía contárselo, no quería destrozarle más el corazón, pero sabía que ella era inteligente y no se le podía esconder nada.
—Fue Icario, le disparó una flecha por la espalda pero erró el tiro y en vez de alcanzarle en la nuca le dio en un costado. Está gravemente herido, no estoy seguro de que salga adelante Besasté, lo siento.
—Me lo imaginaba —sollozó ella—, sabía que tú no le harías daño ¿Puedo verle?
—Ahora no, debo buscarle un nuevo refugio y no quiero estar mucho tiempo lejos de él, tengo que irme.
—Llévame con vosotros Tarek, no quiero estar aquí sola —le rogó con ojos suplicantes.
—No Besasté, debes volver y yo tengo que irme ya.
Besasté bajó la vista al suelo.
—Al menos espera aquí un momento, os traeré algunas pieles, hace frío y caeréis enfermos.
—Yo no tengo frío Besasté —respondió poniendo la pequeña manita de su hermana en su pecho—, he notado que desde que llevó al lobo dentro no me afecta como antes. No te preocupes, le daré calor a Saros hasta que me haga con algunas pieles, debo irme ya, adiós.
—¿Volveré a veros?
—No lo sé Besasté, cuídate mucho y por favor, mantente alejada de Icario —le advirtió.
—No te preocupes por mí, adiós Tarek —Besasté le agarró de la mano y tiró de él para que bajara a su altura y así poder darle un beso.
Ella no se movió del sitio cuando su hermano adoptivo volvió a internarse en el bosque, por su forma entrecortada de respirar, Tarek supo que estaba intentando reunir valor para dejar de llorar, solo tras un buen rato la escuchó alejarse lentamente hacia donde se asentaba la tribu.
Tarek se pasó toda la semana siguiente cuidando de Saros en un nuevo refugio, hizo un lecho con ramas y lo cubrió con ellas. Saros se quejó varias veces de que su cuerpo le quemaba por dentro y se las quitaba de encima, por lo que Tarek empezó a pensar que era su sangre lo que le había traído de vuelta a la vida, él había tenido la misma sensación de que le ardían las entrañas cuando Karnaka le transformó, así que volvió a morderse la mano varias veces y mezclar la sangre de Saros con la suya vertiéndola encima de la herida de su costado. Saros se revolvía dolorido cuando entraba en contacto con su piel pero fue mejorando poco a poco.
A las siete noches Tarek ya no tenía ni rastro de la herida de la mano. Saros tardó semanas en recuperarse lo suficiente como para ponerse en pie y le quedó una cicatriz considerable en el costado.
El tiempo que pasaron escondidos en el bosque lo aprovecharon para salir a cazar juntos y así se hicieron con unas cuantas pieles. Saros observaba a Tarek pero casi no hablaba con él, Tarek respetó su silencio esperando que fuese capaz de recuperarse y volviera a ser el mismo de siempre.
—Tengo que volver —le dijo por fin un día mirándole seriamente.
—Ya no puedes Saros.
—Quiero verlos, tengo que hablar con madre —insistió.
—No pienses más en ello, seguramente Icario te mintió, ¿de verdad crees que Natalus...? —Tarek se quedó callado intentando encontrar palabras que no le hiriesen.
—Sí.
—Eres su hijo, la lengua de Icario es venenosa, ya le conoces.
—Ellos nunca me han querido, solo miran por sus tradiciones, únicamente soy válido en caso de que Icario muera, ¿es que no lo entiendes? Mi padre me mintió Tarek, me dijo que yo sería el nuevo guía solo para que te dejase allí, además, tiene razón, en cuanto padre falte el resto de la tribu pedirá que yo sea el nuevo guía, la gente ya le había comentado la conveniencia de que me nombrase a mí su sucesor, me he convertido en un estorbo para ellos.
—No sé qué decirte Saros, lo siento.
—Quiero verla, ¿me vas a ayudar o no?
Tarek vio la resolución en los ojos de su hermano y decidió que lo mejor sería acompañarle para evitar que Icario le encontrase primero, rastrearía su olor y si percibía peligro podría salir huyendo, pensó que si lo dejaba ir solo probablemente acabarían matándole, así que asintió.
—¿Tarek?
—¿Sí?
—¿Podrías... —Saros le miró a los ojos y se le aceleró el corazón, Tarek sabía que algo le rondaba la cabeza y le daba vergüenza decirlo— encontrar el rastro de Rilara?, debo hablar con ella primero.
Tarek sonrió involuntariamente al escuchar su petición, Rilara había sido la primera mujer con la que había estado, él y casi todos los chicos de su edad, era algo mayor que Tarek y muy hermosa, a todos les gustaba lo ardiente que era.
—No me digas que te vas a parar a... estar con ella —se carcajeó.
—¿Cómo sabes tú eso?
—¡Saros!, no lo sabes, ¿verdad? Todos los que no tenemos mujer hemos estado con ella y algunos de los que la tienen también.
—¡Eso no es verdad! —protestó Saros—, ¿o... sí? —titubeó mirándole de reojo.
—Lo siento, pero es verdad.
—Vaya, pues me quedo mucho más tranquilo —respondió pensativo.
—¿Qué?, ¿por qué? —Tarek había pensado que su hermano se enfadaría con él por abrirle los ojos sobre Rilara, a veces Saros era muy testarudo y su respuesta tranquila le cogió desprevenido.
—La han reservado para Icario, estaba nervioso pensando que la había dejado en una mala situación cuando él se enterase de que no era su primer hombre —le aclaró.
Ambos se miraron y se echaron a reír a carcajadas.
—¿Te imaginas qué pareja van a hacer esos dos?, el avasallando a todo el mundo y ella repartiendo amor —le dijo entre risas Tarek.
Saros se desternilló de risa tapándose con la mano el costado.
—¡Qué animal Tarek!, no digas esas cosas que se me va a volver a abrir la herida.
Cuando se calmaron, Saros contempló a Tarek con media sonrisa.
—Ahora estoy seguro de que eres tú Tarek.
—No del todo Saros, y no me refiero solo a mi parte de lobo sino a la humana también, lo que ha pasado con la tribu me ha marcado, yo nunca volveré con ellos, nunca, aunque Icario no estuviese y aunque tú te convirtieras en el jefe de la tribu, jamás podría volver a mirar a Natalus, Samunatra y tampoco a los demás sin recordar que nadie excepto Besasté y tú movió un dedo en mi favor, ni olvidar sus caras temerosas cuando decidieron dejarme abandonado.
—Lo lamento Tarek pero no deberías culparlos, ahora tu aspecto es muy distinto, no solo son tus ojos, mírate los brazos y las piernas, yo nací antes que tú y sin embargo parezco un niño a tu lado. De todas formas lo entiendo, yo siento lo mismo con respecto a mi familia, sé que ya nunca más seré bien recibido por ellos, a excepción de Besasté, claro. No voy a volver, yo tampoco podría pero no voy a marcharme sin saber si lo que dijo Icario es cierto, necesito saberlo. Quiero hablar con madre, estoy seguro de que ella está al tanto de todo y que la idea ha salido de su cabeza.
—Está bien, iremos a ver a Samunatra, pero nada de visitas amorosas, seguro que en la ciudad hay muchas mujeres y...
—¿La ciudad?, ¿te refieres a ese sitio con las casas de piedra? —preguntó Saros sobresaltado.
—Iba a dirigirme hacia allí después de despedirme de ti, creo que en ese lugar podré pasar desapercibido —el corazón de Saros latía a toda velocidad, no le gustaba la idea—. Natalus me contó que en las ciudades vive toda clase de gente y que hay uniones de todas las razas. Es el único sitio al que podré ir Saros, no seré aceptado en ninguna otra tribu, mírame bien.
—Pero él también dijo que la gente era malvada y codiciosa, y que nadie se preocupaba por los demás —protestó su hermano.
—Natalus dice muchas cosas, quizá sea cierto o quizá no, ¿acaso sigues confiando en él después de todo lo que ha pasado? Sé que no hay otro sitio para mí, ¿y qué otra cosa podemos hacer Saros?, piénsalo.
Saros se le quedó mirando muy seriamente, cavilando sobre lo que le había dicho.
—Entendería que te quedases con ellos si te vuelven a aceptar —le tranquilizó Tarek.
Pese a lo que le acababa de decir, sabía que Saros albergaba la esperanza de que Samunatra le dijera que Icario había mentido, que ellos le querían y que no tenía ni idea de que había planeado su muerte. Saros deseaba que Natalus se enfadara y destituyera a Icario nombrándole a él guía de la tribu pero Tarek estaba seguro de que nada de eso iba a pasar, había visto a Samunatra y a Natalus observando a Saros antes de internarse en el bosque con Icario y sabía que ellos estaban enterados de lo que había hecho. Le entristeció pensar en la pena que sufriría su hermano al comprobar que todo era cierto, pero también sabía que la única manera de que Saros terminara por aceptarlo sería que lo comprobase por sí mismo.

A la salida del sol siguieron el rastro de la tribu por el bosque, días después dieron con ellos y esperaron ocultos el momento de abordar a Samunatra, pero no se alejaba casi nunca del grupo. Tarek se desesperaba porque estaba deseando empezar su nueva vida lejos de la tribu y cada día se le hacía más larga la espera.
Por fin un día la vieron adentrarse en el bosque sola, la siguieron de cerca rodeándola hasta quedar a su espalda, la agarraron por detrás tapándole la boca para ahogar cualquier grito y la arrastraron hacia el interior del bosque.  Ambos hermanos sabían que tendrían poco tiempo antes de que la echasen de menos y empezaran a buscarla.
Saros se puso delante de ella mientras Tarek la mantenía sujeta por detrás.
—Quítale la mano de la boca Tarek, quiero escuchar lo que me tiene que contar, pero ten en cuenta madre que si gritas, te partirá el cuello antes de que puedan venir en tu auxilio.
El corazón de Samunatra se aceleró, tenía miedo y el sudor empezó a recorrer su cuerpo.
—¿Qué es lo que queréis? —su manera de mirarle, tal y como se mira a un extraño, se lo dijo todo a Saros.
—Así que Icario no mentía, cumplía órdenes de Natalus.
Samunatra echó la cabeza hacia atrás como si quisiera alejarse de ellos a toda costa.
—¿Qué vais a hacer conmigo?, ¿habéis venido a matarme? Yo no tengo la culpa, fue todo idea de tu padre. No me hagas daño —rogó temblando.
—¿Fue él quien ordenó a Icario que me matara?
Samunatra asintió y Saros se dio la vuelta reprimiendo las lágrimas.
—Saros, venga, vámonos —le apremió Tarek—, ya no tenemos nada que hacer aquí —puso la boca a centímetros del oído de su madre adoptiva y le habló con todo el rencor de su corazón—. Tu tribu no sobrevivirá bajo el mandato de Icario, es cruel, egoísta y mentiroso, el digno hijo de sus padres, no durareis ni un invierno cuando él sea jefe. Será mejor que no le digas a nadie que nos has visto si quieres llegar a ver el fatídico día en que tu despreciable hijo asuma el puesto de guía, porque dejaré salir lo que llevo dentro, os atacaré y no tendré piedad, acabaré con todos vosotros —la amenazó.
Samunatra se tapó los ojos y empezó a llorar, cuando se atrevió a mirar de nuevo se dio cuenta de que ya no estaban allí, sus hijos habían desaparecido como fantasmas dejándola sola y temblorosa en medio del bosque.
Los hermanos se distanciaron de la tribu buscando un sitio seguro para pasar la noche, Saros no dijo una palabra en todo el trayecto, se refugió en sus pensamientos hasta que la oscuridad lo cubrió todo.
—¿Podrías hacer eso Tarek? —preguntó de pronto. Él le miró extrañado por su pregunta—. ¿Podrías matarlos a todos? —volvió a preguntar.
—La verdad no, creo que no, a muchos sí pero a todos lo dudo.
—Ella te creyó, casi se muere del susto.
—Tú también lo creíste, ¿verdad?
—Sí, te creí —Saros parecía algo avergonzado al contestar
—No voy a hacerlo Saros, yo no soy un asesino, no sé siquiera si podría matar a Icario mirándole a los ojos aunque sea una sabandija. Además, piensa en Besasté, ¿qué sería de ella?, todavía es una niña, no podemos llevarla a la ciudad con nosotros.
—No quiero que los mates, solo... fue un arrebato, ahora mismo me gustaría verlos sufrir a todos pero yo tampoco podría matar a la que ha sido mi gente —Saros bajó la vista con expresión abatida—. Me gustaría poder despedirme de ella, en este momento Besasté es lo que más me cuesta dejar atrás. Me da miedo la suerte que pueda correr cuando crezca, ¿y si Icario intenta matarla a ella también?, sabes que siempre le planta cara.
—Yo también estoy preocupado por Besasté, he pensado que deberíamos hacerle una visita a Icario, pero ahora Samunatra estará prevenida, puede que nos esperen y nos tiendan una trampa.
—Tenemos que ir Tarek, si no lo hacemos acabará muerta, eso seguro —protestó Saros.
—La vigilaremos de cerca por ahora e intentaremos hablar con ella para ver cómo está, debemos esperara para abordar a Icario, es un cerdo pero también muy listo, será cauto.
>>Pero quiero que tengas una cosa presente Saros, pase lo que pase, después de advertir a Icario yo me marcharé, me iré y no volveré nunca más. Karnaka me advirtió seriamente de que mi primer sentimiento de furia sería heredado por mi descendencia y llevo conteniendo mi rabia mucho tiempo para no dejarla salir, no puedo perjudicar mi futuro por la gente de la tribu, no merecen la pena, son todos unos cobardes.

Los siguieron durante al menos un mes antes de encontrarse con Besasté a solas. En cuanto les vio se abrazó a ellos y comenzó a llorar amargamente. Icario la golpeaba en cuanto su padre la perdía de vista, tenía su cuerpecito lleno de cardenales y tal y como sospechaban, Samunatra no levantaba un dedo para ayudarla. También les advirtió que su madre se lo había contado todo a Natalus y que la gente estaba en guardia esperando a que atacasen. Les rogó que la llevasen con ellos para evitar enfrentamientos pero la tranquilizaron diciéndole que no iban a atacar a nadie, aunque no la dejarían sin haber amenazado antes a Icario para que no se atreviese a tocarla nunca más.
Días después Icario se separó del grupo de cazadores y aprovecharon la ocasión para abalanzarse sobre él como fieras. Lo golpearon sin piedad arrinconándolo contra un árbol. Icario les contempló con cara de asombro y miedo. Tarek lo cogió por el cuello y lo aplastó contra el tronco y Saros le arrebató el cuchillo y se lo puso en la entrepierna.
—Hola Icario, ¿no vas a darme el gusto de intentar gritar? —le preguntó Tarek apretando la mandíbula y pegando su frente contra la de su hermanastro—. Lástima, me hubiera gustado tener una excusa para abrirte la garganta.
—No sé Tarek, creo que yo voy a clavárselo —dijo Saros cínicamente—, las excusas no son lo mío.
El corazón de Icario latía desbocado por el pánico.
—Mierda, ¿qué… ? ¡Mira Tarek, se ha meado encima! —se burló Saros retirando el arma deprisa para que no se la manchara mientras se echaban a reír.
Icario les lanzó una mirada suplicante, se le llenaron los ojos de lágrimas y rompió a llorar sollozando como un niño.
—No me matéis por favor, lo confesaré todo ante los demás, no quiero morir —lloriqueó.
—Vas a morir Icario, si vuelves a tocar a Besasté, morirás —le amenazó Tarek—, te prometo que no podrás volver a salir a mear sin tenerme encima, ¿me has entendido?
—No volveré a acercarme a ella, lo juro.
—Y les contarás a todos la verdad —le dijo Saros— sobre Tarek y sobre mí, dejaremos que sean ellos los que decidan si debemos irnos o quedarnos —añadió Saros.
Tarek se quedó perplejo mirando a Saros pero él le ignoró. Su plan no era marcharse a la ciudad, quería volver con los suyos. Tarek se lo había temido pero no se imaginaba que todavía quisiera hacerlo después de lo que había pasado.
—Saros, eso no puede ser, no nos volverán a aceptar, vámonos ya.
—No, yo me quedo, me voy a asegurar de que este cerdo cumpla su palabra.
Tarek tenía la certeza de que Icario se volvería contra Saros en cuanto él se fuese.
—Está bien, pero sea cual sea la decisión de la tribu yo ya he tomado la mía Saros, te ayudaré a volver si eso es lo que de verdad quieres pero luego me marcharé.
Entre los dos arrastraron a Icario al campamento, la gente los miraba con los ojos muy abiertos y se quedaban paralizados sin saber qué hacer.
—¡Natalus! —llamó Saros a gritos—, sal, muéstrate, tenemos a Icario.
Samunatra llegó corriendo y se detuvo a unos metros de ellos, los miraba como un animal acorralado buscando apoyo a su alrededor con la mirada, esperando que algún hombre les atacase, pero nadie se movió.
—¡Natalus! —volvió a llamar Saros—, sal cobarde, cuéntale a tu gente lo que has hecho, cuéntales cómo ordenaste a Icario que me matase.
Saros estaba tan furioso que empezaba a contagiar su ánimo a Tarek, pero él se contuvo echando mano de toda su fuerza de voluntad para que la profecía de la bruja no cayese sobre sus descendientes.
Natalus salió del bosque y se acercó poco a poco sin quitarles la vista de encima, deteniéndose a una distancia prudencial de ellos.
—¡Cuéntale a los demás cómo intentaste deshacerte de tus hijos! —le gritó Saros.
La tribu se volvió a mirar a Natalus y fue entonces cuando Icario se revolvió y empujó a Saros haciéndole caer en el suelo, corrió al lado de su padre y les miró con odio.
—Están malditos los dos, ¿es que acaso no lo veis? No os acerquéis a ellos, vienen a matarnos a todos. ¡Mirad a Tarek, tiene los ojos de un demonio! —gritó señalándole con el dedo y luciendo un semblante altivo cuando se vio libre y rodeado de otros hombres.
—¡Mentiroso, cruel y ruin! —le gritó Saros—. Natalus le envió a matarme porque soy mucho mejor rastreador que él y temía que vosotros me eligieseis a mí como guía cuando ya no esté entre los vivos.
La gente de la tribu guardó silencio esperando la reacción de Natalus.
—Icario es mi hijo y vosotros dos sois ahora extranjeros, os he criado y os he alimentado, lo que sois me lo debéis a mí.
—Ese no es mi caso Natalus —le aclaró Tarek—, lo que yo soy se lo debo a Karnaka y el que me acogieras también. Dime, ¿por qué?, ¿por qué decidiste deshacerte de Saros y no de Icario? Sabes que será mucho mejor guía.
—Las costumbres son lo que hace que una tribu sobreviva, cuando las cambias estás condenando a tu gente a una muerte segura. Siempre ha sido y siempre será así. Karnaka y tú sois la prueba de ello, os dejamos vivir entre los nuestros y solo trajisteis la discordia a la tribu —Natalus le miró con desprecio.
—Vete demonio, aquí nadie te quiere, ya no eres bienvenido  
Icario escupió al suelo después de hablar y echó mano de un arco prendiendo fuego en la punta de la flecha y apuntando a Tarek con él.
En ese momento Besasté salió del bosque y les vio, corrió hacia ellos gritándole a Icario que bajara el arco, él hizo caso omiso de las palabras de Besasté, disparó su flecha y ella interpuso su cuerpo para protegerlos. La pequeña Besasté profirió un grito agudo y luego se quedó inmóvil en el suelo. Natalus corrió a auxiliar a su hija que había quedado tendida en el suelo boca abajo y le dio la vuelta.
Su corazón todavía latía pero la flecha de Icario le había alcanzado en el rostro y le había reventado el ojo izquierdo, la sangre comenzó a cubrirle parte de la cara y el pelo.
—Eso es lo que les pasa a los que osan retarme —gritó Icario mirando al resto de la tribu, sin inmutarse por lo que le había hecho—, esta es ahora mi gente, cualquiera que ose apoyaros recibirá el mismo trato que Besasté y ahora fuera de aquí.
La crueldad de Icario con su propia hermana, su forma de hablar y la pasividad de la tribu ante su actitud, habían ido haciendo mella en el alma de lobo de Tarek. Primero le habían abandonado a su suerte, después habían intentado matar a Saros y ahora la pequeña Besasté yacía en el suelo sin que nadie moviese un dedo por ayudarla.
No podía a consentir ni una injusticia más, no soportaba la idea de que el gusano de Icario se atreviera a darle órdenes como si fuese el amo del mundo, ni que manejara la vida de sus hermanos a su antojo. Fue entonces cuando empezó a notar que la ira se abría paso en su alma y ese sentimiento de furia, de que no iba a volver a dejar que ningún ser vivo fuese dueño de su destino o del de los suyos, se asentó en su alma, pudo sentirlo tan nítidamente como si los sentimientos pudiesen tocarse y allí se quedaría para las futuras generaciones.
Un aullido feroz e involuntario salió de su garganta y los hombres que estaban alrededor de Icario echaron a correr despavoridos, él no se movió de donde estaba paralizado por el miedo cuando Tarek se abalanzó sobre él. Le dio un puñetazo en la mandíbula que lo hizo salir volando por los aires varios metros y aterrizar pesadamente en el suelo de espaldas.
—¡Mátalo! —le gritó Natalus. Tarek se giró y le contempló mientras sostenía a Besasté entre sus brazos sin dejar de acariciarle la cabeza—. ¡Mátalo Tarek! —le ordenó.
Fue hacia Icario y lo agarró por un tobillo lanzándolo nuevamente por el aire en dirección a Natalus, Icario gritó de dolor por la pierna que le acababa de romper e inutilizar de por vida. Su magullado cuerpo cayó como una piedra al lado de Natalus.
—Mátalo tú Natalus, deshacerte de tus hijos se te da mejor que a mí y míralo bien antes de hacerlo porque es tu viva imagen.
—Te repudio —le dijo Natalus con ira—, ya no eres bienvenido, vete Icario, esta ya no es tu tribu. Saros, tú ocuparás su lugar.
Saros se quedó mirando a su padre y luego se volvió a mirar a Tarek sin decidirse.
—Éste es tu sitio Saros, debes quedarte con ellos, debes ser su guía, Besasté te necesita —le animó.
—No tienes por qué irte Tarek, quédate conmigo —le pidió.
Samunatra, que había estado mirando amedrentada hasta ese momento lo que pasaba, se enfrentó a Natalus al escuchar su decisión sin darle tiempo a Tarek a responder al ofrecimiento de Saros.
—No puedes hacer eso, Saros no es digno, Icario es tu sucesor, tu hijo primogénito, todo esto es por ella —dijo señalando a Besasté—, es solo una mujer. Siempre la has querido más que a Icario. Si repudias a tu hijo yo me marcharé con él, te lo advierto.
—Adelante Samunatra, vete, al fin y al cabo tú tienes la culpa por haberlo malcriado —le contestó Natalus— y siempre podré volver a unirme a otra mujer que me de nuevos hijos.
Samunatra lo miró con odio y se dio la vuelta, todos pensaron que se retiraba a su tienda pero le arrebató a un hombre su machete y corrió con los brazos alzados hacia donde estaba Natalus.
—Entonces yo te quitaré lo que más quieres —gritó con una expresión feroz mirando hacia Besasté.
Antes de que pudiese llegar hasta su hermana, Tarek la empujó para apartarla de ella y Samunatra cayó al suelo golpeándose mortalmente con el machete en la cabeza.
—¡La has matado, has matado a mi madre, asqueroso demonio asesino! —Icario se puso a gritar desesperado cuando se dio cuenta de que Samunatra no se movía.
La gente se apartó temerosa de donde estaba Tarek, la mirada incrédula de Saros iba del cadáver de su madre a él. A Tarek le entró el pánico por lo que había hecho y se puso a correr en dirección al bosque. Su tiempo con ellos había terminado.

Hx - �O� �iM tify;text-indent:35.45pt;line-height: 150%'>—Natalus piensa que no soy humano, Icario sabe perfectamente quién soy yo, me lo dijo antes de irse y me dio una patada en la boca del estomago.

—¡Ese cerdo! —exclamó Saros apretando los dientes.
—Ten cuidado con él, ahora que no estoy verá el camino libre con vosotros dos, además, si se entera de que he escapado estoy seguro de que montará en cólera y hará batidas para cazarme como a una bestia.
—Oye, a mí tampoco me gusta Icario pero… —empezó a protestar su hermano.
—Saros, él mismo me dijo que la bruja le había ahorrado el trabajo de matarme, ¿de verdad crees que no es capaz?, ¿acaso no escuchaste sus palabras de desprecio en la hoguera?, quería acabar conmigo allí mismo y créeme, él lo hubiese disfrutado. No puedo explicarte cómo lo sé pero sentí perfectamente que anhelaba mi muerte.
—¿Nos escuchabas?
—Claro, erais vosotros los que no me entendíais.
—No hacías más que aullar, si te hubieras quedado callado...
—Eso habría dado igual, Icario se hubiera encargado de echarme de todas formas y la gente ya no me querrá cerca mientras lleve el lobo dentro.
—¿Lo llevas dentro?, ¡así que es eso! Lo siento Tarek, ojalá nada de esto hubiese pasado pero no culpes a la toda tribu, ellos solo hacen lo que se les manda, esto es cosa de madre e Icario que han convencido a los demás de que eres un espíritu.
—No te preocupes Saros, está bien, sé que no parezco yo, solo quería que supieras que jamás te haría daño.
Saros sonrió y arqueó las cejas.
—Ya te he dicho que no me has asustado, solo me cogiste desprevenido, a mí me da igual que ahora tengas los ojos azules, no me impresionas nada.
De pronto Tarek percibió movimiento en la tienda de Natalus y Saros se apartó de él rápidamente.
—Ya veo que no te impresiono, ¿eh? —se burló.
—Los ojos te brillan como ascuas —le dijo Saros sin quitarle la vista de encima— y tu rostro… es como si se envolviera en sombras, como si fueras otro.
—Prepárate, Icario viene hacia aquí —le avisó—. Me tengo que ir.
—¿Volverás?
—Sí, quiero ver a Besasté para tranquilizarla.
Tarek se alejó de la tribu internándose en el bosque. Desde la espesura contempló a sus hermanos, Saros se estaba haciendo el dormido mientras Icario salía de la tienda, lo vio detenerse a unos pasos de Saros y mirarlo con una expresión de profundo desprecio, se subió las pieles a la altura de la cintura y comenzó a orinar casi encima de Saros, que no se movió un ápice.
No fue el olor a orines lo que revolvió el estómago de Tarek, sino su instinto advirtiéndole, pero por entonces él no lo supo entender.




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